«Necesito contagiarme de la energía de la gente joven»
Muchas personas mayores sueñan con repetir los años mozos. En cualquier momento se les reactivan las hormonas y empiezan a buscar «carne fresca» para contagiarse de sus bríos y furor. He visto pasar por mi consulta los dos extremos del continuo: aquellos que vuelven a renacer gracias a la presencia de un compañero joven y los que se agotan al segundo o tercer encuentro con su flamante pareja porque las lumbares o la ciática no los dejan vivir. Uno no puede rejuvenecer más allá de lo que permite el organismo, aunque la mente intente hacer regresiones. La imagen de un anciano feliz, sacudiendo la cabeza al compás de unas jóvenes caderas, es una fábula de Hollywood. Cuando mi mujer y yo bailamos o cantamos canciones de nuestra época, mis hijas ponen cara de condescendencia y nos dan un golpecito en la espalda. El mensaje que consigo descifrar es: «Tranquilo, papá, si sois felices así, adelante».
Dejarse llevar por la lozanía de los cuerpos juveniles es tentador para la mayoría.
Y no sólo hablo de los hombres, pensemos también en aquellas mujeres no tan adolescentes que concurren a los lugares de striptease masculino y enloquecen de la dicha y ponen dinero en los calzoncillos de quienes se retuercen rítmicamente. No obstante, es frenesí de una noche, un momento, un rato de esparcimiento para sacar a pasear la testosterona femenina, y listo. Otra cosa sería convivir con uno de estos personajes, mantener lejos a las fans de turno y darle calmantes de vez en cuando para que sosiegue su ímpetu.
En algún momento de mi vida salí con una mujer dieciocho años menor. Yo tenía cuarenta y uno y ella veintitrés. La relación empezó bien, hasta que me di cuenta de algo que no quise o no supe manejar, posiblemente debido a mi susceptibilidad entrada en años: cada vez que sonaba una música, en el coche, en una tienda o en la calle, ella comenzaba a moverse al ritmo de lo que escuchaba. Sacudía la cabeza al estilo carioca y movía los hombros como bailando mambo. Yo no era tan viejo, pero mientras mis preferencias musicales se concentraban más en la trova cubana, los Beatles o la balada, ella entraba en éxtasis con el trans y la música electrónica. Debo confesarlo, aunque no sea muy profundo de mi parte: sus «contorsiones», gesticulaciones y espasmos sinfónicos me alejaron de ella. Las emociones «fuertes» que a mí me motivaban eran otras y no tenían nada que ver con ir saltando de una discoteca a otra.
Cada edad tiene su «locura» específica, aunque sea intercambiable a veces. No necesitas estirarte la piel como un tambor y vestirte con ropa de quinceañeros para sentir emociones. Sin dejar de ser tú, podrás encontrar gente que se te parezca. Eso es lo maravilloso de un mundo tan variado y multicultural. He conocido ancianos que harían palidecer a más de un hiperactivo y con una alegría y disposición al placer realmente envidiable. Cada pareja crea su microcosmos, su intimidad y su manera particular de sentir y degustar la vida. Ése es el vínculo secreto e irreemplazable de cada enamorado.
¿Quién dijo que se necesita ser joven para generar emociones fuertes?
Extracto del libro:
Manual Para No Morir de Amor
Walter Riso
Fotografía de internet