Estudiando psicología comparada para encontrar raíces de la conducta humana en la conducta animal, observamos algunos hechos muy simbólicos que sirven para pensar en nuestros hábitos monogámicos.
Estudiando cualquier especie nos encontramos con una norma: Cuando uno de los dos, el macho o la hembra, es mas agresivo que el otro, la comunidad se organiza en harenes. Por ejemplo entre los leones, donde el macho es mas agresivo que la hembra, cada macho se aparea con varias leonas que “le pertenecen”. Entre las arañas, en cambio, donde la agresiva es la hembra, sucede al revés, cada hembra tiene varios machos que le sirven.
Ahora bien, si ninguno de los dos individuos de la especie es tendencialmente agresivo, entonces se organizan en comunidades. Todos los machos se relacionan sexualmente con todas las hembras y las crías pertenecen a la manada. Y cuando en una especie macho y hembra son agresivos, entonces el esquema tendencial es la monogamia.
Pensemos en nosotros. Traslademos este esquema a la raza humana.
Aquellas culturas donde el hombre detenta cierta agresividad y tiene un lugar hegemónico respecto de la mujer, por ejemplo en las viejas culturas de Oriente, tiene una estructura donde el hombre tiene varias esposas. Por el contrario, en el mito de las amazonas, donde la mujer guerrera tiene el papel hegemónico, son las mujeres las que sostienen harenes de hombres.
En los años 60, durante el movimiento hippie en el mundo, partidario de la no violencia, hombres y mujeres vivían en comunidad, los miembros del grupo tenían relaciones no excluyentes entre todos y los hijos pertenecían a la comunidad.
La mayor parte de la sociedad se apoya en estructuras sociales monogámicas. ¿Qué te parece que dice esto de nuestra agresividad?
Si yo necesito establecer que mi esposa es parte de mi territorio y mi esposa necesita establecer que yo soy parte del suyo, es razonable pronosticar que reclamemos la fidelidad de la monogamia.
Yo creo que se trata de una elección en cada momento, y que en este sentido no hay diferencia entre las mujeres y los hombres.
La fidelidad forma parte de nuestro desarrollo social, en esta cultura y en este momento es así, no me atrevo a asegurar que dentro de treinta años esto siga siendo vigente.
La palabra infidelidad viene de fidelidad y fidelidad viene de fiel y fiel de fe.
Fiel es el que tiene o profesa una determinada fe, por eso los creyentes de una religión se llaman fieles. El fiel de la balanza se llama así porque es digno de credibilidad, porque es fiel al peso. Fiel es el que cree, infiel el que no cree.
Cuando una señora tiene una aventurilla con un profesor de tenis, por decir algo, o con un señor cualquiera, llegado el caso se dice que es infiel.
Ahora, infiel quiere decir que no cree. ¿En que no cree?. No cree que en su vínculo de pareja pueda encontrar lo que está buscando. Esta es la infidelidad.
Infidelidad es no creer que vas a encontrar en el vínculo que tenés conmigo lo que estás buscando y que lo vas a buscar en otro lado.
El que es infiel no le es infiel al otro, sino a su vínculo de pareja.
A veces es cierto que no encuentro en mi relación de pareja lo que estoy buscando. Siempre tengo dos posibilidades: elegir renunciar por lo menos transitoriamente a lo que estaba buscando o elegir no renunciar y salir a buscarlo. En la segunda posibilidad tengo que correr el riesgo que implica no creer en la pareja que armé.
Cuando mi abuela decía: “Busca afuera el marido lo que no encuentra en su nido”, todos nos reíamos, nos parecía una chochera de la vieja. Y hoy, medio siglo después, me encuentro diciendo casi lo mismo...
Tanto un hombre como una mujer salen a buscar fuera del matrimonio, o fuera de la pareja, cuando creen que obtendrán algo que suponen que no pueden encontrar en su vínculo actual (a veces ese “algo” es pasión, romance y aventura, pero otras es peligro, novedad y juego).
La salida de buscar lo que me falta en otro no suele ser la salida que soluciona.
Extracto del libro:
El Camino del Encuentro
Jorge Bucay
Fotografía tomada de internet