viernes, 15 de enero de 2016

EL HIJO DEL MAR


Creer en los sueños

Había una vez un humilde pescador que vivía con su esposa Lisa en una cabaña junto a la playa.

El matrimonio era feliz, aunque echaban en falta la risa de un niño o niña que alegrara sus vidas.

Una de tantas mañanas que Antón, ése era su nombre, salió a pescar tiró la red al mar y para sorpresa suya se llenó enseguida de peces plateados de gran tamaño. Tiraba y tiraba… y ésta se volvió muy pesada.

“Solo no lo conseguiré y volcaré mi pequeña barca”, en eso estaba cuando oyó una voz… “¡Ayudadme, ayudadme, buen hombre!, soy la hija del rey del mar, si me liberas y me devuelves a mis azules aguas, mi padre te premiará”.

Antón se sumergió con un cuchillo y de un tajo partió la red en dos, sin importarle perder tan preciada carga, pues éste era su único sustento.

Allí enredada estaba la criatura más extraordinaria que había visto jamás; sus largos cabellos eran del color del mar cuando el sol se oculta entre sus aguas.

¡Una sirena! Había oído siempre hablar de ellas en alguna que otra taberna, pero nunca creyó que existieran.

La bella muchacha al sentirse libre dio las gracias y se despidió del pescador, que la vio alejarse perdiéndose en las profundas aguas.

Se disponía a marcharse remando hacia la playa, cuando una gigantesca ola se alzó ante él. De ella salió el mismísimo rey Neptuno, que le dijo:

—Por haber prestado ayuda a una de mis adoradas hijas, pídeme lo que quieras, que te será concedido.

Antón se acordó de su mujer…¡deseaba tanto un hijo o una hija y él quería tanto a Lisa…!

Así se lo hizo saber al rey del mar y éste le habló con una voz cavernosa:

—Ven mañana y tráeme dos perlas, una blanca y otra negra— y diciendo esto se perdió entre las aguas.

Contento volvió Antón a su cabaña; aunque sin pescado que llevarse a la boca, sólo pensaba en la dicha que traería ese niño o niña a su hogar.

Después de contarle lo sucedido a su mujer, se retiró a descansar pensando en cómo podría conseguir las perlas que le había pedido el rey del mar.

Se quedó dormido junto a Lisa y tuvo un sueño: en él la bella sirena que liberara aquella mañana lo guió hacia los acantilados y, mostrándole una gruta sumergida, le enseñó el camino para poder encontrar las perlas.

Al amanecer cogió la barca y siguiendo los pasos que la sirena le mostrara; encontró sus ansiadas perlas, dos maravillosas y preciosas perlas, una blanca y otra negra, y con ellas esperó en el lugar indicado...

Al atardecer apareció el rey, y Antón, cogiendo las perlas, las depositó en las gigantescas manos de Neptuno, que sopló sobre ellas y al instante surgió un hermoso niño de cabellos negros como el azabache y la piel color de la canela.

El pescador, abriendo los brazos, cobijó al pequeño y, quitándose la camisa, lo envolvió para que no cogiese frío.

—¡Tened cuidado con este ser que os doy, pues solamente tendrá una vida para caminar en esta tierra! El cuerpo del niño que ahora contemplas alberga un alma, más preciosa aún que las perlas que me has entregado.

Cuidad de vuestro cuerpo, porque cuando éste se daña, por enfermedad o accidente, el alma se escapa, dejándolo atrás como deja el cangrejo de mar su concha vacía cuando ésta ya no le sirve.

Y con un gran remolino se hundió en las frías y profundas aguas.

Antón remó hacia la orilla donde Lisa su mujer lo esperaba ansiosa. Tomó al niño en sus brazos, acarició su linda carita, contemplando el hermoso regalo que le había entregado el Dios de la mar.

El pequeño, al sentir el calor de las manos de la esposa del pescador, se acurrucó en su regazo, y por primera vez Lisa sintió las delicias de ser madre.

Antón abrazaba feliz a su esposa junto a su hijo, que parecía sonreírle con sus lindos ojos negros.

Los sueños a veces nos avisan, nos hacen recordar cosas olvidadas.

Pueden ser mensajeros.

Son un canal directo inspirado por esa parte de ti mismo que todavía no conoces y que conecta con la divinidad que hay en ti.

Tomado del libro:
Cuentos con alma
Un viaje hacia el corazón
Encarnación Castro Moreno