lunes, 1 de febrero de 2016

EL NOBLE SAMURAI


Un hermoso día de verano, un noble samurai, reconocible por su moño de guerrero, sus manguitos metálicos, su coraza de cuatro faldones y los dos sables tradicionales, penetra con paso firme y tranquilo en una modesta venta. Estamos en el siglo XIV, en un pueblo de la gran isla de Honshu*. Una nube de insectos zumba en el aire caliente. 

El noble samurai se sienta, pide un plato de arroz. Deshace la parte alta de su coraza y se descarga con precaución y respeto de sus dos sables. Es el único viajero. Come con gesto armonioso y preciso, llevándose los palillos a la boca. En ese momento se oye un ruidoso griterío. Tres ronins, guerreros vagabundos, sin señor (Daymio)**, más parecidos, a decir verdad, a salteadores de caminos que a auténticos samuráis, irrumpen en la sala. Llaman con grosería al posadero, reclaman sake y se sientan atropellándose. Sus espadas brillan. De pronto, uno de ellos se fija en el samurai silencioso, con la nariz en la escudilla y los dos sables magníficos a su lado. Avisa a sus compañeros. Los ronins se intercambian una mirada y se consultan en voz baja. El samurai está solo, confiado. El posadero, que no es un guerrero, no cuenta. Son tres. Ponen las manos en la guarnición de sus espadas, dispuestos a saltar. En ese momento el noble samurai levanta negligentemente el palillo, que sostiene en la mano derecha, y con un gesto cortante y limpio, vivo como un relámpago: «¡Clac, clac, clac!», abate tres moscas que zumbaban en sus oídos; y de nuevo se pone a comer tranquilamente, sin levantar la nariz del plato.

Los tres ronins dejan tres monedas de cobre en la mesa y se marchan de la venta en silencio.

***

Cuando un adepto del zen, un sabio, se ha liberado del deseo, de la vanidad y del miedo, cuando su «yo» se ha anulado, cuando se ha abierto al infinito del Atma*** que hay en su interior, entonces puede vencer sin sable, sin espada, sin combate.

*. Honshu: la mayor isla del Japón, donde se encuentra hoy Tokyo.
**. Daymio: señor feudal, al que los samuráis juraban fidelidad.
***. Atma o atman, término sánscrito que significa el Sí, el Infinito, el Bien supremo, el Absoluto.

Extraído de:
La Grulla Cenicienta
Los más bellos cuentos zen
Henry Brunel