Carta 25
Para ser un buen jefe se requiere el tercer cerebro
«Nada prueba tan contundentemente la habilidad de un hombre para dirigir personas como la habilidad para dirigirse a sí mismo.»
Thomas Watson
«Trata a un hombre tal como es y seguirá siendo lo que es. Trata a un hombre como puede llegar a ser y se convertirá en lo que puede llegar a ser.»
Goethe
Querido amigo/a:
¡Que tu luz brille por siempre, porque tú te lo mereces!
Qué hermosa declaración, ¿verdad? ¡Y qué práctica a la vez! Porque si tú brillas, tu luz me ilumina, me muestra, me da pistas.
Por este motivo es tan importante que sean muchos los seres humanos que vayan encontrando dirección y sentido, dando un nuevo y más alto techo a su vida y ofreciendo su luz al mundo.
Ocurre que, bajo mi manera de ver las cosas, hay una serie de recursos inherentes al ser humano que no son escasos en absoluto y que nunca han sido incorporados al acervo de activos y posibilidades de la especie humana desde una perspectiva económica.
El amor, la creatividad, el sentido común, la esperanza, la ilusión, la solidaridad y todos sus derivados son activos con una potencia de generación y de transformación de riqueza extraordinarias.
Decía Antoine de Saint-Éxupery que «el amor es la única cosa que crece cuando se reparte». ¡Y ése es el tipo de activos que hoy, aquí y ahora, nos hacen falta!
La frustración, la competencia, la lucha, la guerra existen como consecuencia del miedo y de asumir una especie de paranoia inconsciente en la que lo único que pretende el otro es perjudicarnos.
Es imprescindible que nos pongamos todos a pensar. Es fundamental que, además, empecemos a sentir. Y es sobre todo indispensable que nos creamos que somos capaces de modificar nuestras vidas y de desarrollar ese enorme potencial que llevamos dentro.
Día a día se realizan interesantes y sorprendentes avances científicos sobre el desarrollo del potencial humano. Los más recientes hallazgos en el mundo de la neurología son, por ejemplo, espectaculares.
Hoy se sabe que la inteligencia está distribuida por todo el cuerpo y que hay maneras diferentes de pensar a las que hemos asumido como convencionales y basadas en el cerebro. El neurólogo Robert K. Cooper, en su excepcional libro El otro 90 por ciento, apunta: «Siempre que tenemos una experiencia, ésta no va directamente al cerebro para poder reflexionar sobre ella, sino que el primer lugar al que va es a las redes neurológicas de la región intestinal y del corazón».
Has leído bien: ¡en el intestino y en el corazón hay neuronas o redes celulares que ejercen una función muy similar a la de las neuronas de nuestro cerebro!
Hoy ya se está hablando del «segundo cerebro» (el del intestino) y del «tercer cerebro» (el del corazón).
Los expertos que investigan sobre ello, especialmente Michael D. Gershon, de la Universidad de Columbia, afirman que en el conducto intestinal hay en torno a cien millones de neuronas, cifra superior a la que encontramos en la médula espinal. Lo más interesante es que este complejo circuito, aunque está conectado con el cerebro craneal, permite al intestino actuar independientemente, recordar, aprender e influir en nuestras percepciones y conductas.
Toda experiencia de vida crea lo que se ha dado en llamar un «sentimiento intestinal»: desde un leve hormigueo hasta un nudo en el estómago. Lo que ocurre es que la amplísima mayoría de la población no hemos sido educados para ponernos en contacto con ese sentimiento, y nuestro umbral de percepciones sólo se activa cuando la llamada de este segundo cerebro es muy fuerte.
El «tercer cerebro» es el del corazón... ¡El corazón tiene cerebro! ¡Qué buena noticia! Está constituido por más de 40.000 células nerviosas unidas a una compleja red de neurotransmisores. El cerebro del corazón es tan grande como muchas áreas del cerebro craneal.
El campo electromagnético del corazón es el más poderoso del cuerpo. Es, de hecho, unas 5.000 veces mayor que el campo que genera el cerebro y es medible incluso a tres metros de distancia. Al igual que el cerebro del intestino, actúa independientemente, aprende, recuerda y tiene pautas propias de respuesta a la vida.
Lo interesante, además, es que dispone de habilidades hasta ahora intuidas, pero todavía no demostradas científicamente. Las corazonadas, las fuertes intuiciones que se revelan como realidades ciertas, se generan en el corazón.
Hoy es ya reconocido por la medicina convencional occidental lo que se sabía hace miles de años por las técnicas de meditación orientales: que el ritmo del corazón (del cerebro del corazón) puede alterar la efectividad del pensamiento cerebral. De alguna manera, el corazón, más que la cabeza, es el principal protagonista de lo que vivimos.
Diversos autores que han profundizado en el estudio de este «tercer cerebro» sostienen que el ingenio, la iniciativa y la intuición nacen de él: este cerebro está más abierto a la vida y busca activamente una comprensión nueva e intuitiva de lo que más le importa a la persona en la vida.
Probablemente en el futuro se descubrirá que en él residen nuevas y desconocidas capacidades del ser humano relacionadas con lo que ya hoy se define como «las claves de la inteligencia emocional»: la empatia, la conciencia emocional de uno mismo, la transparencia, el optimismo, la iniciativa, la vocación de servicio, la inspiración, la alegría, la confianza en uno mismo, en los demás y en la vida, todo ese tipo de activos que harían de este mundo un lugar de abundancia y satisfacción.
En definitiva, las investigaciones realizadas por eminentes médicos tanto de la medicina occidental o tradicional como de lo que hoy se viene a llamar la medicina alternativa, afirman que el corazón funciona como una especie de radar personal que escruta en nuestro interior y en el exterior a la búsqueda de nuevas oportunidades y opciones de vida... Pero para tomar conciencia de ello, hay que estar atento a nuestro interior, hay que saber mirar y sobre todo escuchar y comprender a nuestro corazón.
Al hilo de esto, me parece evidente (aunque a muchos les cuesta entenderlo) que para ser un buen jefe es necesario tener un corazón inteligente. Ser humano es ser emocional. Somos seres emocionales. A los hombres supuestamente fuertes o se les acaba partiendo el corazón o hacen lo propio con el corazón de los demás.
Un buen jefe tiene conciencia de sí; sabe escucharse, sabe darse permisos, se permite ser «persona conscientemente competente», siente un respeto profundo hacia sí y hacia los demás.
Sólo con un buen corazón es posible crear buenos equipos, buenas organizaciones, buenas empresas. Empresas en las que el jefe sabe manifestar la pasión y los talentos de aquellos que trabajan con él.
Un buen jefe sólo puede serlo para los demás cuando lo es para sí mismo. Ésa es la clave del liderazgo.
Porque...
.. .no puedes conducir a los demás si eres incapaz de conducir tu propia vida;
.. .no puedes dar una dirección a la actividad de los demás si no puedes hacer lo propio con la tuya;
.. .no puedes escuchar honestamente a los demás cuando eres incapaz de escucharte;
.. .no puedes motivar a los demás si no sabes motivarte;
.. .no puedes solicitar la confianza de los demás si eres incapaz de confiar en ti;
.. .no puedes reconocer y respetar a los demás si no puedes reconocerte y respetarte;
.. .no puedes ser consciente y apreciar el valor de los demás si no puedes hacer lo propio con tu valor;
.. .no puedes perdonar los errores de los demás si, en el fondo, no eres capaz de perdonarte;
.. .no puedes exigir flexibilidad y capacidad de adaptación si no las tienes tú;
...no puedes exigir compromiso en los demás si no eres capaz de comprometerte;
.. .no puedes inspirar a los demás si eres incapaz de inspirarte a ti mismo;
.. .no puedes desarrollar los talentos y habilidades de los demás si eres incapaz de hacer lo propio con los tuyos;
.. .no puedes transmitir seguridad si te gobiernan tus miedos inconscientes;
.. .no puedes poner en práctica la empatia si no eres capaz de vivir a fondo todo el espectro de emociones que has reprimido a lo largo de tu vida;
.. .no puedes liderar honesta y sinceramente a otros si no eres capaz de liderarte a ti mismo;
.. .no puedes, en definitiva, emitir luz a los demás cuando no tienes ni para ti.
Porque si intentas ser un jefe sin serlo, generarás un engaño colectivo de consecuencias desastrosas... Es así, en el extremo, como muchos líderes políticos han acabado con las vidas de millones de seres humanos y como muchos presidentes de corporaciones han estafado y se han fundido los ahorros, e incluso las perspectivas de trabajo, de muchas buenas personas.
La profundidad y calidad de tus activos y competencias fija el límite del desarrollo que puedes generar en tu entorno. La profundidad y riqueza de tu pensamiento y de tus sentimientos marca el límite de tu desarrollo y del de aquellos a quienes diriges y te rodean.
Probablemente en el futuro, debido a los descubrimientos que te comentaba, habrá que redefinir el significado de las palabras pensamiento e inteligencia, y llevarlas hacia un territorio más amplio. Porque cabeza, corazón y piernas deben ir en una misma dirección para avanzar. De lo contrario andaremos dando tumbos, hacia delante o hacia atrás, pero sin avanzar. E incluso, como sucede muy frecuentemente, podemos llegar a partirnos en pedazos o a hacer lo propio con los que nos rodean.
Un buen jefe es un ser humano no sólo pensante, sino y sobre todo apasionado, intuitivo y amante.
Por eso te propongo que recuperemos al niño que llevamos dentro y que se quedó sordo de corazón hace tiempo.
El ejercicio no es fácil, de nuevo aparecen los ingredientes de la paciencia, de la perseverancia y del coraje de mirar hacia dentro, pero si no recorremos este camino, desde lo individual, acompañados por otros que han pasado y apoyados por otros que quieren pasar por él, hablando de ello sin miedos ni tapujos, el cambio no será posible. Las recetas de manual no sirven, porque el inconsciente gobierna.
Nos han enseñado a ignorar o a banalizar los signos de nuestro cuerpo y las voces de nuestro corazón. Los tapamos con analgésicos y con todo tipo de drogas (televisión incluida) para que dejen de molestar. Acallar al corazón y los signos que a través de él nos piden un cambio es la mejor manera de que nuestra vida se conduzca por la cabeza y por los mensajes programados. Si esto es así, el cambio real no es posible.
Vivimos en un mundo que a todas luces está enfermo. Enfermo de una especie de cáncer anclado en la ambición y en el sinsentido de la avaricia.
Quizá porque me niego a renunciar a la utopía cada vez que veo a mis pequeños hijos, pienso que el cambio sólo llegará desde lo individual. Y en el cuerpo a cuerpo, en una firme y serena revolución silenciosa llamada a abrir mentes y corazones hacia la capacidad de vivir una vida plena asumiendo cada cual su propia responsabilidad. Una revolución espontánea y no coordinada.
Para ello, son imprescindibles buenos jefes: personas que asuman la responsabilidad de su propia vida teniendo en cuenta lo esencial que es el respeto del otro desde el amor bien entendido. Desde el sentimiento y no desde el sentimentalismo. Desde la asertividad y no desde la agresividad. Desde la perseverancia y la paciencia más que desde el falso milagro o el pelotazo. Desde el «enseñar a pescar» más que desde «el dar el pescado». Desde el diálogo sincero más que desde la prepotencia. Desde la relación entre iguales más que desde la postura del poder arrogante.
Porque a estas alturas del libro es el momento de decirlo: en el mundo hay millones de personas que sí tienen que ganarse la vida de verdad. Personas que han nacido en un entorno y circunstancias de pobreza, represión, abusos, explotación, ausencia de libertades, escasez de recursos y medios, carencia o deformación de información y de formación. Para que algún día ellos puedan llegar a plantearse que su vida no está perdida, y puedan escuchar sin sentir rabia, cinismo o ironía «que no tienen que ganarse la vida, porque su vida está ganada».
Para que esa masa crítica de la humanidad cuyo principal reto es sobrevivir pueda llegar a plantearse que su vida no está perdida, hace falta no sólo cabeza, sino sobre todo mucho corazón. «Un buen corazón y una buena mente: esto es lo que se necesita para ser un buen jefe», dijo Louis Farmer, un anciano indio onondaga. Hay algunos que lo saben ya hace tiempo, pero se les consideró salvajes y primitivos, y se les acalló por la fuerza. Volvamos a escucharles. Escucharles a ellos es escucharnos a nosotros mismos. La sabiduría reside en el silencio del fondo del corazón.
Recuperemos, respetemos, honremos y pongamos a trabajar a nuestro tercer cerebro, a nuestro corazón.
Álex
P. D. Un fragmento del libro La enfermedad como camino, de Thorwald Dethlefsen y Rüdiger Dahlke, dice así:
A pesar de todos los esfuerzos de los que aspiran a mejorar el mundo, nunca existirá un mundo perfectamente sano, sin conflictos ni problemas, sin fricciones ni disputas. Nunca existirá el ser humano completamente sano, sin enfermedad ni muerte, nunca existirá el amor que todo lo abarca, porque el mundo de las formas vive de las fronteras. Pero todos los objetivos pueden realizarse —por todos y en todo momento— por el que descubre la falsedad de las formas y en su conciencia es libre. En el mundo polar, el amor conduce a la esclavitud; en la unidad es libertad. El cáncer es síntoma de un amor mal entendido. El cáncer sólo respeta el símbolo del amor verdadero. El símbolo del amor verdadero es el corazón. ¡El corazón es el único órgano que no es atacado por el cáncer!
En un mundo con más corazón a todos los niveles, el cáncer, entendido no sólo como enfermedad del individuo, sino como metáfora de un proceso de auto destrucción a nivel de la especie humana, no tiene lugar.
Dice Antoine de Saint-Exupéry que «el verdadero amor no es otra cosa que el deseo inevitable de ayudar a otro para que sea quien es».
Y seguramente el amor es eso, el proceso de dirigir al otro hacia sí mismo, hacia quien en verdad es.
En eso, esencialmente, consiste ser un buen jefe.
Extracto del libro:
La brújula interior
Conocimiento y éxito duradero
Álex Rovira Celma