La siguiente frase la he oído infinidad de veces: «¡Pero cómo se te ocurre dudar, si lo ha dicho el maestro!» Llámese «jefe», «dueño», «líder», «mayor accionista» o «gobernante», una de las claves defensivas de las mentes dogmáticas es recurrir al poder de la autoridad moral, política o religiosa para defender sus ideas.
En cierta ocasión, asistí por curiosidad a una sesión de un grupo que hacía regresiones por medio de hipnosis y cuyo fin era acceder a la sabiduría de un maestro ya fallecido. La médium, por decirlo de alguna manera, era la secretaria del líder, y a su vez era hipnotizada por él. Tras presenciar varios intentos de contacto con el supuesto médico en el plano astral, una señora, no muy convencida de lo que estaba observando, preguntó: «¿Cómo saben que el supuesto maestro ancestral no es un farsante o que la secretaria, de manera no consciente, está diciendo lo que el jefe espera que diga?» De inmediato, el ambiente adquirió un clima de profanación. La mujer que había hecho la pregunta insistió: «¿No hay posibilidad de que estén equivocados?» La respuesta de los organizadores no se dejó esperar: «¡Pero lo dijo el maestro desde la otra vida! ¿No alcanza a ver usted la importancia de esto?» La señora contestó con tranquilidad que no veía tal importancia. Entonces, la esposa del líder se paró y dijo en tono ceremonial: «No es posible que se trate de un farsante, porque nos habríamos dado cuenta... Además, si fuera una estafa nuestra vida dejaría de tener sentido, porque el maestro nos ha enseñado la misión...».
Qué más se podía decir? De haber seguido la confrontación, la reunión habría terminado en una guerra santa. Cuando se apela a la autoridad como criterio de verdad de una manera tajante, cualquier conversación o intercambio de opiniones es imposible.
La filósofa Adela Cortina43 señala que en la Edad Media los criterios para determinar la verdad de un pensamiento o un mandato eran principalmente tres:
1. la evidencia percibida de manera inmediata («lo veo o lo siento así»);
2. pertenecer a una tradición debidamente acreditada y respetada; y
3. cuando dicha proposición era formulada por una autoridad competente.
Tradición y autoridad: dos muros de contención para detener la fuerza del cambio. Sin embargo, la apelación a una fuente venerable (un autor consagrado, un poder) muestra una debilidad implícita, porque si hubiera argumentos suficientes no habría que recurrir a ninguna magnificencia ni a ningún dogma. No digo que haya que ignorar caprichosamente al hombre sabio, sino que la verdad no se proclama ni se decreta; más bien se descubre, se busca, se trabaja o se sueña. ¿Qué queda de la humanidad creadora cuando la mente se limita a obedecer por obedecer?
Extracto del libro:
El arte de ser flexible
Walter Riso