¿Mis poderes  sobrenaturales,  mis poderes  maravillosos? 
Son sacar agua y traer leña. 
P'ang Yun (740-811) 
Érase una vez un muchacho llamado Gengoró.  Era un desharrapado,  un golfo, un vagabundo,  que arrastraba por los caminos sus harapos y no tenía padre, ni madre, ni casa. Una mañana de verano se despertó  a la orilla de un río y descubrió  entre  la espesura un pequeño  tambor  mágico, abandonado por  algún dios de las  aguas.   Muy  contento con esa ganga, lo cogió,  lo ató a su cinturón y quiso verificar inmediatamente sus poderes: 
-¡Nariz, crece, crece! -dijo, tocando el tambor, y su nariz creció y creció, y cuanto más tocaba el tambor más se alargaba su nariz.  Su apéndice pronto  cruzó el río y, con gran regocijo  por su parte, salió por encima de la copa de los árboles, al otro lado del agua. 
-¡Nariz, encógete, encógete!-dijo entonces tocando el tambor, y su nariz volvió a su medida normal. 
Era un juego  muy  distraído,  y Gengoró,   que era un bromista, lo habría prolongado  un buen rato.  Pero, mientras caminaba, reflexionaba. Utilizado  con tino,  ese tam bor  mágico podía  procurarle  gloria  y fortuna.  En  aquel momento   pasaba  por  delante   de  la residencia   de un  gran señor  que  tenía,  decían,  una  hija bella como    el sol,  en edad de casarse.  Gengoro, con su tambor mágico sujeto al cinto, merodeó por los alrededores. Finalmente descubrió un agujero en un seto,  se metió en él y, después de atravesar varios patios, se encontró  en el gineceo. Allí, una muchacha bellísima, como sólo existen en sueños, estaba  sentada al borde de un estanque y contemplaba en el agua una flor de loto. Gengoró se acercó y murmuró, tocando su tambor mágico: 
-Nariz de muchacha, encógete, encógete ...  
La nariz de la joven disminuyó y disminuyó  hasta que al fin desapareció. Cuando el gran señor vio a su hija lanzó un grito de espanto.  No  tenía nariz, su rostro  era plano como una torta. 
¡Ay! -dijo    el desgraciado padre-¿Cómo   vamos a casar a nuestra hija ahora, quién querrá a un monstruo?  Es absolutamente  necesario encontrarle un médico que le devuelva su nariz y su desaparecida belleza . 
***
Entonces desfilaron por la noble mansión los médicos más célebres de todo el país, pero también los curanderos, los magos e incluso los charlatanes. No se rechazaba a nadie, pues se esperaba ansiosamente un milagro. 
En ese momento fue cuando Gengoró se presentó. Los sirvientes estuvieron  a punto  de echarle, tan pobre  era su aspecto, pero obedecieron  las consignas  y fue introducido a su vez en la habitación  de la muchacha, que se ocultaba detrás de un biombo. Gengoró  se instaló y dijo en voz alta mientras tocaba discretamente  su tambor mágico: 
-¡Nariz    de muchacha, crece, crece! 
¡Oh  milagro,   a medida  que hablaba  y tocaba  el tambor, la nariz aparecía, se destacaba, recobraba su dimensión  habitual! El gran señor, loco de alegría, colmó  a Gengoró  de regalos.  Dieron un magnífico banquete en su honor. Recibió un vestido nuevo, una indumentaria  completa, un palanquín y varios sirvientes.  Incluso le ofrecieron una casa y las tierras colindantes.  Gengoró   llevó durante  un tiempo una existencia llena de placeres, y, si hubiera querido,  habría hecho fortuna.  Pero pronto  se aburrió.  Una mañana, tras darle las gracias al gran señor por sus favores, volvió a la carretera, pues prefería, a la riqueza y los honores, la pobreza y su insolente libertad.
***
-¡Maestro,  mostradme la Vía de la liberación!
-¿Quién  te ha encadenado? -pregunta el maestro-
¡Dime su nombre!
-Nadie-dice  el discípulo.
-¿Entonces por qué pides la liberación?
Extraído de:
La Grulla Cenicienta
Los más bellos cuentos zen
Henry Brunel
Fotografía del internet