En el patio de baldosas sonó un estrépito de botas con espuelas. Desnudo, tirado boca abajo sobre el charco de su sangre, el Tito Bernal alcanzó a entreabrir un ojo. Y pudo ver las botas plantadas ante su cara, botas que olían a cuero mojado, y desde ellas, la larga sombra que partía en dos el patio. Le ardió en el ojo la blancura del patio, blanco de luna.
Allá en lo alto de las botas, tronó una voz. El Tito la reconoció. Era la voz de Alcibíades Britez, jefe de policía de Asunción, un servidor de la patria que cobraba los sueldos y recibía las raciones de setecientos policías muertos. El Tito había escuchado esa voz cada una de las muchas veces que había sido molido a palos por causa de las ideas que creía y la gente que quería, porque andaban haciendo alboroto los campesinos sin tierra o porque se estaba llenando la ciudad de panfletos y pintadas que no eran para nada cariñosos con el superior gobierno.
La bota lo pateó, lo hizo rodar, la voz sentenció:
—El profesor Bernal... Vergüenza debía darte. Los profesores no están para armar líos. Los profesores están para dar conocimientos.
El Tito tenía la boca hecha un estropajo, pero consiguió decir:
—Así es.
Quizás el jefe de policía lo escuchó. Si lo escuchó, no lo entendió.
Tomado de:
Cuentos de Galeano en la Jornada
Eduardo Galeano
Fotografía de internet