YO NO CREO EN ABSOLUTO EN EL CARÁCTER. Deposito mi confianza en la consciencia. Si una persona se hace más consciente, su carácter se transforma. Pero esa transformación es completamente distinta: no está controlada por la mente; es algo natural, espontáneo. Y siempre que tu carácter es natural y espontáneo posee una belleza propia; en otro caso, ya puedes cambiar, ya puedes abandonar la ira, pero ¿dónde la abandonarás? Tendrás que dejarla en tu propia consciencia. Puedes cambiar una parte de tu vida, pero te desprendas de lo que te desprendas volverá a expresarse desde otro ángulo. Tiene que ser así. Puedes bloquear un arroyo con una roca; empezará a correr por otra parte, porque no puedes destruirlo. La ira existe en ti porque eres inconsciente, la avaricia existe en ti porque eres inconsciente, la posesión y la envidia existen porque eres inconsciente.
Así que no me interesa cambiar tu ira; sería como podar las ramas de un árbol con la esperanza de que el árbol desaparezca algún día. No sucederá; por el contrario, cuanto más lo podes más frondoso crecerá.
De ahí que vuestros llamados santos sean las personas más impuras del mundo, unos farsantes. Sí, vistos desde fuera parecen muy santos: demasiado santos, como sacarina, demasiado azucarados, empalagosos, repugnantes. Lo único que puedes hacer es presentarles tus respetos y marcharte corriendo. No puedes vivir con esos santos ni siquiera veinticuatro horas: ¡te morirías de aburrimiento! Cuanto más cerca de ellos, más perplejo y confundido te sentirás, porque empezarás a comprender que se han despojado de la ira por un lado, pero que ha entrado por otro lado de su vida.
La gente normal y corriente se enfada de vez en cuando, y esa ira es fugaz, momentánea. Después vuelven a reírse, vuelven a ser amables; las heridas no les duran mucho. Pero los llamados santos, con ésos, la ira es casi permanente. Simplemente están enfadados, y por nada especial. Han reprimido tanto la ira que simplemente están enfadados, en un estado permanente de furia. Se verá en sus ojos, se verá en su nariz, en su cara, en su modo de vida.
Lu Ting comía en un restaurante griego porque el dueño, Papadopoulos, preparaba un arroz frito realmente bueno. Iba todas las noches y pedía «aloz flito».
Al oírlo, Papadopoulos se moría de risa. A veces estaba con un par de amigos para que oyeran a Lu Ting pedir el «aloz flito». El chino se sintió tan herido en su orgullo que fue a una clase de fonética para aprender a pronunciar correctamente «arroz frito».
La siguiente vez que fue al restaurante dijo claramente:
-Arroz frito, por favor.
Sin dar crédito a lo que había oído, Papadopoulos preguntó:
-¿Qué ha dicho?
Lu Ting gritó:
-¡Lo has oído muy bien, gliego de mielda!
No hay mucha diferencia entre «aloz flito» y «gliego de mielda».
Cierras una puerta e inmediatamente se abre otra. Así no se produce la transformación.
Cambiar tu carácter es fácil; la verdadera tarea consiste en cambiar tu consciencia, en hacerte consciente, más consciente, más intensa y apasionadamente consciente. Cuando eres consciente resulta imposible enfadarse, resulta imposible ser avaricioso, envidioso, ambicioso.
Y cuando desaparecen la ira, la ambición, la envidia, el sentimiento de posesión, el deseo, se desata toda la energía que los acompaña. Esa energía se transforma en dicha. Y entonces no llega del exterior, sino que ocurre en el interior de tu ser, en lo más recóndito de tu ser.
Y cuando accedes a esa energía te conviertes en un campo receptivo, en un campo magnético. Atraes el más allá... cuando te conviertes en un campo magnético, cuando se reúne, cuando se junta en tu interior toda la energía que desperdicias inútilmente en tu inconsciencia. Cuando te transformas en un lago de energía, empiezas a atraer a las estrellas, empiezas a atraer el más allá, el paraíso mismo.
Y en el punto de encuentro de tu consciencia con el más allá es donde surge la dicha, la verdadera felicidad. No sabe nada de infelicidades; es pura felicidad. No sabe nada de la muerte; es pura vida.
No sabe nada de la oscuridad; es pura luz, y saber es la meta. Buda Gautama iba en su busca y un día, tras seis años de lucha, lo logró.
Tú también puedes lograrlo, pero he de recordarte una cosa: al decir que puedes lograrlo yo no estoy despertando el deseo de que lo hagas.
Simplemente constato un hecho: que si te conviertes en un estanque de inmensa energía, sin dejarte distraer por nada mundano, ocurre. Es más algo que ocurre que algo que se hace. Y es mejor llamarlo dicha que felicidad, porque la felicidad da la sensación de algo parecido a lo que conoces como felicidad. Lo que conoces como felicidad no es sino un estado relativo.
Benson fue a la tienda de Krantz a comprarse un traje. Encontró uno justo del estilo que quería; quitó la chaqueta de la percha y se la probó.
Krantz se le acercó y le dijo:
-Sí, señor. Le queda estupendamente.
-Pues me quedará estupendamente, pero no es mi talla. Me tira de los hombros.
-Póngase los pantalones -dijo Krantz-. Son tan estrechos que ya no se fijará en lo de los hombros.
Lo que llamáis felicidad es una cuestión relativa. Lo que los Budas llaman felicidad es algo absoluto. Vuestra felicidad es un fenómeno relativo. Lo que los Budas llaman felicidad es algo absoluto, sin relación con nadie más. No se compara con nadie más; es tuyo, es interior.
Bibliografía:
Alegría: Osho
Fotografía tomada de internet