jueves, 23 de mayo de 2019

EL VARÓN "EMBARAZADO"


3. El varón "embarazado"

Aunque no podemos parir físicamente, siempre he pensado que los padres también nos embarazamos.

Sin desconocer las dificultades evidentes del embarazo físico femenino, es bueno saber que el varón también pasa por un estado de "gravidez psicológica". Nosotros esperamos, sufrimos, hacemos fuerza, nos asustamos, reímos, lloramos y fantaseamos a la par. Estamos todo el tiempo ahí, sin saber qué hacer y pujando a distancia. Muchos maridos se cambiarían gustosos por sus mujeres, aunque muertos del miedo, al ver la complejidad de un trabajo de parto. Es cierto que no sentimos lo mismo, pero sentimos.

No estoy subestimando, ni mucho menos, la labor femenina, sino explicando qué ocurre en el interior del varón. He conocido hombres que sienten las mismas náuseas de la mujer y vomitan más que ellas, he visto a algunos tener contracciones, y a otros hasta cambiar el caminado. No sé si se trata de una imitación, una solidaridad inconsciente o algún tipo de feromona femenina no detectada sino por los hombres, pero nos alteramos y descompensamos. En cierto sentido, también damos a luz; a nuestra manera, pero lo hacemos. Algo ocurre con el varón en estado de gestación, que aún no podemos explicar claramente desde la psicología.

Es curioso ver cómo reaccionan los hombres frente a sus esposas durante la espera de un hijo.

Aunque las respuestas psicológicas masculinas al embarazo pueden ser variadas y contradictorias, no obstante, pese a su diversidad, es posible definir cinco tipos básicos de varones en estado de gestación.

Un primer grupo ni se da por enterado. Para ellos, tener un hijo es como comprar un carro o un problema metafísico de otra galaxia. No se preocupan ni viven la espera, se muestran ajenos y totalmente ignorantes del evento, como si la embarazada fuera la vecina o el hijo fuera de otro. No hay placer, ni dudas, ni miedo, ni celos: nada. El asunto no es con ellos. Cuando por presiones de la mujer se ven obligados a intervenir de alguna manera, lo hacen de mala gana y mal hecho. Es apenas comprensible que semejante actitud genere un rechaza mortal en los familiares de la encinta, y depresión profunda en la mujer. Si hay algún vestigio de humanidad latente en ellos, al nacer el bebé y poder vivenciar de una manera más directa y real la paternidad, comienzan a comportarse de manera normal.

Un segundo grupo está conformado por aquellos maridos a quienes les da por el enamoramiento. El sentimiento por sus esposas se hace exponencial. Las adoran, las cuidan, las consienten y las aman profundamente, mucho más que antes de la concepción. En estos hombres, como el empaque es doble, se produce una curiosa mezcla entre sus roles de padre y esposo: por amar a su hijo, aman a su esposa, y al amar a su esposa, aman a su hijo. Un hombre orquesta afectivo y un derroche de cuidados a manos llenas. No importa el lugar, la hora o el precio, para ellos no hay limitaciones: "Tus deseos son órdenes para mí"; un genio sin lámpara, dispuesto y listo para lo que quieran mandar. Mientras dure la gestación, será el mejor yerno y el ejemplar marido que ella siempre añoró; pero en cuanto nazca el bebé, sufrirá' un inmediato retroceso a sus viejas costumbres afectivas. El "Ceniciento "vuelve al trabajo y a la lucha diaria.

Nacido el infante, se acaba el encanto y, otra vez, de príncipe a renacuajo. Para su mujer, cada parto es la oportunidad de sentirse amada, al menos por unos meses.

Un tercer grupo está configurado por padres que se sienten relegados. Estos maridos, al enterarse del estado de su señora, se vuelven paranoicos. Un temor oscuro y egoísta los lleva a sentirse desplazados antes de tiempo. Su pensamiento es que ese nuevo ser les quitará el cariño de su esposa o, al menos, los bajará de puesto. La relación con el bebé es claramente ambivalente y de competencia. Aunque disimulen, la preocupación se les hace manifiesta. Preguntan poco, intervienen lo mínimo, evitan el tema e intentan que su pareja cada día se acerque más a ellos, pero no por amor, sino por miedo a perder privilegios. Estos hombres desarrollan una celotipia filial. Aunque al comienzo no suelen aceptar mucho al recién nacido, al cabo de algunos meses se resignan a compartir el amor y los cuidados de su mujer con el nuevo invasor.

El cuarto grupo está constituido por aquellos maridos que muestran rechazo por la mujer embarazada.
El fastidio se hace evidente. Estos varones, al enterarse de que van a ser padres, sufren una profunda transfiguración emocional: si antes eran maridos tiernos y delicados, ahora no. La mera aproximación de la mujer les produce incomodidad. Algunos sienten repulsión ante la sola idea de tener sexo, y otros, de manera totalmente irracional e infundada, sienten miedo a lastimar la criatura que viene en camino. No sabemos, a ciencia cierta, por qué ocurre este fenómeno, pero en esta etapa de engorde un porcentaje considerable de hombres decide ser infiel. Más aún, muchos matrimonios se desbaratan en esta época. El marido, que había sido austero en cuestiones femeninas, se convierte en un don Juan empedernido, ávido de nuevas experiencias y desconsiderado con la situación. No es que sean antipáticos y groseros a propósito, simplemente no les nace. Pueden asumir sus responsabilidades y prepararse para recibir al niño en forma adecuada, pero el desamor que sienten por la madre de su futuro hijo es evidente, y duele. Un ambiente de frialdad, hasta entonces desconocido, envuelve a la pareja. Estas mujeres suelen ver la posibilidad de otro embarazo con verdadero terror.

El quinto grupo está formado por los hombres que disfrutan sanamente de la experiencia de la paternidad sin involucrar a la pareja en forma patológica. Pese al nerviosismo natural que acompaña el acontecimiento, la dicha es plena. La relación con sus esposas no cambia sustancialmente; aunque la calidad de los cuidados mejora (ahora son dos), no se establecen lazos enfermizos de inseguridad o dependencia extrema. Para los varones maduros y equilibrados, el embarazo es una buena oportunidad para estrechar nuevos vínculos con la mujer amada, y mejorar los anteriores.



Extracto tomado del libro:
Intimidades masculinas
Walter Riso
Imágenes tomadas de internet