Un árabe estaba un día al borde de un camino ante su perro que agonizaba. Se lamentaba:
«¿He merecido yo semejante desgracia?».
Un mendigo que pasaba por allí le dijo:
«¿Por qué te lamentas?
—Poseía un perro de buen carácter y míralo muriéndose en medio del camino. Me guardaba por la noche, cazaba para mí. ¡Me protegía de los ladrones y me abastecía de caza!
—¿Y cuál es su enfermedad?
—¡Se muere de hambre!
—Ten paciencia pues Dios es generoso con los que esperan. Pero, dime, ¿qué es ese saco que llevas ahí?
—Es mi alimento. Es el que me procura mi fuerza y mi vigor.
—¿Por qué no lo has dado a tu perro?
—¡Mi piedad no llega hasta eso! ¡Si quiero comer, tengo que pagar, pero las lágrimas no cuestan nada!
—¡Oh, idiota! ¿Tiene una rebanada de pan más valor que las lágrimas? Las lágrimas son sangre. Es el pesar el que las transforma en agua. ¡Más vale morir que desperdiciar sangre!».
Cuando el justo llora, el cielo llora con él.
150 Cuentos sufíes
Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
Fotografía tomada de internet