Un pavo real estaba arrancándose las plumas. Acertó a pasar por allí un sabio, que le dijo:
«¡Oh, pavo real! ¿Por qué pretendes afearte? Es una lástima arrancar tan hermosas plumas. ¿Cómo tienes valor para estropear ese maravilloso atavío? Tus plumas son universalmente apreciadas. Los nobles se hacen abanicos con ellas. Los sabios se hacen marcapáginas para el Corán. ¡Qué ingratitud la tuya! ¿Has pensado alguna vez en El que ha creado esas plumas o es que lo haces adrede? Nunca podrás reponerlas en su sitio. No te laceres el cuerpo por pesar, pues eso no es más que blasfemia».
Al oír estos consejos, el pavo real se puso a llorar y sus lágrimas emocionaron a toda la concurrencia. El sabio continuó:
«He cometido un error. No he hecho más que aumentar tu pena».
El pavo real siguió regando el suelo con sus lágrimas y su llanto era como centenares de respuestas. Dejando al fin de llorar, dijo al sabio:
«Tú ves los colores y percibes los olores. Por esta razón es por lo que no comprendes la multitud de tormentos que me cuestan estas plumas. ¡Oh, cuántos cazadores han lanzado flechas contra mí para poder apoderarse de ellas! Ya no tengo fuerza para resistir esta caza perpetua. Sólo me queda el recurso de separarme de mis atractivos y refugiarme en el desierto o en la montaña. ¡Cuando pienso que hubo un tiempo en el que estas plumas eran mi orgullo!».
Cada instante de orgullo es una maldición para los vanidosos.
150 Cuentos sufíes
Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
Fotografía tomada de internet