Un enamorado estaba relatando a su amada todo lo que había hecho por ella:
«He hecho muchas cosas por ti. Por culpa tuya he sido blanco de muchas flechas. Mis bienes han volado y mi dignidad al mismo tiempo. ¡Ah, cuánto he sufrido por tu amor! Ya no hay noche ni día que me traiga una sonrisa».
Así enumeraba la lista de los amargos brebajes que había tenido que absorber. No hacía esto con el fin de culpabilizar a su amada, sino, más bien, para probarle su sinceridad. Pues la sed de los enamorados no colma ningún instinto. Describía sus penas sin cansarse. ¿Cómo podría un pez cansarse del agua?
Cuando había terminado de hablar de sus desengaños, añadía:
«¡Y aún no te he dicho nada!».
Era como la candela que ignora su llama y se funde en lágrimas.
Su amada le respondió:
«Es verdad, has hecho todo eso por mí. Pero ahora préstame atención y escucha esto: ¡tú no has ido hasta el origen del origen del amor y todo lo que has hecho es aún poca cosa!
—Dime ¿cuál es, pues, ese origen?
—Es la muerte, la desaparición, la inexistencia. ¡Has hecho todo para probar tu amor, salvo morir!».
En aquel mismo instante, el enamorado rindió el alma en la alegría y esta alegría le quedó, eternamente.
150 Cuentos sufíes
Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
Fotografía tomada de internet