martes, 30 de junio de 2020
LA CAUSA DEL SUFRIMIENTO
Estar vivo en forma humana muchas veces es considerado una experiencia difícil. Luchamos y sufrimos y rara vez nos sentimos bien con el mundo y con nosotros mismos. ¿Qué es esta sensación de dificultad? ¿Qué causa esta sensación de dificultad y dolor? ¿Cuál es la fuente de nuestro sufrimiento? ¿Qué significa sufrir?
Cada momento está lleno de una sinfonía de sensaciones, pensamientos y sentimientos. Tome un momento y note todo lo que sucede ahora mismo: sonidos, sensaciones visuales, táctiles, olores, sensaciones internas, pensamientos, sentimientos, presión, deseos y añoranzas. Es imposible reunir una lista de todo lo que experimenta en cada momento porque son tantas cosas. Y todo ello cambia constantemente, convirtiéndose en una nueva serie de sensaciones, pensamientos y sentimientos.
Las emociones crudas y pensamientos que surgen al azar en cada instante, frecuentemente están acompañadas por una reacción interna ante lo vivido. La mayor parte del tiempo, estamos ocupados internamente intentando rechazar o controlar la experiencia del momento.
Esta actividad interna requiere mucho esfuerzo e involucra una lucha contra algo que experimentamos, ya sea de modo externo o interno.
Este esfuerzo interno es la fuente verdadera de todo nuestro dolor y sufrimiento.
Esta es una buena noticia, ya que significa que ninguna experiencia o sensación por sí sola puede causarnos sufrimiento. Tenemos que resistirla o luchar contra ella para que se torne dolorosa. Si simplemente nos permitimos estar realmente conscientes de la experiencia o de la sensación que experimentamos sin luchar contra ella, el sufrimiento y dolor desaparecen.
Extracto del libro:
Eso es eso
aka Nirmala
Fotografía tomada de internet
lunes, 29 de junio de 2020
¿ES QUE NO HA NADA MÁS?
Pregunta 11:
¿Es que no hay nada más?
La vida me parece vacía, sin sentido. No dejo de pensar que tiene que haber algo más. Quiero que haya algo más.
Hay mucho más, infinitamente más, pero tu deseo erige una barrera para que no lo consigas. El deseo es como un muro que te rodea; la ausencia de deseo te abre una puerta.
Ésta es una de las leyes más paradójicas de la vida, pero también una de las más fundamentales: desea algo y lo perderás; no lo desees y lo obtendrás.
Dice Jesucristo: «Busca y hallarás», Buda dice: «No busques, porque no encontrarás». Dice Jesucristo: «Pide y se te concederá». Dice Buda: «No pidas, porque así no te será concedido». Jesucristo dice: «Llama a las puertas, y se te abrirán». Buda dice: «Espera… observa…». Las puertas no están cerradas. Si llamas, el hecho mismo de llamar demuestra que estás llamando a otro sitio —a una pared—, porque las puertas están siempre abiertas.
Jesucristo fue un iluminado, como Buda, ni más ni menos iluminado. Entonces ¿por qué esa diferencia? La diferencia se centra en las personas a las que se dirigía Jesucristo. Se dirigía a personas que no estaban iniciadas, que no estaban iniciadas en los misterios de la vida. Buda se dirige a un grupo de personas completamente distintas, los iniciados, los expertos, quienes pueden comprender lo paradójico. Lo paradójico significa lo misterioso.
Dices: «Mi vida parece vacía, sin sentido…». Te parece tan vacía y absurda porque siempre ansias más y más. Olvídate de esas ansias, y sufrirás una transformación radical. En cuanto dejas de pedir más, desaparece ese vacío. El vacío es un derivado de pedir más y más, una sombra que persigue al deseo de querer más. Deja que desaparezca el deseo y mira hacia atrás: la sombra ya no está ahí.
En eso consiste la mente, en un continuo pedir más y más. No importa que tengas esto o lo otro; la mente pedirá más. Y porque no para de pedir más te sientes vacío, como si estuvieras perdiéndote muchas cosas. Y debes comprender lo siguiente: que el vacío surge porque pides más y más. El vacío no existe, es mentira, pero te parecerá muy real cuando te quedes atrapado en la red del deseo.
Has de comprender que el deseo es la causa de tu vacío. Observa esos deseos, y al observarlos desaparecerán, y el vacío con ello. Entonces te invadirá una profunda satisfacción. Te sientes tan pleno que te desbordas. Tienes tanto que empiezas a compartir, empiezas a dar, a dar por el puro placer de dar, sin ninguna otra razón. Te conviertes en una especie de nube henchida de lluvia: el agua tiene que caer en alguna parte. Caerá incluso sobre las piedras en las que no puede crecer nada; caerá aquí y allá. La nube no va a preguntar si tiene que caer en este sitio o en el otro. Estará tan cargada de lluvia que descargará el agua donde sea.
Cuando desaparece el deseo, tu dicha es tan plena, te sientes tan contento, tan pleno de plenitud, que empiezas a compartir. Sucede porque sí. Y entonces la vida empieza a tener sentido, empieza a tener significado. Entonces surgen la poesía, la belleza, la gracia. Entonces surgen la música, la armonía… Tu vida se convierte en una danza.
Como el vacío y el sinsentido es algo que tú has hecho por ti mismo, también puedes deshacerlo. Dices: «No dejo de pensar que tiene que haber algo más». Eso es lo que crea el problema. Y yo no digo que no haya nada más; desde luego que lo hay, mucho más de lo que te imaginas. Yo lo he visto, lo he oído, lo he experimentado… ¡Hay mucho más, infinitamente mucho más! Pero nunca te pondrás en contacto con ello si tu deseo continúa. El deseo es un muro; el no deseo es un puente. La dicha es un estado de no deseo; el sufrimiento es un estado de deseo.
Dices: «Quiero que haya algo más». Cuanto más quieras más perderás. Tú puedes elegir. Si quieres seguir sufriendo, desea más y más y te perderás más y más. Recuerda que lo eliges tú, que tú eres el responsable. Nadie te obliga. Si realmente quieres ver lo que es, no te preocupes por el futuro, no ansíes algo más. Fíjate únicamente en lo que es.
La mente pide, desea, exige constantemente y crea frustraciones porque vive de expectativas. El mundo entero padece una sensación de sinsentido, por la razón de que el ser humano pide más de lo que ha pedido nunca. Por primera vez el ser humano desea más de lo que ha deseado jamás. La ciencia le ha dado tanta esperanza, lo ha apoyado tanto para que deseara más… A principios del siglo XX reinaba un gran optimismo porque la ciencia estaba abriendo nuevas puertas y todos pensaban: «Ha llegado la era dorada; está a la vuelta de la esquina. Lo hemos conseguido. Nuestros ojos verán el paraíso sobre la tierra». Y naturalmente todo el mundo empezó a desear más y más.
El paraíso no ha descendido a la tierra. Por el contrario, la tierra se ha convertido en un infierno. La ciencia desató vuestros deseos, fomentó vuestros deseos. Fomentó las esperanzas de cumplir esos deseos, con el resultado de que el mundo entero vive sumido en el sufrimiento. Nunca había ocurrido esto. Es muy extraño, porque por primera vez el hombre posee más cosas que nunca. Tiene más seguridad, más tecnología científica, más comodidades que nunca, pero también todo tiene menos sentido. El hombre jamás ha estado tan desesperado, jamás se ha esforzado tan desesperadamente por conseguir más.
La ciencia te da deseos; la meditación te proporciona una compresión del deseo. Esa comprensión te ayuda a dejar de desear. Y de repente algo que hasta ahora estaba oculto se desvela, se manifiesta. Algo brota en tu ser, y se cumple todo lo que habías deseado, y más. Dispones de más de lo que podrías haberte imaginado, de lo que nadie había imaginado. Sobre ti desciende una dicha increíble. Pero prepara el terreno, prepara la tierra adecuada. El no desear es el terreno adecuado.
Mantente en un estado receptivo. Eres agresivo; quieres más, y eso es una agresión sutil. Sé receptivo, abierto, accesible… y tendrás derecho a todos los milagros posibles.
Bibliografía:
Alegría: Osho
Fotografía tomada de internet
domingo, 28 de junio de 2020
EL ASNO LASTIMADO
Había un aguador que poseía un asno de carácter desabrido y cansado de la existencia. Los fardos habían lastimado su lomo y éste inconsolable no esperaba ya más que la muerte. La falta de alimento lo hacía sufrir cruelmente y soñaba continuamente con un pienso de paja. El acicate había dejado, además, en sus costados unas llagas dolorosas.
Ahora bien, el palafrenero jefe del palacio del sultán conocía al propietario de este asno. Un día se cruzó con él en su camino. Lo saludó y, viendo el estado de su asno, se compadeció de él.
«¿Por qué está este asno tan demacrado? preguntó.
—La causa es mi pobreza, respondió el hombre. También yo estoy necesitado y mi asno tiene que prescindir de todo alimento».
El palafrenero le dijo:
«Confíamelo unos días para que aproveche un poco las ventajas de la cuadra del sultán».
El hombre le confió, pues, su asno y éste fue instalado en las cuadras del palacio. Allí vio unos caballos árabes, fogosos y lustrosos, provistos de un buen lecho de paja y de abundante alimento. El suelo estaba limpio y aseado. Nunca llegaba a faltar nada. Y viendo que a cada momento los almohazaban, el asno elevó los ojos al cielo y dijo:
«¡Oh, Dios mío! Aunque sólo sea un asno, soy, de todos modos, una de tus criaturas. ¿Por qué, entonces, tengo que soportar esta miseria y estos tormentos? Paso las noches llamando a la muerte con mi deseo a causa de mi lomo baldado y mi vientre vacío. En comparación, la suerte de estos caballos me parece particularmente envidiable. ¿Es que, por casualidad, me están reservadas estas pruebas a mí solo?».
Ahora bien, un día estalló la guerra. Los caballos fueron ensillados y partieron al combate. Cuando volvieron a la cuadra, estaban ensangrentados, heridos por todas partes por innumerables lanzazos o flechazos. Los hicieron entrar en la cuadra y los trabaron para que el herrador, provisto de su lanceta, pudiese actuar. Y éste empezó a cortar en las heridas para retirar las puntas de las flechas. Al ver todo esto, el asno se dijo:
«¡Oh, Dios mío! A fin de cuentas, estoy satisfecho con mi estado de pobreza. Esta abundancia se vuelve pronto muy amarga. ¡Muy poco para mí! Quien busca la salvación no se aficiona a este mundo de aquí abajo. ¡Mi salvación es la pobreza!».
150 Cuentos sufíes
Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
Fotografía tomada de internet
sábado, 27 de junio de 2020
LAS FLORES
IV FLORES
El título de este capítulo representa las cosas del mundo que podemos perseguir despreocupadamente como vanidades incluso mientras nos acechan el tiempo y la muerte, o que podemos conscientemente utilizar constructivamente para embellecer el mundo
si nos damos cuenta de su valor. Mejor incluso que el color y la fragancia mundanas, nos dicen los aforismos, es la bondad de carácter por la cual podemos convertirnos, tal como suele decirse, en un loto exquisito que crece a partir de un montón de polvo.
1. ¿Quién conquistará la tierra
y este mundo de muerte con sus
dioses? ¿Quién reunirá palabras
acertadas llenas de verdad como el
experto que recolecta flores?
2. Será el estudioso el que
conquistará esta tierra y el mundo
de la muerte con sus dioses. Será
el estudioso el que reúna palabras
acertadas llenas de verdad como el
experto recolecta flores.
En este contexto, «estudioso» no indica la sabiduría académica sino la sinceridad y la diligencia en el estudio de lo que es verdadero.
4. La muerte se lleva al
absorto en recoger flores como la
inundación arrasa un pueblo
dormido.
5. La muerte sobrepasa al
absorto en recoger flores antes de
que haya cumplido su objetivo.
Aquí, «recoger flores» significa dedicarse a los objetos de deseo hasta el punto de despreocuparse de la naturaleza objetiva del deseo.
6. Así como la abeja toma el
néctar y se marcha sin dañar el
color o el aroma de las flores, as¡
debería actuar el sabio en un
pueblo.
Esta popular imagen budista se refiere a la vida en el mundo sin obsesiones, sin deformarlo a la fuerza por las actitudes y las conductas agresivas y codiciosas.
7. No mires las faltas de los
demás o lo que los demás han
hecho o dejado de hacer; observa
lo que tú has hecho y has dejado
de hacer.
Dahui, el famoso maestro zen, solía recomendar un proverbio equivalente a éste como medio de llegar al despertar: «No montes el caballo de los demás, no dispares el arco de los demás, no te metas en los asuntos de los demás.»
8. Como bella flor plena de
color pero carente de fragancia, ni
siquiera las palabras bien dichas
dan fruto en aquel que no las pone
en práctica.
9. Como bella flor plena de
color y también fragante, las
palabras bien dichas dan fruto en
aquel que las pone en práctica. 10.
Así como se pueden hacer muchos
tipos de guirnaldas a partir de un
montón de flores, también puede
hacer mucho bien un ser mortal.
Baste con esto para calificar el cliché popular de que el budismo es pesimista, negativo y negador del mundo. El tercer patriarca chino zen escribió: «No desprecies los seis sentidos porque los seis sentidos no son malos; al fin y al cabo, son lo mismo que el auténtico despertar.»
11. El aroma de las flores no
avanza contra el viento; ni el
sándalo ni el áloe**, ni el jazmín.
Pero el aroma del virtuoso sí avanza
contra el viento; la fragancia de su
rectitud perfuma en todas
direcciones.
12. El sándalo, el áloe, el loto
azul, el jazmín de flor grande:
hasta en medio de cosas tan
fragantes la fragancia de la
conducta virtuosa es la mejor de
todas.
13. La fragancia del áloe y del
sándalo es leve; la fragancia de la
gente virtuosa es intensa y llega
incluso hasta los dioses.
La visionaria escritura budista llamada Avatamsaka-sutra está repleta de imágenes de fragancias que simbolizan el «perfume» de la moralidad y de la bondad de carácter.
14. La afección maligna no
tiene cómo acometer a aquellos
que han perfeccionado la conducta
virtuosa, que viven vigilantes y
que se han liberado por medio del
conocimiento auténtico.
** Se trata de la madera del árbol indio Aquilaria agallocha, de carácter resinoso, que se quema para perfumar el ambiente. (N. del T.)
A propósito de la «liberación por medio del conocimiento auténtico» dijo Linji, el maestro zen clásico: «Los que estudian el budismo deberían buscar de momento la percepción y la comprensión verdaderamente auténticas. Si se consiguen la percepción y la comprensión verdaderamente auténticas, entonces el nacimiento y la muerte no nos
afectan; se es libre de marcharse o de quedarse.» Y también: «Es sumamente urgente que busquéis la percepción y la comprensión verdaderamente auténticas, de manera que podáis ser libres en el mundo y que no os confundan los espiritualistas vulgares.»
15-16. Así como el loto
fragante y delicioso crece de un
montón de polvo en el camino, así
en medio de los mortales ciegos,
que tanto se parecen al polvo,
brillan los discípulos de la
auténtica iluminación.
Para describir el viaje mayor se utiliza una imagen similar a ésta de «estar en el mundo pero no ser del mundo»; en ese viaje se «reinvierten» continuamente la liberación y la iluminación individuales en el mundo en beneficio de la gente del mundo.
Extracto del libro:
Dhammapada Buda
Imágenes tomadas de Internet
viernes, 26 de junio de 2020
12. EL LENGUAJE
Es muy posible que el lenguaje sea el origen del egocentrismo porque todo lo convierte en cosa con el nombre. La palabra limita la cosa y sólo quedan posibilidades de asociación y combinación. Hemos perdido áreas cerebrales muy extensas como el olfato para ser sustituidas por estaciones de contacto, asociación, distribución de conceptos propietarios de emociones, experiencias, imágenes, sonidos…
Hay mucho contenido común en las diversas culturas resultado de intercambios durante cincuenta mil años de migraciones por hambre, cambios de clima, guerras, comercio, conquista, plagas, invasiones masivas intercontinentales…etc. La especie comienza en África y sucesivas excursiones la conducen a la India, Asia y Europa. Los idiomas europeos son indoeuropeos y el griego tiene relación con los pueblos antiguos de oriente medio como los Hititas. Por China y Rusia, a las Américas.
Las lenguas y razas son producto del mestizaje y la adaptación.
Bibliografía:
La luciérnaga ciega: Soko Daido Ubalde
Fotografía tomada de internet
jueves, 25 de junio de 2020
EL MONO QUE SALVO A UN PEZ
«¿Qué demonios estás haciendo?», le pregunté al mono cuando le vi sacar un pez del agua y colocarlo en la rama de un árbol.
«Estoy salvándole de perecer ahogado», me respondió.
Lo que para uno es comida, es veneno para otro. El sol, que permite ver al águila, ciega al búho.
Del libro:
Anthony de Mello
El Canto del Pájaro
Fotografía tomada del internet
miércoles, 24 de junio de 2020
UNA REVOLUCIÓN DE COMPASIÓN
Todos portamos con nosotros un miedo original. Pero el miedo no afecta tan solo al individuo, sino que también son muchos los países y regiones del mundo que se debaten entre las llamas del miedo, el sufrimiento y el odio. Aunque solo sea para apaciguar nuestro sufrimiento, tenemos que volver a nosotros mismos y tratar de entender qué es lo que nos mantiene atrapados en la violencia y el miedo. ¿Qué ha provocado en los terroristas tanto odio que no dudan, para provocar el sufrimiento ajeno, en sacrificar su propia vida?
Percibimos el odio que albergan, pero ¿qué es lo que lo motiva? La respuesta es la injusticia percibida. Es cierto que debemos encontrar el modo de detener la violencia, lo que puede obligarnos, mientras esas personas representen un peligro para los demás, a mantenerlas aisladas, pero no lo es menos también que debemos preguntarnos cuál es nuestra responsabilidad en las injusticias del mundo.
No nos gusta sentirnos asustados y hay veces en que, si nos aferramos al miedo, este acaba convirtiéndose en enfado. Estamos enfadados por tener miedo y también estamos enfadados con lo que nos hace sentir asustados y con quienes consideramos causantes de nuestro miedo. Hay quienes dedican su vida a vengarse de las personas a las que consideran causantes de su sufrimiento. Pero esa motivación no hace sino generar más sufrimiento, no solo a los demás, sino a quienes experimentan las cosas de ese modo.
El odio, la ira y el miedo son fuegos que solo la compasión puede sofocar. Pero ¿dónde lograr esa compasión? No es algo que se venda en los supermercados porque bastaría, en tal caso, con llevarla a nuestro hogar y disolver todo el odio y la violencia que hay en el mundo. La compasión solo puede generarse, a través de la práctica, en nuestro corazón.
Hay veces en que alguien a quien amamos (nuestro hijo, nuestra esposa o cualquier familiar) dice o hace algo cruel que nos hiere. Y aunque en tal caso creamos ser los únicos que sufrimos, lo cierto es que la otra persona también está sufriendo. Si no sufriese, sus acciones y palabras no serían tan desagradables. Las personas a las que amamos no saben transformar su sufrimiento y se limitan, en consecuencia, a volcar sobre nosotros su miedo y enfado. A nosotros compete generar la energía de la compasión que, comenzando por apaciguar nuestro corazón, nos permita luego ayudar a los demás. Si nos limitamos a responder violentamente, no haremos sino aumentar y perpetuar el ciclo del sufrimiento.
Responder a la violencia con violencia genera más violencia, injusticia y sufrimiento, no solo en las personas a las que tratamos de castigar, sino también en nosotros mismos. Todos albergamos, en nuestro interior, una semilla de sabiduría, con la que, cuando respiramos profundamente, podemos conectar. Estoy convencido de que, si todo el mundo tuviese la oportunidad –aunque solo fuera durante una semana– de alimentar la energía de la sabiduría y la compasión, se reduciría significativamente el nivel de miedo, odio e ira que asola nuestro planeta. Por ello recomiendo encarecidamente a todo el mundo el ejercicio de la calma y concentración mental para regar de ese modo las semillas de la sabiduría y la compasión que ya se encuentran presentes en nosotros y aprender también el arte del consumo consciente. Si somos capaces de hacerlo, pondremos en marcha una revolución pacífica, el único tipo de revolución que puede ayudarnos a superar la difícil encrucijada en que nos hallamos.
Extracto del libro:
Miedo
Thich Nhat Hanh
Fotografía tomada de internet
martes, 23 de junio de 2020
SONIDO
Viento en la cueva:
Movimiento en la quietud.
Poder en el silencio.
En una cueva, todos los sonidos externos son suavizados por la roca y la tierra, pero esto hace que los sonidos del latir del propio corazón y la respiración sean audibles. De la misma manera, la quietud contemplativa nos aleja del clamor cotidiano pero nos permite oír lo sutil en nuestras propias vidas.
Al escuchar no con el oído sino con el espíritu, se puede percibir el sonido sutil.
Al entrar en ese sonido, entramos en la suprema pureza. Es por eso que tantas religiones tradicionales rezan, cantan o salmodian como preludio al silencio.
Entienden que la repetición y la absorción del sonido los lleva a lo sagrado.
El sonido más profundo es el silencio. Esto puede parecer paradójico sólo si consideramos el silencio como una ausencia de vida y vibración. Pero para un meditador, el silencio es el sonido unificado con todos sus opuestos. Es tanto sonido como ausencia de sonido, y es en esta confluencia que emerge el poder de la meditación.
Extracto del libro:
365 Meditaciones Tao
Fotografía tomada de internet
lunes, 22 de junio de 2020
EL ASNO Y EL ZORRO
Un campesino poseía un asno flaco y demacrado que, desde el poniente hasta la salida del sol, vagaba, lamentable, sin comer nada, por los pedregosos desiertos. Ahora bien, en estos parajes había un bosque rodeado de marismas, en el que reinaba un león, gran cazador. Este león se encontraba entonces agotado y malherido como consecuencia de un combate con un elefante. Estaba tan débil que ya no tenía fuerza para cazar. Tanto, que él y los demás animales se encontraban privados de alimento. Estos últimos tenían, en efecto, la costumbre de alimentarse con los restos de la comida del león. Un día el león ordenó al zorro:
«Ve a cazarme un asno. Busca uno en el prado y arréglatelas para traerlo aquí por astucia. Comiendo su carne recuperaré fuerzas y me pondré de nuevo a cazar. Necesitaré muy poco y os dejaré el resto. Practica tus sortilegios y tráeme un asno o un buey. Emplea cualquier medio a tu conveniencia, pero arréglatelas para que se acerque a mí.
—Soy tu servidor, dijo el zorro. Estoy en mi terreno cuando se trata de astucia. Mi camino aquí abajo consiste en guiar a los que abandonan el buen camino».
Partió, pues, hacia el prado. Pues bien, en su camino, en medio de un desierto, vino a dar con un asno que vagaba, flaco y demacrado. Se acercó y entabló conversación con este inocente.
«¿Pero qué haces tú en este pedregoso desierto?
—El que yo coma espinas o que esté en el jardín del Irem Dios lo ha querido así y yo le doy gracias por ello. Se deben agradecer los beneficios tanto como las decepciones. Pues en el destino existe lo peor de lo peor. Como es Dios quien hace el reparto, la paciencia es la llave de todo favor. Si me ofrece leche, ¿por qué habría de pedirle miel? De todos modos cada día trae su parte de tormentos.
—Pero, replicó el zorro, la voluntad de Dios es que busques la parte que te está destinada. Este es un mundo en el que reina el pretexto. Si no hay pretexto ni razón aparente, tu parte se te escapa. Por eso es por lo que es importante reclamar.
—Lo que dices, dijo el asno, prueba tu falta de confianza en Dios.
Pues El que da la vida dará también el pan. El que es paciente acaba por encontrar su parte, tarde o temprano y, con seguridad, más rápidamente que el que no sabe esperar.
—¿La confianza en Dios? respondió el zorro. Eso es algo muy escaso. Y no creas que tú o yo la tengamos. Hay que ser muy ignorante para pretender conseguir lo escaso, pues no a todos les es dado llegar a sultán.
—Tu discurso está hecho sólo de contradicciones, replicó el asno.
Aquí abajo, todas las desgracias provienen de la codicia. Hasta hoy, nadie ha oído hablar nunca de una muerte causada por la moderación y nadie ha llegado a sultán sólo por la fuerza de su ambición. Los perros no comen pan y los cerdos tampoco. La lluvia y las nubes no son fruto de una acción humana. El deseo que tienes de conseguir tu parte no tiene igual sino en el deseo que tu parte tiene de unirse a ti. Si tú no vas hacia ella, ella vendrá a ti. En esta búsqueda, la precipitación sólo puede traer decepciones.
—¡Eso no es más que una leyenda! se burló el zorro. Hay que hacer un esfuerzo, aunque no sea más que para obtener una semilla. Puesto que Dios te ha dado manos, debes usarlas. Tienes que trabajar, aunque sólo sea para ayudar a tus amigos. Puesto que nadie puede ser a la vez sastre, aguador y carpintero, el universo encuentra equilibrio en la distribución del trabajo y de las ganancias. Es un error creerse libre porque se consume gratis.
—Yo no conozco mejor ganancia que la confianza en Dios, dijo el asno; pues cada vez que se dan las gracias a Dios, aumenta nuestra ganancia».
Conversaron así durante mucho tiempo y acabaron por agotar las preguntas y las respuestas. Finalmente, el zorro dijo al asno:
«Es una idiotez esperar en este desierto de piedras. La tierra de Dios es vasta. Ve mejor al prado. En él, todo es verde como en el paraíso. La hierba crece abundante. Todos los animales viven allí alegres y felices. La hierba es tan alta que incluso un camello podría ocultarse en ella. Unos arroyos de agua pura amenizan este Edén por aquí y por allá».
El asno ni siquiera dudó en responder:
«¡Oh, traidor! Si vienes de ese paraíso, ¿por qué estás tan flaco? ¿Y dónde está, tu alegría? La debilidad de tu cuerpo es peor que la mía. Si eres un mensajero de los arroyos de lo que me hablas, entonces ¿qué mensajero enviará la sequía? Tú cuentas muchas cosas, pero apenas presentas pruebas».
A fuerza de insistencia, el zorro consiguió arrastrar al asno hacia el bosque. Lo condujo hacia el cubil del león. Cuando estaban aún bastante lejos, el león cargó, lleno de impaciencia. Con un terrible rugido, se precipitó hacia el asno, pero sus fuerzas lo traicionaron y el asno, medio muerto de miedo, logró refugiarse en la montaña. El zorro dijo entonces al león:
«¡Oh, sultán de los animales! ¿Por qué has actuado así contra toda razón? ¿Por qué te has precipitado? Si hubieras sabido esperar, era asunto resuelto. Al verte, el asno ha huido y tu debilidad, revelada a la luz del día, te cubre de vergüenza.
—Yo creía poseer mi fuerza de otros tiempos, dijo el león. Ignoraba que estuviera debilitado hasta este punto. El hambre me ha hecho olvidar todo. Mi razón y mi paciencia se han evaporado. Utiliza, por favor, tu inteligencia una vez más y tráemelo. Si lo consigues, te estaré agradecido para siempre.
—Si Dios lo quiere, dijo el zorro, la ceguera de su corazón le hará cometer de nuevo el mismo error. Quizás olvide el miedo que acaba de experimentar. ¡No sería muy extraño por parte de un asno! Pero si lo consiguiera, no peques por exceso de precipitación para no arruinar mis esfuerzos.
—Ahora ya tengo experiencia, dijo el león. Ya sé que estoy débil e inválido. Te prometo no atacarlo hasta que esté a mi alcance».
Así que el zorro volvió a ponerse en camino rezando:
«¡Oh, Dios mío! ¡Ayúdame! ¡Haz que la ignorancia oscurezca la inteligencia de este asno! Debe de estar ahora arrepintiéndose y jurando no dejarse engañar nunca más por las promesas del prójimo. Ayúdame para que pueda engañarlo una vez más. Pues soy enemigo de toda inteligencia y traidor a todo juramento».
Cuando llegó junto al asno, éste le dijo:
«¡Déjame en paz, oh cruel! ¿Qué te he hecho para que me arrastres así ante un dragón? ¿Por qué has atentado contra mi vida? ¿Qué ha causado esta animosidad? La causa de todo esto es, sin duda, tu perversa naturaleza. Eres como el escorpión que pica a los que nada le han hecho. O como el diablo que nos hace daño sin razón alguna.
—Lo que has visto, dijo el zorro, no era sino una aparición creada por los artificios de la magia. Puedes suponer que, si no existieran tales sortilegios, todos los hambrientos se habrían citado en ese lugar. Si esta ilusión no existiera, la comarca se convertiría en refugio de los elefantes y nada quedaría en pie. Yo quería avisarte para evitarte este terror, pero mi piedad por ti y el deseo que yo tenía de ayudarte, todo eso me quitó esta precaución de la cabeza. Si no, estoy seguro que te habría advertido de ello.
—¡Oh, enemigo! dijo el asno. ¡Desaparece de mi vista! ¡No quiero verte más! Ahora lo comprendo: ¡desde el principio, no buscabas más que mi vida! ¡Después de que he visto el rostro de Azrael, tienes aún el descaro de intentar engañarme! Soy la vergüenza de la especie de los asnos, te lo concedo. Soy incluso, si tú quieres, el más vil de los animales pero, sin embargo, vivo. Un niño que hubiera vivido lo que yo acabo de vivir se habría convertido en un anciano. Prometo ante Dios que nunca más creeré las mentiras de los impostores».
El zorro replicó:
«No existen heces en lo puro. Pero la duda existe en la imaginación. Tus sospechas están injustificadas. Créeme. No hay mentira alguna en mis palabras ni traición en mis intenciones. ¿Por qué afligir a tu amigo con tales sospechas? ¡Aunque las apariencias estén contra ellos, no desconfíes de tus hermanos! La sospecha aleja a los amigos, unos de otros. Te lo repito: ese león sólo era una ilusión. La duda y el miedo no son sino obstáculos en tu camino».
El asno intentó resistirse a las mentiras del zorro, pero la falta de alimento había agotado su paciencia y oscurecido su entendimiento. El cebo del pan ha costado, ciertamente, muchas vidas y atravesado muchas gargantas. Y el asno era prisionero de su hambre. Se decía:
«Si la muerte está al final del camino, eso sigue siendo, a pesar de todo, un camino. Y, al menos, me libraré de este hambre que me atenaza. ¡Si la vida consiste en este sufrimiento, acaso valga más morir!».
Había tenido desde luego un destello de inteligencia, pero, a fin de cuentas, prevaleció su asnería. El zorro lo condujo, pues, ante el león y éste lo devoró. Tras este combate, el león tuvo sed y partió hacia el río para saciarla. Mientras estaba ausente, el zorro comió el hígado y el corazón del asno. A su vuelta, viendo que el asno no tenía hígado ni corazón, el león preguntó al zorro:
«¿Adónde han ido a parar su corazón y su hígado? No conozco criatura que esté desprovista de estos dos órganos».
El zorro replicó:
«¡Oh, león! Si hubiese tenido hígado y corazón[1], ¿habría vuelto aquí por segunda vez?».
[1] Sentimiento e inteligencia.
150 Cuentos sufíes
Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
Fotografía tomada de internet
domingo, 21 de junio de 2020
LA IMPERMANENCIA Y LOS CICLOS DE LA VIDA
Sin embargo, mientras usted esté en la dimensión física y ligado a la mente humana colectiva, el dolor físico -aunque raro- es aún posible. Esto no debe confundirse con el sufrimiento, con el dolor mental-emocional. Todo sufrimiento es creado por el ego y se debe a la resistencia. Además, mientras usted esté en esta dimensión, aún está sujeto a su naturaleza cíclica y a la ley de la impermanencia de todas las cosas, pero ya no percibe esto como "malo". Simplemente es.
Al permitir el "ser" de todas las cosas, se le revela una dimensión más profunda bajo el juego de los contrarios como una presencia permanente, una profunda quietud que no cambia, una alegría sin causa que está más allá del bien y del mal. Esta es la alegría del Ser, la paz de Dios.
En el nivel de la forma, hay nacimiento y muerte, creación y destrucción, crecimiento y disolución de las formas aparentemente separadas. Esto se refleja en todas partes: en el ciclo vital de una estrella o un planeta, en un cuerpo físico, un árbol, una flor, en el surgimiento y la caída de las naciones, los sistemas políticos, las civilizaciones; y en los inevitables ciclos de ganancia y pérdida de la vida de un individuo.
Hay ciclos de éxito, cuando las cosas vienen a usted y prosperan, y ciclos de fracaso, cuando se retiran o se desintegran y usted tiene que dejarlas ir para dejar espacio a que surjan cosas nuevas, o para que ocurra la transformación. Si usted se aferra y se resiste en este punto, significa que está rehusando seguir el flujo de la vida, y sufrirá.
No es cierto que el ciclo ascendente sea bueno y el descendente malo, excepto en el juicio de la mente. El crecimiento se considera positivo habitualmente, pero nada puede crecer por siempre. Si el crecimiento, de cualquier tipo, continuara por siempre, se volvería eventualmente monstruoso y destructivo. Se necesita la disolución para que pueda ocurrir nuevo crecimiento. Uno no puede existir sin la otra.
El ciclo descendente es absolutamente esencial para la realización espiritual. Usted debe haber fracasado profundamente en algún nivel o experimentado una pérdida o un dolor profundos para ser llevado a la dimensión espiritual. O quizás el mismo éxito se volvió vacío y sin significado y así resultó un fracaso. El fracaso se esconde en cada éxito y el éxito en cada fracaso. En este mundo, que permanecerá en el nivel de la forma, las personas "fracasan" tarde o temprano, por supuesto, y cada logro eventualmente se convierte en nada. Todas las formas son impermanentes.
Usted puede de todos modos ser activo y disfrutar el crear nuevas formas y circunstancias, pero no se identificará con ellas. No las necesita para obtener un sentido de sí mismo. No son su vida, sólo su situación vital.
Su energía física también está sujeta a ciclos. No puede estar siempre en un tope. Habrá épocas de energía baja así como otras de energía alta. Habrá periodos en los que usted es muy activo y creativo, pero también puede haber otros en los que todo parece estar estancado, cuando parece que usted no llega a ninguna parte, no logra nada. Un ciclo puede durar desde unas horas hasta varios años. Hay grandes ciclos y ciclos cortos dentro de los largos. Muchas enfermedades se producen por luchar contra los ciclos de energía baja, que son vitales para la regeneración. La compulsión a actuar y la tendencia a derivar su sentido del propio valor y de la identidad de factores externos tales como el éxito, es una ilusión inevitable mientras usted esté identificado con la mente.
Esto le hace difícil o imposible aceptar los ciclos bajos y permitirles ser. Así, la inteligencia del organismo puede tomar el control como una medida autoprotectora y producir una enfermedad para forzarlo a detenerse, de modo que pueda tener lugar la regeneración necesaria.
La naturaleza cíclica del universo está estrechamente ligada con la impermanencia de todas las cosas y situaciones. El Buda hizo de esto una parte central de su enseñanza. Todas las condiciones son altamente inestables y están en flujo constante, o, como él lo expresó, la impermanencia es una característica de toda condición, de toda situación que usted pueda enfrentar en su vida. Estas cambiarán, desaparecerán o ya no le satisfarán. La impermanencia es también fundamental en el pensamiento de Jesús: "No guarden tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los consumen y donde los ladrones entran y roban..."
Del libro:
El Poder del Ahora
Eckhart Tolle
Imagen tomada del internet
sábado, 20 de junio de 2020
EL MIEDO AL TERRORISMO
Cuando hoy en día viajamos en avión, todo el mundo nos parece sospechoso y tenemos miedo de que en el momento menos pensado aparezca un terrorista. Como cualquiera puede transportar explosivos o esconder una bomba, nos vemos obligados a pasar por un escáner corporal. Y como el miedo impera por doquier, de ello ni siquiera se libran las personas que, como yo, visten hábitos monásticos. Quienes nos precedieron generaron este clima de miedo que con el paso del tiempo no ha hecho más que crecer. Ignoramos cómo tratar nuestro sufrimiento y son muy pocas las personas que saben enfrentarse al miedo y trascenderlo.
Alimentamos el deseo de venganza; queremos castigar a quienes nos han hecho sufrir y creemos que eso nos hará sufrir menos.
Queremos ser violentos con ellos para escarmentarles. Cuando un terrorista hace estallar una bomba en un autobús o en un avión, nadie sobrevive. El deseo de dañar que alberga el terrorista se origina en su propio sufrimiento. Quien ignora el modo de tratar su propio sufrimiento puede tratar de aliviarlo castigando a los demás.
El Buda dijo: «Después de observar profundamente el estado mental de las personas que no son felices, he atisbado, oculto bajo su sufrimiento, un cuchillo muy afilado. Ese cuchillo, que no alcanzan a ver, es el que les impide relacionarse con el sufrimiento».
En lo más profundo de nuestro corazón yace una daga cubierta de muchas capas. En ese sufrimiento inconsciente se asienta la causa de que hagamos sufrir a otras personas. Pero tú puedes descubrir y extraer ese puñal y contribuir, una vez que lo hayas hecho, a extraer el puñal que otros llevan clavado en su corazón. El dolor provocado por ese cuchillo ha estado presente mucho tiempo y, por más que sigas aferrándote a él, tu dolor no hará sino crecer hasta que quieras castigar a quienes consideras causantes de tu sufrimiento.
Extracto del libro:
Miedo
Thich Nhat Hanh
Fotografía tomada de internet
EL MIEDO AL TERRORISMO
Cuando hoy en día viajamos en avión, todo el mundo nos parece sospechoso y tenemos miedo de que en el momento menos pensado aparezca un terrorista. Como cualquiera puede transportar explosivos o esconder una bomba, nos vemos obligados a pasar por un escáner corporal. Y como el miedo impera por doquier, de ello ni siquiera se libran las personas que, como yo, visten hábitos monásticos. Quienes nos precedieron generaron este clima de miedo que con el paso del tiempo no ha hecho más que crecer. Ignoramos cómo tratar nuestro sufrimiento y son muy pocas las personas que saben enfrentarse al miedo y trascenderlo.
Alimentamos el deseo de venganza; queremos castigar a quienes nos han hecho sufrir y creemos que eso nos hará sufrir menos.
Queremos ser violentos con ellos para escarmentarles. Cuando un terrorista hace estallar una bomba en un autobús o en un avión, nadie sobrevive. El deseo de dañar que alberga el terrorista se origina en su propio sufrimiento. Quien ignora el modo de tratar su propio sufrimiento puede tratar de aliviarlo castigando a los demás.
El Buda dijo: «Después de observar profundamente el estado mental de las personas que no son felices, he atisbado, oculto bajo su sufrimiento, un cuchillo muy afilado. Ese cuchillo, que no alcanzan a ver, es el que les impide relacionarse con el sufrimiento».
En lo más profundo de nuestro corazón yace una daga cubierta de muchas capas. En ese sufrimiento inconsciente se asienta la causa de que hagamos sufrir a otras personas. Pero tú puedes descubrir y extraer ese puñal y contribuir, una vez que lo hayas hecho, a extraer el puñal que otros llevan clavado en su corazón. El dolor provocado por ese cuchillo ha estado presente mucho tiempo y, por más que sigas aferrándote a él, tu dolor no hará sino crecer hasta que quieras castigar a quienes consideras causantes de tu sufrimiento.
Extracto del libro:
Miedo
Thich Nhat Hanh
Fotografía tomada de internet
viernes, 19 de junio de 2020
LA PERLA
Había un hombre llamado Nasuh, que se ocupaba en el baño del servicio de las mujeres. Su cara era muy afeminada, lo que le permitía disimular su virilidad. Era un maestro en el arte del disfraz. Desde hacía años actuaba así y nadie había descubierto su secreto. Pero, a pesar de su cara y de su voz aflautada, su deseo era ardiente. Cubría su cabeza con un velo, pero era un joven ardoroso.
Se arrepentía a menudo de esta actividad, pero su deseo volvía a imponerse. Un día fue a ver a un sabio para que éste le procurase el socorro de sus plegarias. El sabio comprendió enseguida la situación y no dejó que se le notara nada. Sus labios estaban como cosidos pero, en su corazón, los secretos ya estaban desvelados. Pues los que conocen los secretos tienen la boca sellada.
Así, con una ligera sonrisa, dijo al joven:
«¡Que Dios te haga arrepentirte de lo que tú sabes!».
Esta plegaria atravesó los siete cielos y fue aceptada, pues las plegarias de este sheij eran diferentes de las demás. Dios creó, pues, un pretexto para sacar a Nasuh de la situación en la que se encontraba. Un día, cuando Nasuh llenaba un barreño de agua, la hija del sultán extravió una perla. Era una de las joyas que adornaban sus pendientes. Todas las mujeres presentes se precipitaron por todos lados para encontrarla y cerraron las puertas. Por mucho que buscaron por todas partes, la perla siguió sin aparecer. Para no omitir nada, se decidió registrar a las personas presentes, mirar en su boca, sus orejas y en todos los orificios y aberturas. Se ordenó a todos que se desnudaran para ser registrados.
Nasuh, retirado en un rincón, con el rostro pálido, estuvo a punto de desvanecerse de miedo. Pensaba en la muerte y su cuerpo temblaba como una hoja. Se decía:
«¡Oh, Dios mío! ¡He pecado mucho! He faltado a mis buenas resoluciones. Y cuando me llegue el turno de ser registrado, ¿quién puede decir cuántas torturas sufriré? Siento ya el olor a quemado de mis pulmones. ¡Ah! ¡No deseo a nadie, ni siquiera a un infiel, que conozca un trance semejante! ¡Ojalá que mi madre no me hubiese concebido! ¡O que un león me hubiese devorado! ¡Oh, Dios mío! Me confío a tu misericordia. ¡Ten piedad de mí! Concédeme la gracia pues cada poro de mi piel siente como una mordedura de serpiente. Si cubres mi vergüenza, me arrepentiré de todos mis pecados. ¡Acepta una vez más mi arrepentimiento y si no cumplo esta promesa, haz de mí lo que quieras!».
Mientras que mascullaba así. Nasuh oyó decir a alguien:
«Hemos registrado a todo el mundo. Pero ¿dónde está Nasuh? Que venga para ser también registrada».
Al oír esto, Nasuh se derrumbó como un muro que se viene al suelo. Su razón lo abandonó y permaneció en el suelo, inanimado. En este estado, mientras estaba fuera de sí mismo, pudo alcanzar el secreto de la verdad. Mientras que nada subsistía de su existencia, se concedió un favor a su alma. Ésta escapó de la razón para unirse a la verdad. Entonces fue cuando afluyó la oleada de la misericordia.
De repente, alguien gritó:
«¡Aquí está la perla! ¡Acabo de encontrarla! ¡Tranquilizaos y alegraos conmigo!».
Las mujeres aplaudieron diciendo:
«¡Todo solucionado!».
El alma de Nasuh volvió a la superficie y sus ojos vieron de nuevo la luz. Todos le pedían perdón por haber dudado de su honradez.
«¡Te hemos calumniado, Nasuh! Pero, como eras tú la que estaba más cerca de la hija del sultán, ¿no era normal que fueses la primera sospechosa?».
De hecho, las mujeres habrían querido empezar el registro por ella, pero, por respeto a su intimidad con la hija del sultán, habían querido dejarle así la ocasión de desembarazarse de la perla. Mientras que ellas pedían perdón, Nasuh decía:
«No os excuséis. Soy culpable y mi culpabilidad supera la vuestra. Lo que me sucede es un favor de Dios pero, en realidad, soy peor de lo que imagináis. Todo lo que hayáis podido decir sobre mí no es ni la centésima parte de mis pecados. Quien cree conocer mis faltas, no conoce sino una ínfima parte de ellas. Dios, que cubre con un velo toda vergüenza, conocía bien mis pecados. Iblis, que fue mi maestro durante algún tiempo, se había convertido en discípulo mío. Dios conocía mis faltas, pero las ha ocultado para ahorrarme la vergüenza. Con su misericordia, me ha abierto el camino del arrepentimiento. Aunque cada uno de mis pelos se convirtiese en una lengua, eso no bastaría para expresar mi gratitud».
Algún tiempo después, vino alguien de parte de la hija del sultán para invitarlo a cumplir su servicio en el baño. No quería, le dijeron, ser servida sino por ella. Nasuh respondió:
«¡Vete! Yo ya he salido de esa situación. ¡Di que Nasuh está enfermo!».
Y se decía:
«¡He muerto y resucitado! Este instante de temor que he vivido es inolvidable. ¡Después de tal advertencia, sólo un asno perseveraría en el error!».
150 Cuentos sufíes
Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
Fotografía tomada de internet
Suscribirse a:
Entradas (Atom)