Un hombre recibió un día una visita inesperada. Abrazó a su invitado con fervor. Dispuso la mesa y le ofreció una hospitalidad intachable. Ahora bien, había aquella misma noche una fiesta de boda en la casa del vecino y el hombre dijo a su mujer:
«Extiende dos literas. Pon la mía a un lado de la puerta y la de mi invitado al otro lado.
—¡Oh, luz de mis ojos! respondió la mujer. ¡Cumpliré con alegría lo que me pides!».
Preparó ella, pues dos lechos y después se fue a casa del vecino para participar en la fiesta de la boda. El hombre y su invitado pasaron la velada saboreando frutos y contándose las extrañas aventuras que les habían sucedido en el curso de su existencia.
Cuando se hizo tarde, el invitado, ya con sueño, se dirigió al lecho situado cerca de la puerta y el amo de la casa no se atrevió a indicarle el lugar que le había asignado.
Al volver de la fiesta, la mujer se desnudó y se acostó en el lecho del invitado. Tomándolo por su marido, le abrazó diciendo:
«¡Oh, sabio! Mis temores se han realizado. Fuera cae una lluvia torrencial y eso va a retrasar la partida de nuestro invitado. ¡Se va a quedar pegado a nosotros como una lapa! Porque ¿cómo podría irse con semejante lluvia? ¡Ah! ¡Puedes estar seguro! ¡Va a quedarse y será como un estorbo para nuestras dos almas!».
A estas palabras, el invitado se levantó como una flecha de su lecho y reclamó su calzado diciendo:
«No temo ni el barro ni la lluvia. Estoy listo para partir. ¡Muy buenas noches! El alma que viaja no debería concederse el menor instante de descanso o de distracción. El que no está más que de paso debe volverse a su casa lo más aprisa posible».
La mujer intentó hacerle creer que sólo se trataba de un juego, pero ni siquiera sus lágrimas lograron hacer ceder al invitado y ella y su marido se pusieron a lamentarse tras la partida de su huésped.
Tristes y avergonzados por esta aventura, transformaron su casa en albergue pero, en todos los instantes, la imagen de su invitado les decía en su corazón:
«Yo era amigo de Elías. Había venido para haceros compartir los tesoros de la misericordia. ¡Ay, era vuestro destino que las cosas sucedieran así!».
150 Cuentos sufíes
Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
Fotografía tomada de internet