MUCHAS PERSONAS CON las que me encuentro son sinceras en su deseo de alcanzar la verdad del ser. Me preguntan: «Qué tengo que hacer? ¿Cómo lo hago?». Paradójicamente, este deseo de verdadera libertad sólo puede realizarse si no «haces» nada para realizarlo.
Existen prácticas en las que repites mantras, haces visualiza-dones, postraciones, o algún tipo de servicio desinteresado. Todas ellas están destinadas a aquietar la mente y evitar que se obsesione con lo que es necesario para revelar la verdadera plenitud. Las prácticas son excelentes para poner a punto las capacidades mentales tanto de enfocarse como de rendirse. Reconozcamos que nuestras prácticas espirituales nos han servido, que son regalos de los maestros que nos han precedido. Pero reconozcamos también que la verdad de quienes somos está aquí ahora, y que todas las prácticas han sido maneras de buscar lo que ya está aquí, de tratar de limpiar el camino de vuelta a nuestros corazones.
El problema es que, en definitiva, cualquier intento de ir a alguna parte implica que no estás allí. De hecho, cualquier actividad que emprendas para alcanzar ese objetivo impide el reconocimiento más profundo de que siempre ha estado plenamente realizado.
En este momento puedes darte cuenta de lo que no necesita ser practicado para existir. Esta es la verdad más fácil, simple y evidente. Lo que la ha convertido en un secreto a lo largo de los tiempos es su absoluta simplicidad y su disponibilidad inmediata.
Esta simplicidad es difícil, porque desde la infancia se nos enseña que para conseguir algo tenemos que aprender los pasos que nos llevan a ello y practicarlos. Esto funciona maravillosamente con una serie de cosas. La mente es una herramienta de aprendizaje exquisita. Pero la autorrealización, así como la inspiración y la creatividad más profundas, viene directamente de la fuente de la mente. La realización no viene de ningún hacer; viene de rendir la mente a su fuente.
Si las prácticas espirituales sirven al propósito de detener la mente, son grandes aliados. Pero si ahondan la creencia de que eres alguien concreto, que practica algo particular, para conseguir algo que aún no está aquí, entonces son una obstrucción. Te mantienen dando vueltas alrededor de ti mismo, en lugar de permitirte profundizar en ti mismo.
Meditar significa cosas muy distintas según las muy diferentes personas.
Puede significar enfocarse en la respiración, o concentrarse en una imagen, u otra serie de cosas. Pero la práctica meditativa perpetuada por la mayoría de la gente del mundo es ésta: «Soy este cuerpo, soy estos pensamientos, soy estas emociones». Puede haber lapsos durante los cuales se practique algún tipo de meditación formal, pero después se vuelve a la práctica principal: «Esto soy yo, soy este cuerpo, éstas son mis necesidades, esto es lo que tengo que tener, esto es lo que aún no tengo», y así sucesivamente.
¡Esta es la meditación! Y es una meditación de sufrimiento. Como está tan extendida, se pasa por alto. No se piensa en ella como en una práctica, sino como en una realidad.
Hay momentos en los que la meditación habitual se detiene, momentos en los que te sientes absorbido en el abrazo del amor, en el sonido de una música preciosa, o en los colores del amanecer. Hay momentos en los que no hay un «tú» practicando; sólo hay seidad. Y en esta simple seidad hay paz, comprensión, claridad y naturalidad, gracia sin esfuerzo y facilidad de ser. Pero creemos con mucha fuerza en nuestra meditación del yo, de modo que estos momentos suelen ser pasajeros y enseguida retomamos la práctica habitual: «Soy este cuerpo, esto es quien soy Tú eres ese cuerpo; eso es quien eres. Esta es mi cultura, ésa es tu cultura. Estas son mis creencias; esas son tus creencias. Tú eres mi enemigo; tú eres mi amigo. Tú quieres algo de mí; yo quiero algo de ti...».
Nunca desaconsejaré a nadie que se tome descansos de esta práctica habitual de sufrimiento, tanto si los descansos se basan en las denominadas prácticas espirituales como si lo hacen en la danza, escuchar música, estar en la naturaleza o tumbarse en una hamaca. La verdad de quien eres, no obstante, es más simple que cualquier cosa que puedas practicar. El sufrimiento personal, por otra parte, es muy complejo, y para que continúe tiene que seguir practicado. Si estás sufriendo, te propongo, como simple investigación, que mires si estás practicando tu sufrimiento.
Como estamos tan condicionados y tendemos a definir quienes somos tomando como referencia nuestras actividades personales, pasamos por la vida sin darnos cuenta del vasto terreno de quietud que es la simplicidad de ser. Cuando hablo del «corazón», estoy hablando de este mismo ser.
Cuando hablo del núcleo de cada fenómeno, me estoy refiriendo al ser.
Cuando hablo de lo que se encuentra en la autoindagación, también me estoy refiriendo al ser, tanto si se trata de autoindagación emocional — afrontar el miedo, la ira o la desesperación—, como de autoindagación mental —inquirir en el proceso de pensamiento que gira en torno al yo—.
Indagar profundamente en cualquier cosa es descubrir esta vasta y simple presencia de ser tú mismo, tal como eres.
Ser no es una práctica. Una práctica conlleva alguna técnica, una manera correcta de hacer las cosas y una manera equivocada, una creencia de que se va a llegar a alguna parte y una recompensa o logro. En la verdad de la quietud absoluta, nada de esto es aplicable.
Hasta encontrarme con mi profesor había probado muchos tipos de meditación. Había experimentado momentos de belleza, de trascendencia, de verdadero conocimiento, y, sin embargo, el anhelo subyacente que acompañaba a mis pensamientos, el «¿cómo conseguirlo?, ¿cómo conservarlo?», seguía operando. Cuando conocí a Papaji, me dijo que parara. Me extendió una invitación que me siento feliz de transmitirte. En este momento, detente donde estés. Detén todo esfuerzo por conseguir cualquier cosa que pienses que te dará satisfacción, cualquier cosa que pienses que te dará tu verdad. Lo único que se necesita es un momento de verdadera detención.
Este instante es esquivo para la mayoría de la gente, porque, a medida que se aproximan él, suele surgir un gran miedo: «Si me detengo, si realmente me detengo, me deslizaré y perderé el terreno que he ganado con tantos esfuerzos y prácticas. Aunque aún no me siento plenamente satisfecho, estoy más satisfecho que antes. Tengo una vida mejor, mi mente está más calmada, mis circunstancias son mejores..., y podría perderlo todo».
Para mí, oír este «párate» fue extraordinario. Estaba segura de que me iba a dar algún conocimiento secreto, y así sucedió. Pero no es secreto, porque es muy evidente. No es algo esotérico. Estaba segura de que susurraría alguna fórmula mágica en mi oído, y así sucedió. Dijo: «Párate». Fue tan simple que me caí al suelo. Mis pensamientos se pararon, y en ese detenerse hubo más realización de la que pudiera haber imaginado nunca. Lo que imaginamos que es la realización tiene que ver con menos dolor, menos conflicto, más placer, más paz, más reconocimiento, más amor. Pero la verdadera realización no puede ser imaginada, sólo puede ser vivida.
Me dijo que me deshiciera de todas las estrategias, de todas las técnicas, de todas las herramientas, y que simplemente estuviera allí para recibir lo que me estaba ofreciendo. Pronto me di cuenta: «Realmente lo dice en sentido literal. No me está enseñando un nuevo mantra, o una nueva práctica, o un nuevo conjunto de creencias, una liturgia, un catecismo o una cosmología. No me está contando "lo que todo ello significa", "qué pasará" y "por qué va a ocurrir"». Me estaba pidiendo que liberase mi mente de todo eso. No es que eso estuviera equivocado. Simplemente la mezcolanza de conceptos espirituales que yo había acumulado no era rival de la realidad incondicionada.
Todas las escrituras sagradas, los textos y prácticas vienen de la verdad y apuntan el camino de vuelta hacia la verdad, pero tiene que haber un momento en el que vuelvas a saltar sobre ti mismo. Y ese salto sólo ocurre ahora, cuando estás desnudo de todo excepto de ti, cuando eres inocente de lo aprendido respecto a quién eres.
Otra pregunta que a menudo me suelen plantear es: «¿Cómo permanezco en este estado de estar "parado"?». Pero «parado» no es un estado. Ni el silencio ni la quietud son estados. Esta es una distinción muy importante.
Puedes llevar tu mente a un estado de relativa calma, y puedes hacer que tu cuerpo se relaje, pero la quietud a la que me refiero está, por su propia naturaleza, siempre quieta. Siempre está parada. Todo movimiento mental, todo hacer, aparece, existe y vuelve a desaparecer en la quietud sin estado.
Un estado tiene un comienzo, un desarrollo y un final. Hay estados felices y estados tristes, estado alterados y estados mundanos, estados elevados y estados de subsistencia, pero la presencia sin estado del ser es quietud.
Conciencia es quietud. Quien ya eres es esa quietud.
Tu mente puede estar activada con pensamientos —pensamientos sobre actividades y pensamientos sobre intentar detenerse—, pero todo eso está ocurriendo en la condición de «no estado» [ausencia de estado] del ser, que es la quietud misma.
Si puedes apartar de tu mente que esa quietud inmutable es algo que puede ser hecho o practicado, algo en lo que puedes conseguir el éxito o fracaso, entonces la quietud, la presencia de ser, puede revelársete finalmente como tu propio yo.
Reconoce que los impulsos para quedarte quieto vienen de la actividad mental que surge en la quietud. Esta quietud no es algo muerto ni está en blanco. Es conciencia. Es la conciencia misma, y tú eres esa conciencia.
Los pensamientos tengo que quedarme quieto, estoy intentando aquietarme, ¿por qué no puedo aquietarme? están siendo observados y experimentados por la quietud misma.
Piensas que eres un pensamiento, y entonces, como crees ser un pensamiento, piensas que puedes perder la quietud. A continuación piensas otro pensamiento sobre cómo recuperar lo perdido, y después otro pensamiento sobre si has tenido éxito o has fracasado en esa recuperación, y después otro pensamiento sobre lo genial o lo horrible que eres por haber tenido éxito o por haber fracasado. Durante todo ese tiempo la simple quietud es consciente de todo el juego: experimenta el juego, experimenta el sufrimiento del juego, y sin embargo, en último término, el juego no la toca. Lo único que te separa de reconocer la verdad de tu ser como quietud eterna es dejarte llevar por algún pensamiento que diga que tú no eres eso.
Extracto del libro:
El Diamante en tu bolsillo: Descubre tu verdadero resplandor
Gangaji
Imágenes tomadas de internet