El maestro Fugai, monje japonés del siglo 16, era un excelente pintor. Se le consideraba sabio y generoso, pero también era muy severo consigo mismo y con sus discípulos.
Se dice que Fugai llegó a su fin de una manera extraordinaria. Sintiendo que su último día había llegado, rápidamente hizo que cavaran un hoyo, se metió en él y le pidió al sepulturero que lo cubriera de tierra. El hombre, asombrado, se fue corriendo.
Cuando regresó al lugar encontró al maestro parado en el hoyo, muerto con gran dignidad.
FUENTE: OSHO: ‘El Hombre que Amaba las Gaviotas y Otros Relatos’, Grupo Editorial Norma, Bogotá, 2003, ISBN 958-04-7279-3, Pag. 235