SABEMOS QUE LOS PENSAMIENTOS pueden dictar la cualidad de tu experiencia. Cuando estamos enamorados, el mundo nos parece amistoso, brillante y maravilloso. Cuando tenemos el corazón partido, el mundo nos parece un lugar oscuro, frío y amenazante. En la mayoría de la gente, el sentido de la autoestima fluctúa entre los extremos positivo y negativo. La búsqueda de experiencias más positivas y la evitación de las negativas forma parte de la estrategia cotidiana de la mayoría de las vidas. Por desgracia, si nos aferramos a la visión positiva y huimos de la negativa, la atadura de la identificación errónea continúa, y la experiencia de la vida sigue estando limitada.
Esto puede ser difícil de aceptar, porque tendemos a aferrarnos a nuestros estados mentales positivos, a las sensaciones felices y a los momentos maravillosos. Si pudiéramos aferramos a ellos con éxito, ¿habría algo de malo en ello? Pero todos los estados mentales son intrínsecamente impermanentes, de modo que no podemos conseguir fijarlos. Todos los estados mentales y los sentimientos surgen, se despliegan y después desaparecen. La mayoría de la gente se pasa la mayor parte del día evitando esta verdad mediante alguna actividad mental. Esa actividad mental está fundamentalmente motivada por el deseo de recuperar sentimientos maravillosos del pasado, y por liberarse de los sentimientos desagradables que puedan surgir en el presente Cuando vemos claramente la verdad incesante y despiadada de la impermanencia de los cuerpos, las emociones, los pensamientos, los estados y las imágenes, tenemos la opción de aceptar que lo impermanente es impermanente. ¡Qué elección tan fácil! Ya es impermanente. De hecho, finalmente, reconocemos que toda la actividad para aferramos a lo que es intrínsecamente impermanente es fútil. Gracias a esta disposición de aceptar la verdad de la impermanencia, que comprende todas las ideas sobre quién eres, se produce en ti una profunda relajación.
Tu idea de quién eres a los cinco años es diferente de tu idea de quién eres a los quince, a los cincuenta o a los noventa. Una idea, por su propia naturaleza, es impermanente. Reconoce que cualquier idea de quién eres es impermanente. Cualquier cosa impermanente no tiene realidad intrínseca.
En este reconocimiento completo, toda actividad mental se detiene.
La actividad mental se alimenta a sí misma hasta crear una enorme complejidad de sufrimiento. En el núcleo de toda actividad mental está la búsqueda de una autodefinición, pero la mente busca en los lugares equivocados. Busca en los pensamientos. Busca en los objetos: adquirir un coche nuevo, conseguir un nuevo amante, un trabajo mejor, una casa más grande. Incluso busca en la espiritualidad, en la búsqueda del «yo» iluminado.
La actividad mental siempre se basa en rechazar algo o en aferrarse a algo.
Cualquier cosa que la mente desee o rechace es impermanente. Cuando la mente se rinde a la verdad de la impermanencia, esta actividad no tiene adonde ir, y la mente se aquieta. En ese punto la mente alcanza el océano de conciencia, y percibe que nunca estuvo separada de él. Reconoces que la permanencia de tu verdadera naturaleza implica la presencia continua de una conciencia que es exactamente igual cuando tienes cinco, quince, cincuenta o noventa años. La conciencia sutil e irradiadora es tu verdadera identidad. Cuando te das cuenta de quién eres, y sabes que todos tus intentos de conseguir algo mejor para poder ser alguien mejor son absurdos, sueltas una carcajada. Esta risa es una gran liberación. Proviene de tu actitud de esconderte de la verdad de ti mismo durante millones de eones. En ese instante se produce la maravillosa liberación, en la que te rindes finalmente a la verdad del ser.
Extracto del libro:
El Diamante en tu bolsillo: Descubre tu verdadero resplandor
Gangaji
Imágenes tomadas de internet