Un domingo, un pobre granjero salía de su casa. Al llegar a la verja, se encontró con un amigo de la infancia que venía a visitarlo. El granjero dijo: ‘Bienvenido! ¿Dónde has estado durante tantos años? Entra... pero prometí ir a ver a unos amigos y me es difícil posponer ese compromiso. Por favor descansa en mi casa. Regresaré en una hora, más o menos. Volveré pronto y podremos conversar largo y tendido’.
El amigo respondió: ‘¡Oh, no! ¿No sería mejor que fuera contigo? Mis ropas están sucias... si me pudieras dar ropa limpia, me podría cambiar e ir contigo’.
Mucho tiempo atrás, el rey le había regalado al granjero unos vestidos muy valiosos y él los había conservado para alguna gran ocasión. Alegremente los fue a buscar. El amigo se vistió con el precioso abrigo, se puso el turbante y los atractivos zapatos. Parecía un rey. Mirando a su amigo, el granjero sintió un poco de envidia. Comparado con él, el granjero parecía un sirviente. Pensó que había sido un error haberle prestado su mejor vestido. El granjero se empezó a sentir inferior. Ahora, pensó, todo el mundo miraría al amigo y él parecería ser un asistente, un sirviente’.
Intentó aquietar su mente diciéndose a sí mismo que era un buen amigo, un hombre de Dios; que sólo debía pensar en Dios y en las cosas buenas. ‘Después de todo, qué importancia tiene un hermoso abrigo o un buen turbante?’ Sin embargo, mientras más trataba de convencerse a sí mismo, más se obsesionaba con el abrigo y el turbante.
En el camino, y aunque iban juntos, los transeúntes sólo miraban al amigo. Nadie se daba cuenta de la presencia del granjero. Empezó a sentirse deprimido. Conversaba con su amigo, pero interiormente sólo pensaba en el abrigo y el turbante.
Llegaron a la casa a la cual se dirigían y presentó a su amigo: ‘Este es mi amigo, un amigo de la niñez. Es un gran hombre...’; pero de pronto explotó, ‘... y las ropas son mías’. Esto fue debido a que todos los habitantes de la casa tenían la vista fija en su amigo, observando sus hermosas vestiduras. Y en el interior del granjero se había iniciado un diálogo: el abrigo, el turbante; mi abrigo, mi turbante... y esto seguía y seguía. Estaba obsesionado con ellos y naturalmente, lo que había sido reprimido, escapó de sus labios: ‘... y las ropa son mías’.
El amigo se quedó aturdido. Los dueños de la casa también se sorprendieron. También él se dio cuenta de su impertinente observación, pero ya era tarde. Internamente se arrepintió del desacierto y se reprochó por ello.
Al irse de la casa se disculpó con su amigo. El amigo dijo: ‘Me quedé anonadado. ¿Cómo pudiste hablar así?’ El granjero le contestó: ‘Lo siento, es mi lengua. Cometí un error’. Pero la lengua nunca miente. Las palabras salen de la boca sólo si algo de lo que se dice se halla presente en la mente. La lengua nunca comete un error.
Encaminaron sus pasos hacia la casa de otro amigo. Ahora, internamente, él estaba tomando la firme decisión de no decir que las vestiduras eran suyas. Estaba fortaleciendo su mente. Al llegar a la verja de la casa, ya había adoptado la firme decisión de que no iba a mencionar que la ropa era suya. Pero ese tonto no sabía que cuanto más se imponía a sí mismo el no decir nada, más firmemente se enraizaba su sentimiento interno de que él era el dueño de esas vestiduras.
Somos lo que nuestras debilidades son. Así, enfrascado en su lucha interna, nuestro granjero entró en la casa. Comenzó con mucha cautela. ‘El es mi amigo...’ Pero mientras decía esto, se dio cuenta de que nadie le prestaba ninguna atención sino que todos miraban asombrados a su amigo y a su vestimenta. Y eso le alteró pero reanudó la presentación: ‘El es mi amigo. ¡Un amigo de la infancia! Es una excelente persona... y las ropas son suyas y no mías’.
Los presentes se sorprendieron. Nunca habían oído presentar a un amigo de esa forma. Después de salir, se disculpó por el tremendo desatino que había cometido. Indignado, el amigo le dijo que ya no deseaba ir a ninguna parte con él. El granjero se aferró a sus pies y le dijo: ‘Por favor no hagas eso. Me sentiría desgraciado durante el resto de mi vida por haber sido tan descortés con un amigo. Juro que ya no mencionaré las ropas. Juro por Dios, de todo corazón, que ya no mencionaré las ropas’.
Sea como fuere, se dirigieron a la casa de un tercer amigo. Ahora, intentó contenerse rigurosamente a sí mismo. Las personas reprimidas son muy peligrosas porque en su interior hay un volcán en actividad. Externamente están rígidas y reprimidas, pero la falta de expresión se halla absolutamente constreñida en su interior.
De modo que el granjero se había estado reprimiendo rigurosamente a sí mismo para no hablar de las ropas. Entraron en la casa. El granjero estaba transpirando profusamente; estaba exhausto. El amigo también estaba preocupado. El granjero estaba muy tenso y ansioso. Pronunció con lentitud y cautela cada una de las palabras de la presentación: ‘El... es... mi... amigo. Es un..., viejo... amigo. Es... un hombre... muy bueno’. Titubeó por un instante. Un gran impulso surgió desde su interior y se sintió arrastrado. Dijo abruptamente, en voz alta: ‘Y las ropas... Perdónenme. No diré nada acerca de ellas, pues he jurado no hablar de su vestido’.
FUENTE: OSHO: Del libro ‘Del Sexo a la Superconsciencia’, Capítulo 1, tomado de la dirección internet www.oshogulaab.com/OSHO/TEXTOS/delsexo1.htm, Bogotá, nov-03