(capitulo 7 del libro)
La entrega irracional se rige por un culto a la personalidad y la idealización extrema del ser amado: "Mi pareja lo merece todo: consagración y esfuerzo sin límites de mi parte".
Aunque la abnegación compulsiva puede llegar a ser altamente dañina para quien la ejerce, es vivida por el donante como una forma de sacrifico "placentero". Lo que rige la conducta del sacrificio irracional no es la pulsión de vida sino la pulsión de muerte, una forma de involución que hace que el derecho a la felicidad real y completa sea sólo para el adorado o el elegido. Tal como decía Rousseau: Desgarrar su corazón para cumplir con su deber. Por eso, no debe extrañarnos que de tanto sufrir los rigores de una entrega que aprisiona el yo y de tanto consagrarse a la misión de subalterna o subalterno, la costumbre vaya calando y gustando.
Maquiavelo decía que al Príncipe le convenía primero ser temido y luego amado. En algunos trastornos psicológicos y afectivos, el amor está enganchado firmemente al miedo: temer a la persona, para luego amarla. Muchos esclavos en Grecia y Roma preferían sufrir los más espantosos tormentos antes de traicionar la confianza del amo y los mártires cristianos morían cantando y en pleno éxtasis mientras eran devorados por los leones. ¿Enamorarse del poderoso o del depredador? Es posible; el lavado cerebral también está presente en las relaciones afectivas. El mecanismo consiste en menospreciar a la pareja hasta que ésta se lo crea: "Tú vales lo que yo diga que vales, y vales poco". ¿Masoquismo? No estoy seguro. Más bien ignorancia y confusión: "Es verdad, soy menos que tú, y por eso me honra servirte". Amor de plebeyo, amor padecido.
Una paciente que sufría maltrato por parte de su jefe (insultos, críticas agresivas, mofa) me confesó: "Si él es amable conmigo, mi día cambia... Si no me trata bien, me deprimo y cometo errores. No sé qué me produce su presencia... Es como una mezcla de admiración y miedo.
Quiero agradarle, quiero que me acepte, quiero volverme imprescindible y necesaria para él. A veces creo que lo amo, pero yo no le intereso para nada". Las relaciones de dominancia achican el mundo y las ilusiones quedan ancladas en una realidad tan elemental como patética.
Rousseau, otra vez: "No existe un hombre tan fuerte como para dominar todo el tiempo, a menos que transforme la ley en su fuerza y en deber la obediencia". Entonces: ¿amar u obedecer? No hace falta tener mucha imaginación para asociar las palabras "esposa" y "yugo" con la idea de sometimiento y control policivo. ¿Habrá algo más lúgubre que el "deber conyugal"? Aviso de supervivencia: lo que no saben las personas dóciles y obedientes es que la sumisión, con el tiempo, produce fastidio y menosprecio por parte del que manda (necesitar al esclavo no es amarlo). Así que, cuando alabas, suplicas o rindes reverencia a la persona que supuestamente amas para no perderla, estás generando en ella precisamente lo que quieres evitar: saciedad y desamor.
A continuación, señalaré algunos casos típicos de esclavitud consentida, socialmente admitidos y valorados por la cultura del sacrificio (patologías que aún no están registradas por los sistemas psicológicos y psiquiátricos de clasificación tradicionales). Aunque me concentraré en las mujeres, las más aquejadas sin duda, no excluyo la posibilidad de que algunos hombres también asuman estos patrones de sumisión crónica. Concretamente, haré referencia a la ayuda compulsiva o codependencia (síndrome de la nodriza), la complacencia ilimitada (síndrome de la geisha) y la servidumbre hogareña (síndrome de la empleada).
Las mujeres que no son capaces de ponerle límites al amor pueden desarrollar cualquiera de los tres síndromes o todos a la vez, ya que no son incompatibles entre sí.
Obviamente, los beneficiarios directos de esta entrega patológica defienden el servilismo de sus mujeres diciendo que no es otra cosa que "virtuosismo" ejemplar. A estos hombres no les interesa para nada que sus parejas tomen conciencia, despierten del letargo y defiendan sus derechos de una manera asertiva. Por el contrario la peor pesadilla de cualquier varón con complejo de amo, rey o señor feudal es la rebelión de sus súbditos, no sólo porque perdería sus privilegios materiales, sino porque ya no tendría sobre quién reinar. ¿Habrá peor trauma que el de un príncipe sin reino? Tres formas de involución: amarla voluntad del amo, admirar o envidiar su despotismo y convertirse en instrumento.
Extracto del libro:
Los límites del amor
Walter Riso
Fotografías tomadas de Internet