...Hay un gran silencio y reposo que impregna todas estas palabras, y es desde esa íntima quietud desde la que hablo. Este libro es todo él una carta de amor, de la quietud a la quietud..., de quien verdaderamente soy a quien verdaderamente eres.
Solía trabajar como voluntario en un sanatorio, y pasaba mucho tiempo con personas que se encontraban en las últimas semanas, días o incluso horas de su vida. Con frecuencia, los pacientes me confesaban que hasta aquel momento, en que el telón estaba a punto de caer, no habían abierto realmente los ojos a la obra que estaba en escena; era entonces cuando habían empezado a darse cuenta de lo preciosa que es la vida..., de lo preciosa que había sido siempre. Muchos de ellos se lamentaban. Lamentaban no haber saboreado la vida al máximo, lamentaban no haber amado lo suficiente. Se arrepentían de haberse guardado sus sentimientos por miedo al rechazo, y de no haber sido más sinceros y abiertos en sus relaciones. Se arrepentían de haber trabajado hasta enfermar, luchando por un futuro que nunca llegó y que ya no iba a llegar. Si hubieran sabido que la vida tenía otros planes para ellos, tal vez habrían abierto los ojos antes.
Algunos pacientes, hasta que se les arrebató el tiempo, no empezaron a explorar la vida de verdad. Ya no tenían tiempo para seguir viviendo de esperanzas y sueños; solo tenían tiempo para vivir. Algunos empezaron a experimentar con algún arte, otros estaban aprendiendo a tocar un instrumento, o a cantar o a bailar, por primera vez. Conocí a una mujer que, por fin, había reunido el valor suficiente para grabar su álbum de debut. Llevaba toda una vida escondiéndose, cantando en la ducha cuando estaba sola, protegiéndose del ridículo y el rechazo. Y ahora, en las últimas semanas de su vida, cuando ya no tenía nada que perder, cantaba con todo su corazón, como si nadie la estuviera escuchando, como si de hecho estuviera muerta y no hubiera ya nada que temer. El ridículo y el rechazo habían dejado de ser sus enemigos.
Un día me senté a jugar al ajedrez con una paciente. Apenas hablamos mientras jugábamos. Tenía la cabeza afeitada, y era patente su debilidad tras meses de quimioterapia. Pero estuvo tan presente conmigo durante la hora, más o menos, que pasamos juntos, tan en el aquí y el ahora, tan embelesada con la vida, tan fascinada por todo como un recién nacido... «Jaque mate», dijo con una sonrisa al tiempo que acorralaba a mi rey. Murió aquella misma noche, pero mientras jugamos estuvo más viva, más receptiva a experimentar, más enamorada del momento presente que muchos a los que todavía les quedan otros cincuenta años de vida. Estar presente no tiene nada que ver con el tiempo.
¿Por qué hacen falta, normalmente, situaciones de vida extremas para que recuperemos la percepción de la magia y el misterio de la vida? ¿Por qué esperamos, por regla general, a estar a punto de morir para descubrir en nuestro interior una profunda gratitud hacia la vida tal como es? ¿Por qué nos agotamos buscando amor, aceptación, fama, éxito o iluminación espiritual en el futuro? ¿Por qué trabajamos, o meditamos, hasta dejarnos la vida en ello? ¿Por qué posponemos la vida? ¿Por qué nos contenemos? ¿Qué es lo que buscamos, exactamente? ¿A qué esperamos? ¿De qué tenemos miedo?
¿Llegará la vida que tanto anhelamos en algún momento futuro, o está siempre mucho más cerca?
Este libro trata sobre la integridad de la vida y sobre la posibilidad de descubrir esa integridad ahora mismo; no el año que viene, ni mañana, ni «algún día», sino ahora mismo, en mitad de la experiencia presente, en mitad de lo que quiera que esté sucediendo, incluso si lo que está sucediendo es malestar, dolor o el anhelo de ser libre.
Este libro trata sobre la necesidad de que averigües quién eres realmente, más allá de quien piensas que eres, más allá de quien te han contado que eres, del cuento que te cuentas sobre quién eres y de todos los conceptos e imágenes que tienes de quién eres. Y trata sobre la necesidad de descubrir las diferentes maneras en que, al olvidarnos de quiénes somos e intentar construir y mantener lo que básicamente resulta ser una imagen falsa de nosotros mismos, obra del pensamiento, entramos en guerra con la experiencia presente, con los demás y con el planeta. Nuestro conflicto interno se convierte en un conflicto externo, pues, cuando hay guerra dentro de mí, entro en guerra contigo; lo que rechazo de mí lo rechazo en el mundo, y ese rechazo desemboca en toda clase de sufrimientos. Nos hacemos adictos a ciertas sustancias o a ciertos hábitos, algunos de ellos incluso aparentemente buenos, para eludir lo que no nos gusta de nosotros. Batallamos contra las emociones dolorosas. Buscamos a otra persona y una relación que nos complete. Queremos, desesperadamente escapar del malestar gracias a la iluminación.
En este libro, voy a sostener permanentemente una lupa sobre el lugar de nosotros donde nace el conflicto, ya que el lugar donde el conflicto empieza es también el lugar donde puede terminar.
Se calcula que, solo en el siglo XX, los seres humanos se las arreglaron para matar a más de doscientos millones de otros seres humanos en guerras y genocidios. Parecemos ser los únicos organismos del planeta que hacemos daño y matamos a nuestros semejantes no solo para protegernos físicamente, no solo en la lucha por el alimento o el territorio, sino también para defender nuestras imágenes. Matamos en nombre de cualquier clase de imagen: ideologías, filosofías, sistemas de creencias, caminos espirituales, perspectivas del mundo...; matamos cada vez que intentamos crear una imagen del cielo que hay en las alturas, cada vez que intentamos imponer nuestra imagen del mundo a otros seres humanos distintos de nosotros. Matamos en nombre de imágenes de la realidad, de imágenes de lo que es verdadero y es falso, imágenes de quiénes somos y de quiénes son los demás en relación con nosotros..., imágenes que rara vez, por no decir nunca, se corresponden con la realidad. ¿Dónde puede acabar esta violencia?
Extracto del libro:
La más profunda aceptación
Jeff Foster
Fotografías tomadas de Internet