Cuando era niño me llevaron con un maestro, con un maestro de natación. Era el mejor nadador del pueblo, y nunca me había tropezado con nadie que estuviera más tremendamente enamorado del agua. El agua era su Dios, la veneraba, y el río era su hogar. Temprano -a las tres de la madrugada- lo encontrabas en el río; al atardecer, lo encontrabas en el río, y a la noche, lo encontrabas sentado, meditando al lado del río. Toda su vida consistía en estar cerca del río.
Cuando me llevaron con él -quería aprender a nadar- me miró, sintió algo. Dijo: ‘No puede aprenderse a nadar; lo único que puedo hacer es tirarte al agua y el nadar va a surgir por sí mismo. No se puede aprenderlo, ni se lo puede enseñar; es una maña, no un conocimiento…’
Y eso fue lo que hizo -me tiró al agua y se paró en la orilla. Me hundí dos o tres veces y sentí que casi me ahogaba. El se quedaba parado, ¡ni siquiera trataba de ayudarme! Por supuesto, cuando está en juego tu vida, haces todo lo que puedes, entonces empecé a bracear -como sea, frenéticamente y surgió el truco. Cuando está en juego la vida, haces todo lo que puedes…y cada vez que haces todo, pero todo lo que puedes, ¡algo pasa!
¡Pude nadar!, ¡Estaba completamente emocionado! Le dije: ‘La próxima vez, no vas a necesitar empujarme, yo mismo voy a saltar.’
Ahora sé que hay una tendencia natural del cuerpo a flotar. No es cuestión de nadar, solamente hay que sintonizar con el elemento agua; una vez que te sintonizas con él, el agua misma te protege. Y desde aquella vez estoy empujando a mucha gente al río de la vida! Yo solamente me paro ahí…Casi nadie falla si da el salto. Uno está obligado a aprender.
FUENTE: OSHO: ‘La Ciencia de la Meditación’, tomado de la dirección internet www.oshogulaab.com