Intenta llevar a la práctica cuanto es capaz de imaginar: “los buenos cosas buenas; los malos, cosas malas” unilateralmente, olvidándose los unos de los otros, intentando exterminarlos, compitiendo con la fuerza de la fuerza, la fuerza de la razón, la razón de la fuerza y vuelta a empezar.
Parece tratarse de una pulsión de progreso, un instinto específicamente humano desarrollado culturalmente pero presente en la mayoría de los animales que encuentran maneras nuevas de adaptación a los cambios que no siempre resultan exitosas, incluso se puede intuir que la mayoría no lo consiguen.
La fuerza del impulso es esa pero la forma, la aportan las comunicaciones desgraciadamente cotidianas y comparables para todos con la misma “inocua candidez” con la que se han visto durante siglos, las venenosas costumbres del uso de las drogas sociales como el alcohol y el tabaco.
Pongo el caso de películas y programas de televisión diarias y subvencionadas en las que comentarios, noticias y ficción repiten articulada, confusa, metódica y pedagógicamente el plato alimenticio dirigido a los condicionados consumidores de esa religión.
La ilimitada necesidad de impresionar, de emocionar paralizando al papanatas del cliente que “con fe sostiene el mando a distancia”, no sólo creyéndose inmunes (es inconcebible que los maestros, profesores, catedráticos y padres de familia estén tan callados a menos que se deba a que se alimentan también así) sino disfrutado de la realidad única cuando están siendo entretenidos para que se les graben los anuncios como hace el encantador de serpientes que las distrae con movimientos de la mano, la cabeza o la flauta (pero en la mayoría de los casos habiéndoles quemado las glándulas venenosas y arrancado los colmillos, claro).
En resumen, asunto de dinero con todas las autojustificaciones pertinentes. La basura física va siendo lentamente reciclada de las ciudades. La basura mental, la contaminación mental permite que el listón se suba constantemente, más y más, llegando a la evidente contradicción resultante, visible para algunos, de carácter canibalesco, como presenciar muertes, sangre, catástrofes, bombas, desmembramientos… justamente a la hora de comer. ¿Será un adiestramiento? ¿Una degeneración mental? ¡Si al menos nos desapegase de la vida y de la muerte!
Bibliografía:
La luciérnaga ciega: Soko Daido Ubalde
Fotografía tomada de internet