Este es un principio clásico. Filósofo es el amigo de la sabiduría pero el filósofo va a interpretar lo que vive o a proyectarlo, según un pensamiento. Por lo tanto no va a poder vivir para luego poder filosofar sobre ello. Esta es la trampa de la mente: ¿los bueyes van delante del carro, o el carro va delante de los bueyes?
Desde el Zen, se ven bueyes detrás del carro. Empujan con la cabeza. En el Zen, se empuja con todo el cuerpo.
Hay filósofos de la religión, de la historia, del arte, de la política, de la ciencia… Desde todos los ángulos especializados del conocimiento, hay ganas y curiosidad por saber. Este es el saber convencional porque no hay consciencia de que la parte desde la que se mira, condiciona ya la percepción del objeto separado de la totalidad. Por tanto, todos los filósofos que miren desde algún ángulo separado, no pueden ver y todos se mueven en el plano de la parcialidad, de los intereses previos. Se trata de un autoengaño que se defiende con el concepto de objetividad. Dicen: se trata de ser objetivos. Sin embargo sólo el objeto es objetivo; no se le puede usurpar una función sólo porque se diga y todo objeto está unido al Cosmos lo que quiere decir que podrá ser saboreado pero no pensado sacándole del Cosmos. La cuestión auténtica está pues, en la experimentación relacional original o del origen común. Y para ello el sujeto y el objeto deben desaparecer en una fusión en la que no hay nadie. Por eso el Zen es una experiencia original (de origen) global.
Y no una filosofía ni ninguna otra “cosa”.
Bibliografía:
La luciérnaga ciega: Soko Daido Ubalde
Fotografía tomada de internet