Muchas personas que conozco se consideran, en cierto nivel, víctimas de la vida. Sé que yo pasé gran parte de mi vida sintiéndome una víctima. Si creciste en un ambiente religioso, quizá te contaran que tu dolor (o tristeza, o miedo, o cualquier otro sentimiento o emoción difícil de vivir) es un castigo o una prueba enviados por Dios para que expíes los pecados cometidos en esta vida o en vidas pasadas. O tal vez creas que el dolor que sientes se debe a tu karma, a no haber rezado con suficiente fervor o, peor aún, a que eres objeto de algún tipo de maldición. He conocido a muchos buscadores espirituales que han adoptado creencias del movimiento Nueva Era que dicen que, si enfermaron, fue por no estar lo bastante presentes, por no ser lo bastante positivos, por haberse provocado secretamente a sí mismos la enfermedad, o por no haber realizado sus prácticas espirituales debidamente o no haber seguido al pie de la letra las enseñanzas de su gurú. Básicamente, creen que no fueron capaces de asumir el control de sus vidas y que, por ello, son responsables, en un nivel profundo, de su dolor presente.
Quizá inventemos todos estos cuentos porque no queremos afrontar la verdad: que la vida escapa a nuestro control.
¡Quizá sea más fácil inventar un cuento que explique por qué no tenemos control sobre la vida que afrontar la verdad!
«¡Si hubiera rezado con más fervor, no me habría pasado esto!»..., eso no lo puedes saber. «Si hubiera sido más positivo, si hubiera estado más presente, si hubiera dado más amor, esto no habría pasado»..., no lo puedes saber. «Esto no habría ocurrido si me hubiera rendido totalmente a mi gurú»..., Es algo que desconoces. He visto a mucha gente castigarse mentalmente por sentir dolor, debido a conceptos adoptados a ciegas y jamás verificados personalmente.
Es cierto que el dolor y la enfermedad suelen interferir en nuestros planes. Habíamos planeado una importante reunión de negocios o una fiesta; habíamos planeado hacer un retiro espiritual, triunfar, viajar por el mundo, pasarlo bien...; habíamos planeado no ponernos enfermos, y aquí estamos postrados en cama, imposibilitados por el dolor. Parece realmente que el dolor interfiera en «mi vida». Me impide hacer lo que quiero hacer, ver a quien quiero ver, ir a donde quiero ir. El dolor no puede poner en peligro la vida en sí, pero sí parece que pueda representar una amenaza para mi vida. En otras palabras, hace peligrar mis planes, el relato de quien soy, de quien quiero ser, de la dirección en la que pensaba que iba, de mi papel en el mundo. Quizá todo nuestro sufrimiento sea simplemente una especie de duelo por los planes que se nos han desbaratado.
He conocido a personas que dicen que una de las cosas más difíciles de asumir cuando están enfermas es la sensación de que se están perdiendo algo, sobre todo si tienen que estar en cama el día entero. Se sienten desconectadas de la vida, marginadas, abandonadas. Todo «el resto del mundo» se está divirtiendo ahí fuera, viviendo sus vidas, buscando y encontrando lo que buscan, y yo estoy aquí, confinado en mi celda de la cárcel, imposibilitado para estar donde quiero estar, sin poder continuar con mi búsqueda. Tendemos a asociar el dolor y la enfermedad con la incompletud..., con sentimientos de que nadie nos quiere, de que nadie nos necesita, de que la vida nos ha abandonado. ¿Por qué me hace esto la vida? ¿Por qué me ha enviado este dolor? Debe de ser que no me ama. La vida parece favorecer a quienes están sanos, y, en mi dolor y mi enfermedad, me siento abandonado. Es una superstición ancestral.
Pero la verdad es que no puedes estar ni más cerca ni más lejos de la vida. No puedes estar ni más ni menos vivo. La vida no te puede abandonar, puesto que tú eres la vida, y eso significa que la vida está aquí incluso en medio de tu dolor, incluso en medio de tu enfermedad. No estás menos completo ni la vida te favorece menos por que te sientas enfermo o haya dolor. Sigues siendo el espacio plenamente abierto en el que todo viene y va, y ni todo el dolor o las enfermedades del mundo pueden quitarte eso. En realidad, lo que eres no puede ponerse enfermo, no puede estar indispuesto, no se puede deteriorar. Solo los relatos pueden desintegrarse; solo las identidades pueden estar «enfermas». Las ideas que tenemos sobre nosotros mismos, sobre lo que debería o no debería ocurrir..., esas sí pueden romperse en dos. Lo que tú eres es siempre Uno.
Esa es la cuestión, en realidad; que el dolor y la enfermedad hacen trizas nuestros relatos sobre la vida, nuestros relatos sobre tener el control. Cuando sufrimos por un dolor o una enfermedad, lo que realmente hacemos es llorar la muerte de los sueños que teníamos sobre cómo hubiera debido ser todo. Sin esas ideas sobre lo que debía haber ocurrido, sobre lo que debería ocurrir ahora y en el futuro, lo único que hay es lo que es. El paisaje constantemente cambiante de este momento es lo único que jamás tendremos que afrontar en la vida. Y no podemos saber que este momento no sea exactamente como debería ser. No podemos saber que las cosas no hubieran debido ser exactamente como son ahora mismo. No podemos saber que nuestras vidas se hayan desviado de cualquier clase de guión cósmico. No podemos saber que exista en realidad guión cósmico alguno.
Más allá del relato de mi enfermedad, más allá del relato de que mi vida no esté siendo como había planeado que fuera, más allá de lo que debería y no debería ocurrir, aquí estoy en este momento. Respirando. El corazón late. Aparecen sonidos. Danzan toda clase de pensamientos, sentimientos, sensaciones. Tal vez algún dolor. Tal vez algún miedo. Tal vez el sentimiento de que nadie me quiere, el sentimiento de abandono, de inutilidad, de debilidad, de agotamiento, de soledad. ¡Quién sabe qué ola llegará a continuación! El gran descubrimiento es que todo está profundamente aceptado aquí, en este espacio. Lo que en verdad soy acepta siempre profundamente la experiencia presente, incluso cuando lo que sucede me parezca inaceptable ahora mismo. Lo que soy, ya le ha dado permiso para entrar. Lo que soy, ya ha dicho sí a todo ello. Por eso este momento es como es. Las compuertas de la vida están permanentemente abiertas; así que, cuando regreso a la experiencia presente, descubro que este momento nunca es insoportable —incluso aunque sienta que no puedo soportarlo en este instante—, al igual que ninguna ola le resulta nunca insoportable al océano. Lo que soy lo acoge todo, lo permite todo, lo admite todo; y en ello reside la paz que sobrepasa todo entendimiento incluso en medio del dolor y la enfermedad.
Así como no existe otro tiempo que el presente, y nada salvo el Todo Absoluto, nunca hay en realidad nada que alcanzar, aunque el aliciente del juego sea fingir que lo hay.
Alan Watts
Extracto del libro:
La más profunda aceptación
Jeff Foster
Fotografías tomadas de Internet