“Con los años comprendí que el nombre y el apellido encierran programas mentales que son como semillas, de ellos pueden surgir árboles frutales o plantas venenosas. En el árbol genealógico los nombres repetidos son vehículos de dramas. Es peligroso nacer después de un hermano muerto y recibir el nombre del desaparecido. Eso nos condena a ser el otro, nunca nosotros mismos. Si la muchacha recibe el nombre de una antigua amada de su padre, se ve condenada a ser su novia para toda la vida. Un tío o una tía que se ha suicidado convierte su nombre, durante varias generaciones, en vehículo de depresiones. A veces es necesario, para cesar con esas repeticiones que crean destinos adversos, cambiarse el nombre. El nuevo nombre puede ofrecernos una nueva vida. En forma intuitiva así lo comprendieron la mayoría de los poetas chilenos, todos ellos llegados a la fama con seudónimos
Alejandro Jodorowsky
“La danza de la realidad”