martes, 14 de mayo de 2013

AL RESCATE DE LA SOLEDAD


Frente a la soledad siempre ha habido posiciones enfrentadas. Los filósofos y los maestros espirituales la han defendido a capa y espada, como una oportunidad para fomentar el autoconocimiento. Por ejemplo, Cicerón decía: “Nunca he estado menos solo que cuando estoy solo”. Por su parte, los poetas y enamorados han hecho una apología de la adhesión afectiva, y han señalado que no hay nada mejor que estar encadenado a un corazón.

En palabras de Machado:

Poned atención:
Un corazón solitario
No es un corazón.

El gran poeta español posiblemente no hubiera pasado un test de dependencia, ni hubiera recomendado este libro.

Para la psicología clínica, la soledad tiene una faceta buena y una mala. Cuando es producto de la elección voluntaria, es saludable y ayuda a limpiar la mente. Pero si es obligada, puede aniquilar todo vestigio de humanidad rescatable. La soledad impuesta es desolación, la elegida es liberación.

No es lo mismo estar socialmente aislado que estar afectivamente aislado. De las dos, la segunda, es decir, la carencia afectiva, es la que más duele. Ésa es la que abre huecos en el alma y la que nos despoja de toda motivación. Aunque ambas formas de aislamiento generan depresión, la soledad del desamor es la madre de todo apego.

El principio de la autonomía lleva, irremediablemente, al tema de la soledad. De alguna manera, estar libre es estar solo. La persona que se hace cargo de sí misma no requiere de nodrizas ni guardianes porque no le teme a la soledad, la busca. En cambio, para un adicto afectivo el peor castigo es el alejamiento. Como un monstruo de mil cabezas, el destierro físico, psicológico o afectivo se va acoplando al déficit de la víctima. Por ejemplo, para los que sufren de vulnerabilidad al daño, la soledad es desamparo; para los que necesitan estabilidad, es abandono; para los que carecen de autoestima, es desamor.

Sin llegar a ser ermitaño, la soledad trae varias ventajas. Desde el punto de vista psicológico-cognitivo (mental), favorece la autoobservación y es una oportunidad para conocerse a uno mismo. Es en el silencio cuando hacemos contacto con lo que verdaderamente somos. Desde el punto de vista Psicológico-emocional, posibilita que los métodos de relajación y meditación aumenten su eficacia. Cuando no hay moros en la costa, el organismo se siente más seguro y concentrado: no hay necesidad de aprobación, ni competencia, ni críticas a la vista. Desde el punto de vista psicológico- comportamental, nos induce a soltar los bastones, a enfrentar los imponderables y a lanzarnos al mundo. No es imprescindible tener compañía afectiva para desempeñarse socialmente.

Del libro:
AMAR O DEPENDER
Walter Riso