Es el lado feliz del despecho, la pérdida que merece festejarse. Quién lo iba decir: hay veces en que el desamor del otro nos quita el peso de la incertidumbre: ¡ya no tendrás que deshojar margaritas! ¡Se acabaron las indagaciones y las pesquisas existenciales!
Hay dudas dolorosas que la certeza calma. Una paciente me comentaba:
«Ya no estaba segura de si él me quería y durante meses traté de descifrar sus sentimientos...
¡Cuánto sufrí...! Pasaba de la ilusión a la desilusión en un instante... Y es curioso, cuando me dijo que quería separarse, sentí alivio». ¿Cómo no sentirlo? ¿Cómo no reconocer que el sufrimiento de ver las cosas como son, crudamente, conlleva algo de bienestar?: «¡Ya sé a qué atenerme!».
No todo desamor es malo y no todo amor es sostenible. Recuerdo a una paciente, amante de un mafioso, a quien éste utilizaba como si fuera una esclava sexual.
Tenía que estar disponible las veinticuatro horas y vivía amenazada de muerte si miraba a otro hombre. Pues bien, el truhán se enganchó a una jovencita de dieciocho años de edad y automáticamente mi paciente pasó a ser una bruja fea y vieja. Cuando ella me preguntó qué podía hacer al respecto, le recomendé que se afeara lo más posible porque había que ayudar al destino. Al poco tiempo, la echó a la calle sin ningún tipo de miramientos. En realidad le abrió la jaula y la echó a volar. ¡Bendito el desamor que les llega a los mal casados, a los mal emparejados, a los que se hacen daño en nombre del amor!
Del libro:
Manual Para No Morir de Amor
Walter Riso