Pero ¿qué estamos diciendo con ese “te quiero”.?
Yo creo que decimos: Me importa tu bienestar.
Nada mas y nada menos.
Cuando quiero a alguien, me doy cuenta de la importancia que tiene para mi lo que hace, lo que le gusta y lo que le duele a esa persona.
Te quiero significa, pues, me importa de vos, y te amo significa me importa muchísimo. Y tanto me importa que, cuando te amo, a veces priorizo tu bienestar por encima de otras cosas que también son importantes para mi.
Esta definición (que me importe de vos) no transforma al amor en una gran cosa, pero tampoco lo reduce a una tontería...
Conducirá, por ejemplo, a la plena conciencia de los hechos: no es verdad que te quieran mucho aquellos a quienes no les importa demasiado tu vida y no es verdad que no te quieran los que viven pendientes de lo que te pasa.
Repito: si de verdad me querés, ¡te importa de mi!.
Y por lo tanto, aunque me sea doloroso aceptarlo, si no te importa de mi, será porque no me querés. Esto no tiene nada de malo, no habla mal de vos que no me quieras, solamente es la realidad, aunque sea una triste realidad (dice la canción de Serrat: Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio... Quizás haya que entender que eso es lo triste, que no tenga remedio).
Esa diferencia solo cuantitativamente que hago entre querer y amar es la misma diferencia que hay con la mayoría de las expresiones afectivas que usamos para no decir Te quiero. Decimos me gustás, me caés simpático, te tengo afecto, te tengo cariño, etc.
Si yo digo que quiero a mi perro, por ejemplo (lo cual es profundamente cierto), puede no parecer una gran declaración, pero no es poca cosa. No es lo mismo mi perro que cualquier otro perro, me importa lo que le pase. Y digo que quiero a mi vecino, y al señor de enfrente, pero no al de la vuelta, a ese no lo quiero. Y estoy diciendo que mucho no me importa, aunque vive a la misma distancia de mi casa que aquellos a los que quiero, pero con estos tengo algo y con aquel no tengo nada.
Y cuando viene mi mamá y me cuenta:
- No sabés quién se murió, se murió Mongo Picho.
- Ahhh, se murió.
- ¿Te acordás que venía a casa?
- No...
- Como que no... acordate.
- Bueno me acuerdo. ¿Y?.
- Se murió.
Y a mi que me importa. La verdad, la verdad, es que no me importa nada. Pero me importa de mi mamá, a la que amo, y entonces, a veces, para acompañar a mi mamá, digo:
- Pobre Mongo...y ella me dice:
- Sí, ¿viste?. Pobre...
Esto opera desde un lugar diferente de todo lo que nos han enseñado. Porque la moral aprendida parecería apuntar a un amor indiscriminado, al amor del místico, al amor supuestamente altruista, a la relación con aquellos a los que conozco y sin embargo ayudo con un genuino interés en su bienestar. Creo que ya dije que la diferencia en este caso es que mi interés en ellos se deriva de mi egoísta placer de ayudar, y en todo caso de un amor genérico por los demás. Quiero decir, me importa del vecino de la vuelta y del niño de Kosovo y del homeless de Dallas mas allá de ellos mismos, por su simple condición de seres humanos. Pero no me refiero aquí a esto, sino a lo cotidiano, mas allá de la caridad, mas allá de la benevolencia, mas allá de la conciencia de ser con el todo y de aprender a amarme en los demás.
Cuando empezamos a pensar en esto, nos damos cuenta de que en realidad no queremos a todos por igual y que es injusto andar equiparando la energía propia de nuestro interés ocupándonos de todos indiscriminadamente. Me parece que querer a la humanidad en su conjunto sin querer particularmente a nadie es un sentimiento reservado a los santos o una aseveración para los demagogos mentirosos y los discapacitados afectivos (aquellos que no conocen su capacidad de amar y por lo tanto no aman).
Cuando me doy cuenta sin culpa de que quiero mas a unos que a otros, empiezo a destinar mas interés a las cosas y a las personas que mas me importan para poder verdaderamente ocuparme mejor de aquellos a quienes mas quiero.
Extracto del libro:
El Camino del Encuentro
Jorge Bucay