PRINCIPIO 5
Todo remedio violento
está preñado de un nuevo mal.
FRANCIS BACON
Nada es más contrario a la curación
que el cambiar frecuentemente de remedio.
SÉNECA
Hay amores que permanecen enquistados, aunque el otro se haya alejado para siempre y ni siquiera piense en nosotros. Durante los primeros meses de la pérdida, la memoria emocional está a flor de piel y es cuando más se siente la ausencia: sensaciones, olores, voces, imágenes... hacen que una forma de presencia se manifieste con una nitidez impresionante. Amores incrustados: ¿recuerdos resistentes, tara o virus?
Una paciente me decía entre sollozos: «Está clavado en mí, forma parte de mi ser, ¡no sé cómo arrancármelo!». ¿No quería o no podía? En ocasiones, el inconsciente nos traiciona y para conservar la ilusión de que seguimos afectivamente vigentes, revivimos una y otra vez al ex en nuestra fantasía. Su marido era un sujeto muy agresivo, a quien ella había dejado en un acto de valentía y dignidad, y, aun así, pese a los malos tratos recibidos, las reminiscencias afectivas no la dejaban en paz: le dolía el ex como una espina clavada e infectada. Algunos sentimientos, independientemente de cómo haya sido la relación, se quedan atascados en algún lugar de la mente o el corazón y son muy difíciles de extirpar.
Si has padecido este «estancamiento emocional», sabes a qué me refiero: la nostalgia se convierte en una carga que te amarga la vida y te impide funcionar libremente.
Es un freno a la existencia. No hago alusión a las personas que han fallecido (ése es otro tipo de duelo), sino a la ex pareja que todavía se mueve y respira, aunque lo haga lejos de ti. ¿Cómo enterrar en vida a la persona que aún amamos? Alguien me decía: «Si mi ex esposa hubiera fallecido, ella no sería de nadie y yo aceptaría mejor y más fácilmente su pérdida porque no habría ninguna posibilidad de recuperarla. Pero sabiendo que está viva y con otro hombre, me niego a aceptarlo... Ella es mía». El hombre afirmaba tajantemente: me niego. Lo que significa decir: no me da la gana o no quiero olvidarla. La comprensión de este punto no es nada fácil para los dolientes: cuando se trata de amores enquistados, es la mente quien debe «enterrar afectivamente » al ex y no un servicio fúnebre.
Oscar Wilde afirmaba que la pasión nos hace pensar en círculos. Y es verdad: bajo los efectos de una pasión/amor reticente y testarudo, la sensación es la de sentirse atrapado en un pasado que no pasa. Peleas contra los recuerdos, tratas de distraerlos, acudes a la consulta de un psicólogo, recurres a adivinos, brujos, pero las imágenes del ex llegan como cascadas. Tienes la impresión de que te han arrancado una parte de ti, te falta algo, pero igual que algunas personas que han sufrido una amputación siguen sintiendo la extremidad («miembro fantasma») que ya no tienen, tu cerebro procesa el sujeto ausente como si aún lo tuvieras a tu lado. Y no es un brazo o una pierna de lo que hablamos, ¡es una persona entera!
En la desesperación de un dolor que no parece tener fin, que supera nuestras capacidades de autocontrol y crece día a día, muchas personas no son capaces de esperar la «absorción interior» (duelo) y recurren a un procedimiento de dudosa efectividad, cuya premisa afirma que «un clavo saca otro clavo». Con esta idea en la cabeza, los dolientes se lanzan al mundo del mercadeo afectivo en busca de un «clavo » más grande, más fuerte y más potente que, al entrar, desplace y retire el anterior.
Por desgracia, la cuestión no es tan simple como empujar y sacar, porque el mundo emocional está basado en unas leyes que se apartan de la cuestión puramente mecánica. La información afectiva que subsiste del ex no saldrá a la fuerza: deberá ser asimilada y diluida por el organismo.
El amor que sientes por alguien es producto de una historia y una narrativa que se escribe en lo cotidiano. La persona que amas y ya no está tiene un «historial sentimental » y es una referencia afectiva que no puedes arrancar de cuajo como si tuvieras una amnesia repentina. En los amores grabados a fuego, no siempre un clavo saca otro clavo. El proceso más saludable es a la inversa: primero hay que sacar el viejo y, entonces, si tienes suerte, hallarás una persona que valga la pena y que pueda entrar en tu vida tranquilamente y sin el estorbo del anterior.
Esto no significa que en determinadas situaciones un nuevo amor ayude a elaborar el duelo (si ya estamos en una etapa avanzada) o a sanar heridas de un amor que fue torturante; hay personas que entran en nuestras vidas como si fueran un bálsamo.
Lo que sostengo es que si aún te desvives por tu anterior relación, empezar un nuevo vínculo con la esperanza de que se produzca una sustitución automática es un error mayúsculo. La siguiente recomendación de Alonso de Ercilla y Zúñiga puede servirte como guía:
«Que no es buena la cura y experiencia, si es más seria y peor que la dolencia».
¿Por qué nos precipitamos a una nueva relación?
El sentido común nos dice: «La mejor cura para un viejo amor es abrirle las puertas a uno nuevo». Eso es verdad sólo en parte, ya que, como he expuesto con anterioridad, si el primero todavía está vivo y navegando por la memoria consciente o inconsciente, la reciente adquisición no le hará ni cosquillas y no tendrá dónde ni cómo prosperar. Precipitarse a buscar sustituta o sustituto para tratar de apaciguar el corazón herido no suele ser la mejor solución. ¿Por qué lo hacemos entonces? ¿Por qué tanta gente se aferra al primero que pasa? Tres causas: necesidad de ser amados, baja tolerancia al dolor afectivo o revanchismo. Veamos cada una en detalle en los siguientes posts.
Extracto del libro:
Manual Para No Morir de Amor
Walter Riso