Este relato llegó a mis manos hace unos meses por Internet.
Contaba en aquel entonces una historia muy parecida a ésta, pero el sentido final de cuento era espantoso: de una maravillosa idea, alguien había hecho una horrible pancarta de discriminación y resentimientos, algo parecido a lo que ocurre entre algunos amados cuando el camino deja de ser el mismo.
Decidí pues, como tantas otras veces, reescribir el relato para que llevara el mensaje que yo le creía merecedor.
El rey Arturo había enfermado. En tan sólo dos semanas su debilidad lo había postrado en su cama y ya casi no comía. Todos los médicos de la corte fueron llamados para curara al monarca pero nadie había podido diagnosticar su mal. Pese a todos los cuidados, el buen rey empeoraba.
Una mañana, mientras los sirvientes aireaban la habitación donde el rey yacía dormido, uno de ellos le dijo al otro con tristeza.
- Morirá...
En el cuarto estaba Sir Galahad, el mas heroico y apuesto de los caballeros de la mesa redonda y compañero de las grandes lides de Arturo.
Galahad escuchó el comentario del sirviente y se puso de pie como un rayo, tomó al sirviente de las ropas y le gritó:
- Jamás vuelvas a repetir esa palabra, ¿entiendes?. El rey vivirá, el rey se recuperará... Sólo necesitamos encontrar al médico que conozca su mal, ¿oíste?.
El sirviente, temblando, se animó a contestar.
- Lo que pasa, Sir, es que Arturo no está enfermo, está embrujado. Eran épocas donde la magia era tan lógica y natural como la ley de gravedad.
- ¡Por que dices eso, maldición! – preguntó Galahad.
- Tengo muchos años, mi señor, y he visto decenas de hombres y mujeres en esta situación, solamente uno de ellos ha sobrevivido.
- Eso quiere decir que existe una posibilidad... Dime como lo hizo ése, el que escapó de la muerte.
- Se trata de conseguir un brujo mas poderoso que el que realizó el conjuro, si eso no se hace, el hechizado muere.
- Debe haber en el reino un hechicero poderoso – dijo Galahad -, pero si no está en el reino lo iré a buscar del otro lado del mar y lo traeré.
- Que yo sepa hay solamente dos personas tan poderosas como para curar a Arturo, Sir Galahad, uno es Merlín, que aun en el caso de que se enterarara tardaría dos semanas en venir y no creo que nuestro rey pueda soportar tanto.
El viejo sirviente bajó la cabeza moviéndola de un lado a otro negativamente.
- La otra es la bruja de la montaña... Pero aun cuando alguien fuera suficientemente valiente para ir a buscarla, lo cual dudo, ella jamás vendría a curar al rey que la expulsó del palacio hace tantos años.
La fama de la bruja era realmente siniestra. Se sabía que era capaz de transformar en su esclavo al mas bravo guerrero con sólo mirarlo a los ojos, se decía que son sólo tocarla se le helaba a uno la sangre en las venas, se contaba que hervía a la gente en aceite para comerse su corazón.
Pero Arturo era el mejor amigo que Galahad tenía en su vida, había batallado a su lado cientos de veces, había escuchado sus penas mas banales y las mas profundas. No había riesgo que el no corriera por salvar a su soberano, a su amigo, y a la mejor persona que había conocido.
Galahad calzó su armadura y montando su caballo se dirigió a la montaña Negra donde estaba la cueva de la bruja.
Apenas cruzó el río, notó que el cielo empezaba a oscurecer. Nubes opacas y densas parecían ancladas al pie de la montaña. Al llegar a la cueva, la noche parecía haber caído en pleno día.
Galahad desmontó y caminó hacia el agujero en la piedra. Verdaderamente el frío sobrenatural que salía de la gruta y el olor fétido que emanaba del interior lo obligaron a replantear su empresa, pero el caballero resistió y siguió avanzando por el piso encharcado y el lúgubre túnel. De vez en cuando, el aleteo de un murciélago lo llevaba a cubriese instintivamente los ojos.
A 15 minutos de marcha, el túnel se abría en una enorme caverna impregnada de un olor acre y de una luz amarillenta generada por cientos de velas encendidas. En el centro, revolviendo una olla humeante, estaba la bruja.
Era una típica bruja de cuento, tal y como se la había descripto su abuela en aquellas historias de terror que le contaba en su infancia para dormir y que lo desvelaban fantaseando la lucha contra el mal que emprendería cuando tuviera edad para ser caballero de la corte.
Allí estaba, encorvada, vestida de negro, con las manso alargadas y huesudas terminadas en largas uñas que parecían garras, los ojos pequeños, la nariz ganchuda, el mentón prominente y la actitud que encarnaba el espanto.
Apenas Galahad entro, sin siquiera mirarlo la bruja le gritó:
- ¡Vete antes de que te convierta en sapo o en algo peor!
- Es que he venido a buscarte – dijo Galahad -, necesito ayuda para mi amigo que está muy enfermo.
- Je... je... je... – rió la bruja -. El rey está embrujado y a pesar de que no he sido yo quien ha hecho el conjuro, nada hay que puedas hacer para evitar su muerte
- Pues tú... tú eres mas poderosa que quien hizo el conjuro. Tú podrías salvarlo – argumentó Galahad.
- ¿Por qué haría yo tal cosa? – preguntó la bruja recordando con resentimiento el desprecio del rey.
- Por lo que pidas – dijo Galahad -, me ocuparé personalmente de que se te pague el precio que exijas.
La bruja miró al caballero. Era ciertamente extraño tener a semejante personaje en su cueva pidiéndole ayuda. Aun a la luz de las velas Galahad era increíblemente apuesto, lo cual sumado a su porte lo convertía en una imagen de gallardía y belleza.
La bruja lo miró de reojo y anunció:
- El precio es este: si curo al rey y solamente si lo curo...
- Lo que pidas... – dijo Galahad
- ¡Quiero que te cases conmigo!.
Galahad se estremeció. No concebía pasar el resto de sus días conviviendo con la bruja, y sin embargo, era la vida de Arturo. Cuantas veces su amigo había salvado la suya durante una batalla. Le debía no una, sino cien vidas... Además, el reino necesitaba de Arturo,
- Sea – dijo el caballero -, si curas a Arturo te desposaré, te doy mi palabra. Pero por favor, apúrate, temo llegar al castillo y que sea tarde para salvarlo.
En silencio, la bruja tomó una maleta, puso unos cuantos polvos y brebajes en su interior, recogió una bolsa de cuero llena de extraños ingredientes y se dirigió al exterior, seguida por Galahad.
Al llegar afuera, Sir Galahad trajo su caballo y con el cuidado con que se trata a una reina ayudó a la bruja a montar en la grupa. Montó a su vez y empezó a galopar hacia el castillo real.
Una vez en el castillo, gritó a los guardias para que bajaran el puente, y con reticencia lo hicieron.
Franqueado por la gente de aquella fortaleza que murmuraba sin poder creer lo que veía o se apartaba para no cruzar su mirada con la horrible mujer, Galahad llegó a la puerta de acceso a las habitaciones reales.
Con la mano impidió que la bruja se bajara por sus propios medios y se apuró a darle el brazo para ayudarle. Ella se sorprendió y lo miró casi con sarcasmo.
- Si es que vas a ser mi esposa – le dijo – es bueno que seas tratada como tal.
Apoyada en el brazo de él, la bruja entró en la recámara real. El rey había empeorado desde la partida de Galahad, ya no despertaba ni se alimentaba.
Galahad mandó a todos a abandonar la habitación. El médico personal del rey pidió permanecer y Galahad consintió.
La bruja se acercó al cuerpo de Arturo, lo olió, dijo algunas palabras extrañas y luego preparó un brebaje de un desagradable color verde que mezcló con un junco. Cuando intentó darle a beber el líquido al enfermo, el médico le tomó la mano con dureza.
- No – dijo -. Yo soy el médico y no confío en la brujerías. Fuera de...
Y seguramente habría continuado diciendo “... de este castillo”, pero no llegó a hacerlo, Galahad estaba a su lado con la espada cerca del cuello del médico y la mirada furiosa.
- No toques a esta mujer – dijo Galahad -, y el que se va eres tú... ¡Ahora! – gritó!
El médico huyó asustado. La bruja acercó la botella a los labios del rey y dejó caer el contenido en su boca.
- ¿Y ahora? – preguntó Galahad.
- Ahora hay que esperar – dijo la bruja.
Ya en la noche, Galahad se quitó la capa y armó con ella un pequeño lecho a los pies de la cama del rey. El se quedaría en la puerta de acceso cuidando de ambos.
A la mañana siguiente, por primera vez en muchos días, el rey despertó.
- ¡Comida! – gritó -. Quiero comer... Tengo mucha hambre.
- Buenos días, majestad – saludó Galahad con una sonrisa, mientras hacía sonar la campanilla para llamar a la servidumbre.
- Mi querido amigo – dijo el rey -, siento tanta hambre como si no hubiese comido en semanas.
- No comiste en semanas – le confirmó Galahad.
En eso, a los pies de su cama apareció la imagen de la bruja mirándolo con una mueca que seguramente reemplazaba en ese rostro a la sonrisa. Arturo creyó que era una alucinación. Cerró los ojos y se los refregó hasta comprobar que, en efecto, la bruja estaba allí, en su propio cuarto.
- Te he dicho cientos de veces que no quería verte cerca del palacio. ¡Fuera de aquí! – ordenó el rey.
- Perdón, majestad – dijo Galahad -, debes saber que si la echas me estás echando también a mi. Es tu privilegio echarnos a ambos, pero si se va ella me voy yo.
- ¿Te has vuelto loco? – preguntó Arturo - ¿Adonde irías tu con este monstruo infame?.
- Cuidado, alteza, estás hablando de mi futura esposa.
- ¿Qué? ¿Tu futura esposa?. Yo he querido presentarte a las jóvenes casaderas de las mejores familias del reino, a las princesas mas codiciadas de la región, a las mujeres mas hermosas del mundo, y las has rechazado a todas. ¿Cómo vas ahora a casarte con ella?
La bruja se arregló burlonamente el pelo y dijo:
- El precio que ha pagado para que yo te cure.
- ¡No! – gritó el rey -. Me opongo. No permitiré esta locura. Prefiero morir.
- Está hecho, majestad – dijo Galahad.
- Te prohibo que te cases con ella – ordenó Arturo.
- Majestad – contestó Galahad -, existe sólo una cosa en el mundo mas importante para mi que una orden tuya, y es mi palabra. Yo hice un juramento y me propongo cumplirlo. Si tú te murieses mañana, habría dos eventos en un mismo día.
El rey comprendió que no podía hacer nada para proteger a su amigo de su juramento.
- Nunca podré pagar tu sacrificio por mi, Galahad, eres mas noble aún de lo que siempre supe. – El rey se acercó a Galahad y lo abrazó -. Dime aunque sea que puedo hacer por ti.
A la mañana siguiente, a pedido del caballero, en la capilla del palacio el sacerdote casó a la pareja con la única presencia de su majestad el rey. Al final de la ceremonia, Arturo entregó a Sir Galahad su bendición y un pergamino en el que cedía a la pareja los terrenos del otro lado del río y la cabaña en lo alto del monte.
Cuando salieron de la capilla, la plaza central estaba insulsamente desierta, nadie quería festejar ni asistir a esa boda, los corrillos del pueblo hablaban de brujerías, de hechizos trasladados, de locura y posesión...
Galahad condujo el carruaje por los ahora desiertos caminos en dirección al río y de allí por el camino alto hacia el monte.
Al llegar, bajó presuroso y tomando a su esposa amorosamente por la cintura la ayudó a bajar del carro. Le dijo que guardaría los caballos y la invitó a pasar a su nueva casa. Galahad se demoró un poco mas porque prefirió contemplar la puesta del sol hasta que la línea roja terminó de desaparecer en el horizonte. Recién entonces Sir Galahad tomó aire y entró.
El fuego del hogar estaba encendido y, frente a el, una figura desconocida estaba de pie, de espaldas a la puerta. Era la silueta de una mujer vestida en gasas blancas semitransparentes que dejaba adivinar las curvas de un cuerpo cuidado y atractivo.
Galahad miró a su alrededor buscando a la mujer que había entrado unos minutos antes, pero no la vio.
- ¿Dónde está mi esposa? – Preguntó.
La mujer giró y Galahad sintió su corazón casi salírsele del pecho. Era la mas hermosa mujer que había visto jamás. Alta, de tez blanca, ojos claros, largos cabellos rubios y un rostro sensual y tierno a la vez. El caballero pensó que se habría enamorado de aquella mujer en otras circunstancias.
- ¿Dónde está mi esposa? – repitió, ahora un poco mas enérgico.
La mujer se acercó un poco y en un susurro le dijo:
- Tu esposa, querido Galahad, soy yo.
- No me engañas, yo se con quien me casé – dijo Galahad – y no se parece a ti ni en lo mas mínimo.
- Has sido tan amable conmigo, querido Galahad, has sido cuidadoso y gentil conmigo aun cuando sentías que aborrecías mi aspecto, me has defendido y respetado tanto como nadie lo hizo nunca, que te creo merecedor de esta sorpresa... La mitad del tiempo que estemos juntos tendré este aspecto que ves y la otra mitad del tiempo, el aspecto con el que conociste... – la mujer hizo una pausa y cruzó su mirada con la de Sir Galahad -. Y como eres mi esposo, mi amado y maravilloso esposo, tu privilegio es tomar esta decisión: ¿Qué prefieres, esposo mío? ¿Quieres que sea ésta de día y la otra de noche o la otra de día y esta de noche?
Dentro del caballero el tiempo se detuvo. Este regalo del cielo era mas de lo que nunca había soñado. El se había resignado a su destino por amor a su amigo Arturo y allí estaba ahora pudiendo elegir su futura vida.
¿Debía pedirle a su esposa que fuera la hermosa de día para pasearse ufanamente por el pueblo siendo la envidia de todos y padecer en silencio y soledad la angustia de sus noches con la bruja? ¿O mas bien debía tolerar las burlas y desprecios de todos los que lo vieran del brazo con la bruja y consolarse sabiendo que cuando anocheciera tendría para el solo el placer celestial de la compañía de esta hermosa mujer de la cual ya se había enamorado?. Sir Galahad, el noble Sir Galahad, pensó y pensó y pensó, hasta que levantó la cabeza y hablo:
- Ya que eres mi esposa, mi amada y elegida esposa, te pido que seas... lo que tu quieras ser en cada momento del día de nuestra vida juntos...
Cuenta la leyenda que cuando ella escuchó estoy y se dio cuenta de que podía elegir por si misma ser quien ella quisiera, decidió ser todo el tiempo la mas hermosa de las mujeres.
Cuentan que desde entonces, cada ve que nos encontramos con alguien que, con el corazón entre las manos, nos autoriza a ser quienes somos, invariablemente nos transformamos.
Abandonamos para siempre las horribles brujas y los malditos ogros que anidan en nuestra sombra para que, al desaparecer, dejen lugar a los mas bellos, amorosos y fascinantes caballeros y princesas que yacen, a veces, dormidos dentro de nosotros. Hermosos seres que al principio aparecen para ofrecerlos a la persona amada, pero que terminan infaliblemente adueñándose de nuestra vida, y habitándonos permanentemente.
Este es el aprendizaje cosechado a lo largo del camino del encuentro.
El verdadero amor no es otra cosa que el deseo inevitable de ayudar a otro para que sea quien es:
Mucho mas allá de que su autenticidad sea o no de mi conveniencia.
Mucho mas allá de que, siendo quien SOS, me elijas o no a mi, para continuar juntos el camino.
FIN
Extracto del libro:
El Camino del Encuentro
Jorge Bucay
Fotografía tomada de internet