En lugar de juzgar si los demás tienen razón o no, o de guardarnos el juicio dentro, existe el camino del medio, un camino que es muy poderoso. Podemos considerar que es como caminar por el filo de la navaja sin caerse. Este camino del medio implica no apegarnos tanto a nuestra propia versión de las situaciones. Implica mantener nuestros corazones y mentes lo suficientemente abiertos como para pensar que cuando nos equivocamos lo hacemos porque deseamos contar con algún tipo de base o seguridad. Asimismo, cuando hacemos las cosas bien seguimos tratando de buscar cierta base o seguridad. ¿Son nuestro corazón y nuestra mente lo suficientemente grandes como para mantenerse suspendidos en ese espacio en el que no estamos totalmente seguros de quién tiene razón y quién está equivocado?
¿Podemos prescindir de un plan previo cuando vamos a dialogar con otra persona, podemos permitirnos no saber qué decir y no juzgar si la otra persona tiene razón o se equivoca? ¿Podemos ver, oír y sentir a los demás tal como son? Esta práctica es muy poderosa porque pronto nos descubriremos corriendo de aquí para allá tratando de encontrar una seguridad, de decidir si tenemos razón o no, o si la tienen los demás.
Se trate de nosotros mismos, de nuestros amantes, jefes, hijos, de un personaje local o de la situación política, es más arriesgado y real no apartar a nadie de nuestro corazón y no convertir a los demás en enemigos. Si empezamos a vivir así, descubriremos que en realidad no hay manera de que las cosas estén completamente acertadas o equivocadas porque son mucho más juguetonas y resbaladizas que eso. Todo es ambiguo; todo está cambiando continuamente, y en una situación dada siempre hay tantas opiniones como personas. Tratar de encontrar la razón y la equivocación absolutas es una especie de truco que nos hacemos a nosotros mismos para poder sentirnos seguros y cómodos.
Esto nos lleva a un asunto subyacente que es muy importante: ¿Cómo vamos a cambiar las cosas? ¿Qué vamos a hacer para que haya menos agresión en el mundo? Después podemos llevarlo a un nivel más personal: ¿Cómo aprendo a comunicarme con alguien que me está haciendo daño o que está haciendo daño a muchas otras personas? ¿Cómo hablo con alguien para que pueda ocurrir el cambio? ¿Cómo comunico para que se abra el espacio y para que ambos podamos encontrarnos en esa especie de inteligencia básica que todos compartimos?
¿Cómo comunicarme en un encuentro potencialmente violento para que ninguno de nosotros se ponga más agresivo y furioso? ¿Cómo me comunico de corazón para que una situación atascada pueda ventilarse? ¿Cómo puedo comunicar para que los asuntos que parecen congelados, intratables y eternamente agresivos comiencen a suavizarse y pueda darse algún intercambio compasivo?
Bien, la manera de empezar es estando dispuestos a sentir lo que nos está ocurriendo. Se empieza estando dispuesto a mantener una relación compasiva con las partes de nosotros mismos que no consideramos dignas de vivir en este mundo. Si durante la meditación estamos dispuestos a poner atención no sólo en lo que percibimos como confortable sino también en cómo se siente aquello que nos resulta doloroso, con sólo que aspiremos a permanecer despiertos y abiertos a lo que estamos sintiendo, a reconocerlo y admitirlo tanto como podamos en cada momento, entonces algo comienza a cambiar.
La acción compasiva, el estar ahí para los demás, el ser capaz de actuar y hablar de una manera comunicativa, se inicia viendo en nosotros en qué momento comenzamos a calificarnos como buenos o malos. En ese momento particular es posible contemplar simplemente el hecho de que hay una alternativa más amplia para cualquiera de esos dos extremos, que hay un lugar más sensible y trémulo donde es posible residir. Este lugar, si podemos llegar a tocarlo, nos ayudará a adiestrarnos durante toda nuestra vida a abrirnos cada vez más a cualquier cosa que sintamos, a abrirnos más en vez de cerrarnos más. Descubriremos entonces que, a medida que nos comprometemos con esta práctica, a medida que desarrollamos un sentido de celebración de aquellos as- pectos nuestros que anteriormente hallábamos tan imposibles de aceptar, algo cambia dentro de nosotros. Nuestras antiguas pautas habituales comenzarán a suavizarse y empezaremos a ver los rostros y a escuchar las palabras de las personas que nos hablan.
Si comenzamos a entrar en contacto bondadoso con lo que sea que estemos sintiendo, nuestros caparazones protectores se disolverán y hallaremos que podemos trabajar con más áreas de nuestras vidas. Según aprendemos a tener más compasión por nosotros mismos, el círculo de compasión por los demás —con qué o quiénes podemos trabajar, y de qué modo— se amplía.
Extracto del libro:
Cuando Todo Se Derrumba
Pema Chödron
Fotografía de Internet