El cuento zen, aparte de lo que dice, despierta en nosotros sutiles   resonancias,   abre  el   camino  del  eterno Atma. 
***
Huo-Huan era huérfano de padre.  A los trece años era considerado un niño prodigio. Su madre lo adoraba. Todos le auguraban un brillante futuro. Sería, tal como lo exigía la tradición familiar, un gran mandarín, un letrado respetado. El gobernador  ya le reservaba un lugar  de honor a su lado. Una mañana, mientras iba a clase como de costumbre,   se cruzó  en la calle con una muchacha  de una gran belleza, llamada Ts'ing-Ngo.  Se enamoró  de ella de modo  fulminante,  y su  vida dio un vuelco. Igual que un barco  sorprendido  por  la tempestad,   que  cambia bruscamente  de rumbo y va a encallar en una orilla desconocida. 
Como Huo-Huan se lo pidió con insistencia,  su madre inició las gestiones de costumbre   ante los padres  de la muchacha. Ts'ing-Ngo  pertenecía a una familia honorable.  Su padre,  antiguo  intendente   del templo,  se había  retirado   a la montaña.   Había   dejado   órdenes.   Su hija  debía  llevar  una vida   consagrada,    no   le  estaba   permitido    casarse.    Huo, cuando   lo supo,  cayó  en la desesperación.    Su pena  era tan violenta,   tan terrible,  que  su madre  temía  por  su vida.   Una mañana   al salir  de  su  casa, perdido   en  sus  pensamientos, tropezó   con un transeúnte,   un religioso  taoísta.   Huo  se excusó,  y el santo varón le respondió con una sonrisa.  Llevaba en la mano una pequeña llana, que agitaba ante sí. Huo, maquinalmente,  le preguntó: 
-Es un objeto  mágico -dijo    el religioso-    que me permite atravesar los muros y recoger hierbas medicinales. 
-¿Esta pequeña llana atraviesa los muros? 
-Sí -afirmó el religioso,  y acto seguido se lo demostró atacando un edificio próximo. 
La pequeña  llana penetraba  en la mampostería  como en una masa de mantequilla. El taoísta lo probó en diversos lugares con la misma facilidad.  Huo, distraído por un momento de su tristeza, lo miraba con estupor. 
-Si   esta pequeña llana os gusta, os la doy --dijo   en- tonces  el religioso.  Huo  quiso  pagar por  ella un  precio adecuado,  pero el santo  varón se negó y, con una última sonrisa, se marchó. 
***
Durante  los días siguientes Huo probó la pequeña lla na encantada con todo lo que se presentaba. Atravesó tabiques, horadó  muros  y lleno de fiebre agujereó  incluso las piedras del camino.  Una noche se encontró  ante la casa de su amada. ¿Porqué  estaba allí? No tenía ninguna intención precisa, pero una fuerza irresistible  le arrastraba.  Perforó el muro   exterior,   horadó   paredes   y  tabiques   y  atravesó   así toda   la  casa  hasta  la  habitación,    donde   vio  de  pronto a Ts'ing, que se disponía a acostarse.  La muchacha se acostó. Huo,  con el  corazón  latiéndole  fuertemente,  intimidado, esperó.  Finalmente,  cuando  Ts'ing  se hubo  dormido,  se deslizó a su lado, se envolvió en una manta bordada  y se durmió a su vez en el recinto de su aliento perfumado. 
Por la mañana una sirvienta que iba a despertar a su señora encontró a los dos niños castamente dormidos uno al lado del otro.  Horrorizada,  lanzó  un grito, y pronto  las criadas y los criados armados  con bastones  formaron  un círculo alrededor del intruso.  Le reconocieron.   Era Huo, el estudiante, el letrado. Accedieron a perdonarle, con la condición de que aquello no se repitiera  nunca y de que no volviera a ver a la muchacha. Pero Ts'ing, durante ese tiempo, permaneció pensativa, el muchacho  le había tocado el corazón.  Por eso, a pesar de la oposición  del padre, el santo varón retirado  a la montaña,  de la incomprensión  de la madre y de la vergüenza de la madre de Huo, que deploraba la mala conducta  de su hijo, se  celebró el matrimonio poco después, gracias a la benévola intervención  del gobernador de la ciudad. 
No se sabe si los jóvenes  esposos fueron felices en este mundo, pues poco después de la boda Ts'ing murió. Huo desapareció unos meses más tarde.  Se murmura  que  se lle vó la pequeña  llana encantada y liberó de la  piedra de la tumba a su amada.  Ahora  están reunidos para siempre  en la eternidad en el palacio del fondo del mar ... de los inmortales. 
Extraído de:
La Grulla Cenicienta
Los más bellos cuentos zen
Henry Brunel
Fotografía del internet

