P: ¿Podría decirnos algo sobre la capacidad de perdonar?
Thich Nhat Hanh:
R: La capacidad de perdonar es fruto del entendimiento. A veces, incluso cuando queremos perdonar a alguien, no somos capaces de hacerlo. La buena voluntad necesaria para perdonar puede estar presente, pero la amargura y el sufrimiento siguen también estando presentes. Para mi el perdón es resultado de la práctica de observar profundamente y comprender.
En la oficina que teníamos en París en los años setenta y ochenta una mañana recibimos una muy mala noticia. Había llegado una carta en que nos decían que una niña de once años que viajaba en un barco procedente de Viet Nam había sido violada por un pirata del mar. Cuando su padre intentó intervenir lo arrojaron al mar. La niña saltó al mar también, y se ahogó. Yo estaba enojado. Como seres humanos, tenemos derecho a enojarse; pero como practicantes, no tenemos derecho a cesar de practicar.
No fui capaz de desayunar; la noticia era demasiado para mí. Medité caminando en un bosque cercano. Intenté ponerme en contacto con los árboles, los pájaros y el cielo azul, para calmarme, y luego me senté y medité. La meditación duró mucho rato.
Mientras meditaba me vi nacer en la zona costera de Tailandia. Mi padre era un pescador pobre; mi madre era una mujer inculta. La pobreza me rodeaba por todas partes. A los catorce años tuve que ponerme a trabajar con mi padre en el barco para ganar nuestro sustento; este trabajo era muy duro. Cuando mi padre murió, tuve que hacerme cargo de su actividad yo solo para sostener a mi familia.
Un pescador que conocía me dijo que muchos refugiados del mar que salían de Viet Nam solían llevar consigo sus posesiones muy valiosas, como oro y alhajas. Me dijo que si interceptábamos uno solo de estos barcos y nos quedábamos con una parte del oro, seríamos ricos. Como era un pescador pobre e inculto, su propuesta me tentó. Y un día decidí irme con él y robar a los refugiados del mar. Cuando vi como el pescador violaba a una de las mujeres que viajaban en el barco, sentí la tentación de hacer lo mismo. Miré a mi alrededor y cuando me di cuenta de que nada me podía detener —no había policías y no corría ningún riesgo— me dije a mí mismo: «Lo puedo hacer, una sola vez». Fue así como me convertí en pirata del mar que viola a una niña pequeña.
Ahora imagínense que van en el barco y que llevan un arma de fuego. Si me disparan y me matan, su acto no me ayudará. Nadie me ha ayudado en toda mi vida y nadie ayudó a mis padres en toda su vida. De niño, me criaron sin educación. Yo jugaba con niños delincuentes y ya de mayor me convertí en pescador pobre. Ningún político o educador me ayudó jamás. Y porque nadie me ayudó, me convertí en pirata del mar. Si disparas contra mí, me matarás.
Esa noche medité sobre esto. Una vez más, me vi como joven pescador que se convierte en pirata del mar. También vi como cientos de bebés nacían esa noche en las costas de Tailandia. Me di cuenta de que si nadie ayudara a esos bebés a crecer con educación y posibilidades de llevar una vida decente, en veinte años algunos de esos bebés serían piratas del mar. Empecé a entender que si yo hubiese nacido niño en esa aldea de pescadores, también yo me hubiese convertido en pirata del mar. Cuando comprendí esto, mi enojo con los piratas se disipó.
En vez de enojarme con el pescador, sentí compasión por él. Prometí que si algo pudiera hacer para ayudar a los bebés que habían nacido esa noche en las costas de Tailandia, lo haría. La energía llamada enojo se transformó en la energía de la compasión por medio de la meditación. La capacidad de perdonar, y el entendimiento, son frutos de la práctica de observar profundamente, yo la llamo meditar.
Extracto del libro:
Sea libre donde esté
Thich Nhat Hanh
Fotografía tomada de internet