¿PUEDEN Y SABEN AMAR LOS HOMBRES?
Acerca del mito de la insensibilidad masculina y su supuesta incapacidad de amar La verdad sea dicha, el "arte de amar" no es una de las virtudes que el varón haya podido ejercer tranquilamente. La vida afectiva masculina transcurre en una especie de zona endémica, bastante complicada y muy poco propicia para que el amor pueda crecer en libertad. Nos encanta amar, pero a veces se nos enreda el hilo y perdemos el rumbo. En realidad, para ser más franco y parafraseando la jerga hippie, nos hemos preocupado más por hacer la guerra que por hacer (construir) el amor. Cuando los jóvenes de los años sesenta nos adornábamos con margaritas, protestábamos por la guerra del Vietnam, recitábamos las cuatro tesis de Mao Tse Túng y poníamos a tambalear el orden establecido, también intentábamos rescatar el viejo amor perdido por la humanidad. Por desgracia, no fuimos capaces o no nos alcanzó el tiempo. Dejamos huellas como las marcas de un sarampión, algo de rasquiña, un poco de enrojecimiento, pero nada más; no alcanzamos la cima.
En esa época, los varones nos permitíamos ciertos deslices simpáticos en contra de la acostumbrada virilidad, aceptados y casi siempre patrocinados por nuestras liberadas compañeras, pero seriamente cuestionados por la severa y sesuda paternidad. Recuerdo que cuando mis hermanas me planchaban el cabello (papel y plancha en mano), mi padre me miraba en silencio aneo diciendo: "Esto no puede ser mi hijo", en cambio, a mi madre siempre le parecía que estaba bien, me quitaba alguna pelusa de los hombros y me despedía con un gesto apacible de: "Ve con Dios". Camisas floreadas, pantalones con bota campana, zapatos de tacón o zuecos, predilección por las flores, los atardeceres, las poesías, Cortázar, Hermane Hese, el Maharishi de turno, Krishnamurti y los Beatles, eran algunos elementos que conformaban la parafernalia masculina de la época; también odiábamos el jabón, nos hacíamos trenzas y compartíamos amable y comunitariamente la novia de turno (ellas hacían lo mismo con nosotros). Había un toque afectivo, un clima de relax, una ambientación psicodélica, donde la ternura no quedaba excluida y convivía de manera alegre y entretenida con el género masculino. He llegado a pensar que, en todo ese "proceso revolucionario", los varones también buscábamos un tipo de liberación personal que trascendía lo ideológico. Había una propuesta afectiva de fondo de la cual nos alimentábamos en silencio, y disfrutábamos a corazón abierto. Aunque aquello quedó definitivamente atrás, cierta nostalgia suele hacer su aparición de vez en cuando, una reminiscencia emotiva difícil de enterrar nos habla en voz baja de lo que podría haber sido y no fue.
Si realmente queremos vivir a plenitud la experiencia afectiva, ¿qué nos impide hacerlo? ¿Qué nos falta o qué nos sobra? ¿Por qué no arrancamos desaforadamente a querer a cuanta persona se nos cruce por el camino? Cuando hablo de "zona endémica" me refiero a un conjunto de condiciones, básicamente psicosociales, que dificultan el intercambio afectivo del varón. Aunque algunos pueblos tribales podrían escaparse a esta afirmación, la evidencia psicológica muestra que la gran mayoría de los hombres civilizados estamos inmersos en una cantidad de dilemas obstaculizantes que no poseen las mujeres. Muchas veces no sólo no sabemos qué hacer con el amor, como si quemara, sino que no hallamos la forma de entrar en él sin tanta carga negativa. Para poder amar en paz debemos aprender nuevas formas de relación, pero también desaprender otras. Modificar viejas costumbres y demoler aquellas barreras que no nos han dejado ejercer cómodamente el derecho al amor. No estoy diciendo que seamos incapaces de amar, sino que el intercambio afectivo masculino está plagado de interferencias. Hay que limpiar estos canales de comunicación y solamente compete al varón hacerlo.
Señalaré tres conflictos afectivos que han caracterizado la vida amorosa masculina, y que en la gran mayoría de los hombres aún están por resolverse:
a) el desbalance interior entre sentimientos positivos y negativos, que nos impide tener un libre acceso a la ternura;
b) la oposición afectiva que mantenemos con el sexo opuesto, que nos impide identificarnos con lo masculino y acercarnos a lo femenino; y
c) la dificultad de entregarnos a nuestros hijos desde el lado maternal que poseemos.
Extracto tomado del libro:
Intimidades masculinas
Walter Riso
Imágenes tomadas de internet