sábado, 11 de mayo de 2019

NIJINSKY








Nijinski, uno de los bailarines más importantes del mundo, de la historia del baile... En mi opinión, es el mejor bailarín que ha dado la humanidad. Era un auténtico milagro de la danza. De vez en cuando daba un salto tan prodigioso que desafiaba las leyes de la gravedad; era imposible, científicamente imposible. Semejante salto, tan enorme, era absolutamente imposible según las leyes de la gravedad. Ni los atletas que compiten en la prueba de salto de longitud de los Juegos Olímpicos pueden compararse con Nijinski cuando daba esos saltos. Y era aún más milagroso cómo descendía: volvía al suelo como una pluma, lentamente. Eso contradecía aún más las leyes de la gravedad, porque con la gravedad el peso de un cuerpo humano cae de repente, rápidamente. Lo normal es caer de golpe, incluso fracturarte algún hueso. Pero él descendía como cae una hoja muerta de un árbol: lenta, perezosamente, sin prisas, porque no hay ningún sitio al que llegar. O mejor dicho, como una pluma, porque una hoja cae un poco más rápido. Una pluma de ave es ligera, muy ligera: simplemente baila. Así bajaba hasta el suelo Nijinski. Cuando tocaba el escenario con los pies no se oía ni un ruido.





Le preguntaron una y otra vez: «¿Cómo lo hace?». Y él respondía: «No lo hago yo. He intentado hacerlo, pero siempre que lo intentaba no salía. Cuanto más lo intentaba, más me daba cuenta de que no era algo que yo pudiera controlar. Poco a poco fui dándome cuenta de que ocurre cuando no lo intento, cuando ni siquiera estoy pensando en ello. Cuando ni siquiera estoy allí, de repente me doy cuenta de que allí está, de que está ocurriendo. Y cuando me pongo a pensar en cómo ha ocurrido, ya no está allí, ya se ha ido, y estoy otra vez en el suelo».





Este hombre sabe que no se puede buscar la felicidad. Si Nijinski hubiera formado parte de la comisión encargada de redactar la Constitución estadounidense, se habría opuesto a esa palabra y habría dicho que «búsqueda» era un despropósito. Habría que decir que la felicidad es un derecho inalienable, pero no su búsqueda. No es como el cazador que va en busca de su presa. Entonces te pasarías la vida corriendo, persiguiendo sombras, sin llegar jamás a ninguna parte. Se te pasará la vida y la habrás desperdiciado por completo.





Pero la mente estadounidense tiene esa idea, y «buscan» en todas las esferas: la política, la economía, la religión. Los estadounidenses no paran, siempre van corriendo, y muy rápido, porque, ya que tienes que ir, ¿por qué no hacerlo rápido? Y no hay que preguntar adonde vas, porque nadie lo sabe. Hay algo seguro: que van a toda velocidad, a toda la velocidad que pueden mantener, que pueden adquirir. ¿Qué más hace falta? Vas, vas a toda velocidad. Estás ejerciendo tu derecho inalienable. 





Así se pasa de una mujer a otra y a otra, de un hombre a otro y a otro, de un negocio a otro, de un trabajo a otro..., todo en busca de la felicidad. Y curiosamente, siempre se tiene la impresión de que la felicidad está ahí mismo y de que hay otro disfrutando de ella, de modo que tú te pones a buscarla. Cuando llegas a donde crees que vas a encontrarla, no está allí.





Nadie está contento con su suerte; la del vecino es mejor. Pero no te metas en casa del vecino para comprobarlo, ¡Disfruta de lo que tienes! Si tu vecino tiene más suerte que tú, disfrútalo. ¿Por qué destruir las cosas pasando a casa de tu vecino para descubrir que tiene peor suerte que tú? 





Pero la gente corre detrás de todo, pensando que a lo mejor así conseguirán lo que se han perdido.














Bibliografía: 


Alegría: Osho


Fotografía tomada de internet