sábado, 31 de agosto de 2019

EL NARRADOR








Eran tiempos de exilio. Héctor Tizón andaba con la raíces al aire, y las raíces le ardían como nervios sin piel. 





Alguien le había recomendado un psicoanálisis, pero el psicoanalista y él pasaban mudos la eternidad de cada sesión. El paciente, tumbado en el diván, no abría la boca, por ser de naturaleza enroscado y por creer que su biografía carecía de importancia. Y también estaba callado el terapeuta, y en blanco, siempre en blanco, estaban las páginas del cuaderno que yacía sobre sus rodillas. Al cabo de los cuarenta minutos, el psicoanalista suspiraba: 





—Bueno. Ya es hora. 





A Héctor le daba pena el buen hombre, y él mismo se daba pena: aquel tormento, peor que el exilio, le estaba destrozando los nervios, y encima pagaba por padecerlo. 





Un buen día decidió que las cosas no podían seguir así. Desde entonces, a media mañana, mientras el tren lo llevaba desde Cercedilla hacia Madrid, Héctor iba inventando buenas historias para contar. Y apenas se echaba en el diván, se montaba en el arcoiris y disparaba cuentos de montañas embrujadas, héroes endiablados, sirenas que llaman a los hombres desde el fondo de los ríos y fantasmas que hacen casa en la alta niebla. 





El psicoanalista tenía más ganas de aplaudirlo que de interpretarlo.














Tomado de:


Cuentos de Galeano en la Jornada


Eduardo Galeano


Fotografía de internet


EL NARRADOR


Eran tiempos de exilio. Héctor Tizón andaba con la raíces al aire, y las raíces le ardían como nervios sin piel. 

Alguien le había recomendado un psicoanálisis, pero el psicoanalista y él pasaban mudos la eternidad de cada sesión. El paciente, tumbado en el diván, no abría la boca, por ser de naturaleza enroscado y por creer que su biografía carecía de importancia. Y también estaba callado el terapeuta, y en blanco, siempre en blanco, estaban las páginas del cuaderno que yacía sobre sus rodillas. Al cabo de los cuarenta minutos, el psicoanalista suspiraba: 

—Bueno. Ya es hora. 

A Héctor le daba pena el buen hombre, y él mismo se daba pena: aquel tormento, peor que el exilio, le estaba destrozando los nervios, y encima pagaba por padecerlo. 

Un buen día decidió que las cosas no podían seguir así. Desde entonces, a media mañana, mientras el tren lo llevaba desde Cercedilla hacia Madrid, Héctor iba inventando buenas historias para contar. Y apenas se echaba en el diván, se montaba en el arcoiris y disparaba cuentos de montañas embrujadas, héroes endiablados, sirenas que llaman a los hombres desde el fondo de los ríos y fantasmas que hacen casa en la alta niebla. 

El psicoanalista tenía más ganas de aplaudirlo que de interpretarlo.




Tomado de:
Cuentos de Galeano en la Jornada
Eduardo Galeano
Fotografía de internet

EL PRECIO






EL PRECIO


viernes, 30 de agosto de 2019

EL SABOR DE LA LIBERTAD








Una vez que el niño conoce el sabor de la libertad, jamás formará parte de ninguna sociedad, ninguna Iglesia, ningún club, ningún partido político. Seguirá siendo un individuo, seguirá siendo libre y provocará pulsaciones de libertad a su alrededor. Su ser mismo se convertirá en una puerta hacia la libertad.





Al niño no se le permite probar la libertad. Si le pregunta a su madre: «Mamá, ¿puedo salir? Hace sol, el aire está fresco y me gustaría dar una vuelta a la manzana», inmediatamente, de una forma obsesiva, compulsiva, ella dirá: «¡No!». El niño no ha pedido gran cosa; sólo salir a disfrutar del sol de la mañana, el aire fresco y la compañía de los árboles... ¡No ha pedido nada! Pero movida por una profunda compulsión, la madre dice que no. Es raro oír a una madre o a un padre decir sí.





Incluso si lo hacen, es de mala gana. Incluso si dicen sí, hacen sentirse culpable al niño, que los está obligando, que está haciendo algo malo.





Siempre que el niño se siente feliz, haga lo que haga, siempre hay alguien que le dirá: «¡No hagas eso!». El niño lo va comprendiendo poco a poco: «Siempre que me siento feliz por algo, eso es malo». Y naturalmente, nunca se siente feliz haciendo lo que los demás le dicen que haga, porque para él no es un impulso espontáneo. Y así llega a saber que estar triste está bien y ser feliz está mal. Esa asociación llega a lo más profundo.





Si quiere abrir el reloj para ver lo que hay dentro, toda la familia se le echa encima gritando: «¡No! Vas a romper el reloj. Eso es malo». El niño sólo estaba mirando el reloj, por curiosidad científica. Quería saber por qué hace tictac. Estaba actuando bien. Y el reloj no es tan valioso  como su curiosidad, como su mente inquisitiva. El reloj no vale nada -aunque lo destroce-, pero cuando la mente inquisitiva queda destruida, se ha destruido mucho más: el niño no volverá a indagar para averiguar la verdad.





O a lo mejor hace una noche preciosa, con el cielo lleno de estrellas, y el niño quiere estar fuera, pero es la hora de irse a dormir. No tiene sueño, está completamente despierto, muy despierto. El niño se siente confundido. Por la mañana, cuando tiene sueño, todo el mundo le grita: «¡Vamos! ¡A levantarse!». Cuando estaba disfrutando tanto de estar en la cama, cuando quería darse otra vuelta, dormir y soñar un poco más, todo el mundo le lleva la contraria: «¡Levántate! Es hora de levantarse».





Resulta que está completamente despierto y quiere disfrutar de las estrellas. Es un momento muy poético, muy romántico. Está emocionado.





¿Cómo irse a dormir con semejante emoción? Está entusiasmado, quiere cantar y bailar, pero lo obligan a irse a dormir. «Son las nueve. Hora de irse a dormir.» Estaba tan feliz despierto, pero lo obligan a irse a dormir.





Cuando está jugando lo obligan a sentarse a la mesa para cenar. No tiene hambre. Cuando tiene hambre, la madre dice: «No son horas». Así destruimos toda posibilidad de ser extático, toda posibilidad de ser feliz, de alegría, de placer. Todo aquello con lo que el niño se siente feliz de una forma espontánea parece ser malo, y lo que no le llama la atención parece ser bueno.











Bibliografía: 


Alegría: Osho


Fotografía tomada de internet


EL SABOR DE LA LIBERTAD


Una vez que el niño conoce el sabor de la libertad, jamás formará parte de ninguna sociedad, ninguna Iglesia, ningún club, ningún partido político. Seguirá siendo un individuo, seguirá siendo libre y provocará pulsaciones de libertad a su alrededor. Su ser mismo se convertirá en una puerta hacia la libertad.

Al niño no se le permite probar la libertad. Si le pregunta a su madre: «Mamá, ¿puedo salir? Hace sol, el aire está fresco y me gustaría dar una vuelta a la manzana», inmediatamente, de una forma obsesiva, compulsiva, ella dirá: «¡No!». El niño no ha pedido gran cosa; sólo salir a disfrutar del sol de la mañana, el aire fresco y la compañía de los árboles... ¡No ha pedido nada! Pero movida por una profunda compulsión, la madre dice que no. Es raro oír a una madre o a un padre decir sí.

Incluso si lo hacen, es de mala gana. Incluso si dicen sí, hacen sentirse culpable al niño, que los está obligando, que está haciendo algo malo.

Siempre que el niño se siente feliz, haga lo que haga, siempre hay alguien que le dirá: «¡No hagas eso!». El niño lo va comprendiendo poco a poco: «Siempre que me siento feliz por algo, eso es malo». Y naturalmente, nunca se siente feliz haciendo lo que los demás le dicen que haga, porque para él no es un impulso espontáneo. Y así llega a saber que estar triste está bien y ser feliz está mal. Esa asociación llega a lo más profundo.

Si quiere abrir el reloj para ver lo que hay dentro, toda la familia se le echa encima gritando: «¡No! Vas a romper el reloj. Eso es malo». El niño sólo estaba mirando el reloj, por curiosidad científica. Quería saber por qué hace tictac. Estaba actuando bien. Y el reloj no es tan valioso  como su curiosidad, como su mente inquisitiva. El reloj no vale nada -aunque lo destroce-, pero cuando la mente inquisitiva queda destruida, se ha destruido mucho más: el niño no volverá a indagar para averiguar la verdad.

O a lo mejor hace una noche preciosa, con el cielo lleno de estrellas, y el niño quiere estar fuera, pero es la hora de irse a dormir. No tiene sueño, está completamente despierto, muy despierto. El niño se siente confundido. Por la mañana, cuando tiene sueño, todo el mundo le grita: «¡Vamos! ¡A levantarse!». Cuando estaba disfrutando tanto de estar en la cama, cuando quería darse otra vuelta, dormir y soñar un poco más, todo el mundo le lleva la contraria: «¡Levántate! Es hora de levantarse».

Resulta que está completamente despierto y quiere disfrutar de las estrellas. Es un momento muy poético, muy romántico. Está emocionado.

¿Cómo irse a dormir con semejante emoción? Está entusiasmado, quiere cantar y bailar, pero lo obligan a irse a dormir. «Son las nueve. Hora de irse a dormir.» Estaba tan feliz despierto, pero lo obligan a irse a dormir.

Cuando está jugando lo obligan a sentarse a la mesa para cenar. No tiene hambre. Cuando tiene hambre, la madre dice: «No son horas». Así destruimos toda posibilidad de ser extático, toda posibilidad de ser feliz, de alegría, de placer. Todo aquello con lo que el niño se siente feliz de una forma espontánea parece ser malo, y lo que no le llama la atención parece ser bueno.



Bibliografía: 
Alegría: Osho
Fotografía tomada de internet

DUDAS






DUDAS


jueves, 29 de agosto de 2019

LA BALANZA Y LA ESCOBA








Un día, un hombre fue a la joyería y dijo al joyero:





"Quisiera pesar este oro. Préstame tu balanza."





El joyero respondió:





"¡Lo siento de veras, pero no tengo pala!





-¡No, no! dijo el hombre, ¡yo te pido tu balanza!"





El joyero:





"¡No hay escoba en este almacén!





-¿Estás sordo? dijo el hombre. ¡Te pido una balanza!"





El joyero respondió:





"He oído muy bien. No estoy sordo. No creo que mis palabras estén desprovistas de sentido. Veo bien que careces de experiencia y que, al pesar tu oro, vas a dejar caer algunas partículas al suelo. Entonces me dirás: "¿Puedes prestarme una escoba para que pueda recuperar mi oro?" ¡y cuando lo hayas barrido, me preguntarás si tengo una pala! Yo veo el fin desde el principio. ¡Recurre a algún otro!"











150 Cuentos sufíes


Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī


Fotografía tomada de internet


LA BALANZA Y LA ESCOBA


Un día, un hombre fue a la joyería y dijo al joyero:

"Quisiera pesar este oro. Préstame tu balanza."

El joyero respondió:

"¡Lo siento de veras, pero no tengo pala!

-¡No, no! dijo el hombre, ¡yo te pido tu balanza!"

El joyero:

"¡No hay escoba en este almacén!

-¿Estás sordo? dijo el hombre. ¡Te pido una balanza!"

El joyero respondió:

"He oído muy bien. No estoy sordo. No creo que mis palabras estén desprovistas de sentido. Veo bien que careces de experiencia y que, al pesar tu oro, vas a dejar caer algunas partículas al suelo. Entonces me dirás: "¿Puedes prestarme una escoba para que pueda recuperar mi oro?" ¡y cuando lo hayas barrido, me preguntarás si tengo una pala! Yo veo el fin desde el principio. ¡Recurre a algún otro!"



150 Cuentos sufíes
Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
Fotografía tomada de internet

ESTABILIDAD








ESTABILIDAD


martes, 27 de agosto de 2019

EL MAESTRO DE ESCUELA








La ciencia posee dos alas, pero la intuición sólo tiene una. Cada vez que el ave de la duda intenta salir volando desde el nido de la esperanza, cae a tierra porque no tiene más que un ala: la de la intuición.





Había una vez un maestro de escuela que era muy exigente con sus alumnos. Estos se pusieron pronto a buscar una solución para librarse de él. Se decían:





"¿Cómo es que nunca se pone enfermo? Eso nos daría ocasión de tener un poco de descanso. Nos liberaríamos así de esta prisión que es la escuela para nosotros."





Uno de los alumnos propuso su idea:





"Es necesario que uno de nosotros diga al maestro: "¡Oh, maestro! ¡Creo que su cara está muy pálida!





¡Sin duda tiene fiebre!" Seguro que estas palabras tendrán su efecto sobre él, aunque, de momento, no quedará convencido. Pero, cuando entre en la clase, diréis todos juntos: "¡Oh, maestro! ¿Qué pasa? ¿Qué le sucede?" Cuando un tercero, luego un cuarto, después un quinto le hayan repetido lo mismo con cara entristecida, no hay duda de que quedará convencido."





A la mañana siguiente, todos los alumnos se pusieron a esperar a su maestro para que cayese en la trampa. El que había propuesto la idea fue el primero en saludarlo y en anunciarle la mala noticia. El maestro le dijo:





"¡No digas insensateces! No estoy enfermo. ¡Vuelve a tu sitio!"





Pero el polvo de la duda se había infiltrado en su corazón. Cuando todos los niños, unos tras otros, se pusieron a repetirle lo mismo, empezó a creer que estaba realmente enfermo.





Cuando un hombre camina sobre un muro elevado, pierde el equilibrio apenas la duda se apodera de él.





El maestro decidió entonces meterse en la cama. Sintió un gran rencor hacia su mujer, porque se decía:





"¿Cómo es que ni siquiera ha notado el color de mi cara? Parece que ya no se interesa por mí. Acaso espera casarse con otro..."





Lleno de cólera, abrió la puerta de su casa. Su mujer, sorprendida, le dijo:





"¿Qué pasa? ¿Por qué vuelves tan pronto?"





El maestro de escuela replicó:





"¿Te has vuelto ciega? ¿No ves la palidez de mi cara? ¡Todo el mundo se inquieta, pero a ti, eso te deja indiferente! Compartes mi techo, pero apenas te preocupas por mí."





La mujer le dijo:





"¡Oh dueño mío! Son imaginaciones. ¡Tú no estás enfermo!





-¡Oh, mujer vulgar! se enfureció el maestro, si estás ciega, seguro que no es culpa mía. Estoy desde luego enfermo y el dolor me tortura.





-Si quieres, le dijo su mujer, te traeré un espejo. Verás así qué cara tienes y si merezco ser tratada así.





-¡Vete al diablo con tu espejo! Ve mejor a preparar mi cama, pues creo que me sentiré mejor si me acuesto."





La mujer fue entonces a preparar su cama, pero se dijo:





"Aparenta estar enfermo para alejarme de la casa. Todo eso no es más que un pretexto."





Una vez en cama, el maestro se puso a lamentarse. Entonces el alumno que había tenido esta astuta idea dijo a los demás:





"Su casa no está lejos. Recitemos nuestras lecciones con la voz lo más alta posible y ese ruido no hará sino aumentar sus tormentos."





Al cabo de un rato, el maestro ya no pudo contenerse y fue a decir a sus alumnos:





"Me dais dolor de cabeza. Os autorizo a volver a vuestras casas."





Así, los niños le desearon un rápido restablecimiento y tomaron el camino de regreso a sus casas, como pájaros en busca de semillas. Cuando las madres vieron que los niños jugaban en la calle a la hora de la escuela, les reprendieron severamente. Pero los niños respondieron:





"No es culpa nuestra. Es la voluntad de Dios que nuestro maestro haya caído enfermo."





Las madres dijeron entonces:





"Veremos mañana si decís la verdad. Pero ¡pobres de vosotros si es una mentira!"





Al día siguiente, las madres de los escolares fueron a visitar al maestro y comprobaron que estaba gravemente enfermo. Le dijeron:





"¡No sabíamos que estuviese usted enfermo!"





El maestro replicó:





"Yo tampoco lo sabía. ¡Fueron vuestros hijos los que me informaron de ello!











150 Cuentos sufíes


Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī


Fotografía tomada de internet


EL MAESTRO DE ESCUELA


La ciencia posee dos alas, pero la intuición sólo tiene una. Cada vez que el ave de la duda intenta salir volando desde el nido de la esperanza, cae a tierra porque no tiene más que un ala: la de la intuición.

Había una vez un maestro de escuela que era muy exigente con sus alumnos. Estos se pusieron pronto a buscar una solución para librarse de él. Se decían:

"¿Cómo es que nunca se pone enfermo? Eso nos daría ocasión de tener un poco de descanso. Nos liberaríamos así de esta prisión que es la escuela para nosotros."

Uno de los alumnos propuso su idea:

"Es necesario que uno de nosotros diga al maestro: "¡Oh, maestro! ¡Creo que su cara está muy pálida!

¡Sin duda tiene fiebre!" Seguro que estas palabras tendrán su efecto sobre él, aunque, de momento, no quedará convencido. Pero, cuando entre en la clase, diréis todos juntos: "¡Oh, maestro! ¿Qué pasa? ¿Qué le sucede?" Cuando un tercero, luego un cuarto, después un quinto le hayan repetido lo mismo con cara entristecida, no hay duda de que quedará convencido."

A la mañana siguiente, todos los alumnos se pusieron a esperar a su maestro para que cayese en la trampa. El que había propuesto la idea fue el primero en saludarlo y en anunciarle la mala noticia. El maestro le dijo:

"¡No digas insensateces! No estoy enfermo. ¡Vuelve a tu sitio!"

Pero el polvo de la duda se había infiltrado en su corazón. Cuando todos los niños, unos tras otros, se pusieron a repetirle lo mismo, empezó a creer que estaba realmente enfermo.

Cuando un hombre camina sobre un muro elevado, pierde el equilibrio apenas la duda se apodera de él.

El maestro decidió entonces meterse en la cama. Sintió un gran rencor hacia su mujer, porque se decía:

"¿Cómo es que ni siquiera ha notado el color de mi cara? Parece que ya no se interesa por mí. Acaso espera casarse con otro..."

Lleno de cólera, abrió la puerta de su casa. Su mujer, sorprendida, le dijo:

"¿Qué pasa? ¿Por qué vuelves tan pronto?"

El maestro de escuela replicó:

"¿Te has vuelto ciega? ¿No ves la palidez de mi cara? ¡Todo el mundo se inquieta, pero a ti, eso te deja indiferente! Compartes mi techo, pero apenas te preocupas por mí."

La mujer le dijo:

"¡Oh dueño mío! Son imaginaciones. ¡Tú no estás enfermo!

-¡Oh, mujer vulgar! se enfureció el maestro, si estás ciega, seguro que no es culpa mía. Estoy desde luego enfermo y el dolor me tortura.

-Si quieres, le dijo su mujer, te traeré un espejo. Verás así qué cara tienes y si merezco ser tratada así.

-¡Vete al diablo con tu espejo! Ve mejor a preparar mi cama, pues creo que me sentiré mejor si me acuesto."

La mujer fue entonces a preparar su cama, pero se dijo:

"Aparenta estar enfermo para alejarme de la casa. Todo eso no es más que un pretexto."

Una vez en cama, el maestro se puso a lamentarse. Entonces el alumno que había tenido esta astuta idea dijo a los demás:

"Su casa no está lejos. Recitemos nuestras lecciones con la voz lo más alta posible y ese ruido no hará sino aumentar sus tormentos."

Al cabo de un rato, el maestro ya no pudo contenerse y fue a decir a sus alumnos:

"Me dais dolor de cabeza. Os autorizo a volver a vuestras casas."

Así, los niños le desearon un rápido restablecimiento y tomaron el camino de regreso a sus casas, como pájaros en busca de semillas. Cuando las madres vieron que los niños jugaban en la calle a la hora de la escuela, les reprendieron severamente. Pero los niños respondieron:

"No es culpa nuestra. Es la voluntad de Dios que nuestro maestro haya caído enfermo."

Las madres dijeron entonces:

"Veremos mañana si decís la verdad. Pero ¡pobres de vosotros si es una mentira!"

Al día siguiente, las madres de los escolares fueron a visitar al maestro y comprobaron que estaba gravemente enfermo. Le dijeron:

"¡No sabíamos que estuviese usted enfermo!"

El maestro replicó:

"Yo tampoco lo sabía. ¡Fueron vuestros hijos los que me informaron de ello!



150 Cuentos sufíes
Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
Fotografía tomada de internet

BRECHAS






BRECHAS


domingo, 25 de agosto de 2019

EL TESORO








En la época del profeta David, un hombre dirigía a Dios esta especie de plegaria:





"¡Oh, Señor! Procúrame tesoros sin que tenga yo que cansarme. ¿No eres Tú quien me ha creado, tan perezoso y tan débil? Es normal que no se cargue del mismo modo un asno débil y un caballo lleno de vigor. ¡Yo soy perezoso, es verdad, pero no por eso dejo de dormir bajo tu sombra!"





Así rezaba desde la mañana hasta la noche y sus vecinos se burlaban de él. Algunos de ellos le reprendían y otros lo ridiculizaban diciendo:





"El tesoro que llamas con tus deseos no está lejos. Ve a buscarlo. ¡Está allá abajo!"





La celebridad de nuestro hombre crecía de día en día por el país. Ahora bien, un día en el que rezaba en su casa, una vaca desmandada destrozó su puerta con los cuernos y penetró sin ceremonias en su morada.





El hombre se apoderó de ella, le ató las patas y, sin dudar un segundo, la degolló. Después fue corriendo a la carnicería para que el carnicero descuartizase su víctima.





En su camino se cruzó con el propietario de la vaca. Este lo apostrofó:





"¿Cómo te has atrevido a degollar mi vaca? ¡Me has causado un considerable perjuicio!"





El otro respondió:





"¡He implorado a Dios para que provea a mi subsistencia! He rezado día y noche y, finalmente, mi plegaria ha sido oída y mi subsistencia se ha presentado a mí. ¡Esta es mi respuesta!"





El propietario lo agarró del cuello y le asestó dos bofetadas. Después lo arrastró a casa del profeta David diciendo:





"¡Pedazo de idiota! ¡Voy a enseñarte el sentido de tus plegarias!"





El otro insistía diciendo:





"Sin embargo es verdad. ¡He rezado mucho y Dios me ha escuchado!"





El propietario de la vaca amotinó a la población con sus gritos:





"¡Venid todos a admirar al que pretende apropiarse de mis bienes por la oración! ¡Si las cosas pasaran así, todos los mendigos serían ricos!"





La gente que se reunía alrededor de ellos empezó a darle la razón.





"¡Es cierto lo que dices! Los bienes se compran o se regalan. También se obtienen por herencia. Pero ningún libro menciona este procedimiento de adquisición."





Hubo muchos comentarios en la ciudad acerca de este suceso.





En cuanto al pobre, se mantenía con la cara contra el suelo, y rezaba a Dios en estos términos:





"¡Oh, Dios mío! No me dejes así, en medio de la multitud, cubierto de vergüenza. ¡Tú sabes que no he dejado de dirigirte mis oraciones!"





Llegaron finalmente a casa del profeta David y el demandante tomó la palabra:





"¡Oh, profeta! ¡Hazme justicia! Mi vaca ha entrado en la casa de este imbécil y él la ha degollado.





Pregúntale por qué se ha permitido obrar así."





El profeta se volvió entonces hacia el acusado para pedirle sus explicaciones. Este respondió:





"¡Oh, David! Desde hace siete años, rezo a Dios día y noche. Le pido que provea a mi subsistencia sin que yo tenga que preocuparme de ella. Este hecho es conocido por todos, incluso por los niños de esta ciudad. Todo el mundo ha oído mis plegarias y todos se han burlado de mí sobre este tema. Ahora bien, esta mañana, cuando rezaba, con los ojos llenos de lágrimas, va esta vaca y penetra en mi casa. No ha sido ciertamente el hambre lo que me ha impulsado, sino más bien la alegría de ver mis plegarias escuchadas. Y así, he degollado esta vaca dando gracias a Dios."





El profeta David dijo entonces:





"¡Lo que me dices es una insensatez! Porque semejantes asertos necesitan ser apoyados con pruebas aceptables ante la ley. Me es imposible darte la razón y establecer así un precedente. ¿Cómo puedes pretender apropiarte de algo sin haberlo heredado? Nadie puede cosechar si antes no ha sembrado. ¡Anda!





Reembolsa a este hombre. Si no tienes el dinero necesario, ¡pide prestado!"





El acusado se rebeló:





"¡Así que también tú te pones a hablar como este verdugo!"





Se prosternó y dijo:





"¡Oh, Dios mío! Tú que conoces todos los secretos. Inspira el corazón de David. ¡Pues los favores que me has concedido no existen en su corazón!"





Estas palabras y estas lágrimas conmovieron el corazón de David. Se dirigió al demandante:





"Dame un día de plazo para que yo pueda retirarme a meditar. Para que El que conoce todos los secretos me inspire en mis plegarias."





Así David se retiró a un lugar apartado y sus oraciones fueron aceptadas. Dios le reveló la verdad y le señaló al verdadero culpable.





Al día siguiente, el demandante y el acusado se presentaron de nuevo ante el profeta David. Como el demandante no hacía sino quejarse más, David le dijo:





"¡Cállate! Permanece mudo y considera que este hombre tenía derecho a apoderarse de tu vaca. Dios ha protegido tu secreto. A cambio, acepta tú sacrificar tu vaca."





El demandante se ofuscó:





"¿Qué clase de justicia es ésta? ¿Empiezas a aplicar una nueva ley? ¿No eres célebre por la excelencia de tu justicia?"





La morada de David quedó transformada así en un lugar de revuelta. El profeta dijo al demandante:





"¡Oh, hombre testarudo! ¡Cállate y da todo lo que posees a este hombre. Yo te lo digo, no seas ingrato o caerás en una situación aún peor. Y tus fechorías saldrán a la luz pública."





El demandante se encolerizó y desgarró sus vestiduras:





"¿No eres más bien tú el que me tortura?"





David intentó, en vano, razonar con él. Después le dijo:





"Tus hijos y tu mujer se convertirán en esclavos de este hombre."





Aquello no hizo sino aumentar el furor del propietario. No era, por otra parte, el único en estar indignado pues la concurrencia, ignorante de los secretos del desconocido, tomaba partido por el demandante.





El pueblo remata al ajusticiado y adora a su verdugo.





La gente dijo a David:





"Tú, que eres el elegido del Misericordioso, ¿cómo puedes obrar así? ¿Por qué ese juicio sobre un inocente?"





David respondió:





"¡Oh, amigos míos! Ha llegado el momento de desvelar unos secretos ocultos hasta hoy. Pero, para eso, es preciso que me acompañéis al exterior de la ciudad. Allí, en el prado, encontraremos un gran árbol cuyas raíces conservan olor de sangre. Pues este hombre que se queja es un asesino. Mató a su amo cuando sólo era un esclavo y se apropió de todos sus bienes. Y el hombre al que acusa no es otro que el hijo de su amo. Este último no era más que un niño en la época de los hechos que cuento y la sabiduría de Dios había ocultado este secreto hasta hoy. Pero este hombre es ingrato. No ha dado gracias a Dios. No ha protegido a los hijos del muerto. ¡Y he aquí que este maldito, por una vaca, hiere de nuevo al hijo de su amo! Ha desgarrado con sus propias manos el velo que ocultaba sus pecados. Las fechorías están escondidas en el secreto del alma, pero es el malhechor mismo quien las revela al pueblo."





David, acompañado del gentío, salió de la ciudad. Llegados al lugar que había indicado, dijo al demandante:





"En adelante, tu mujer que era la criada de tu amo, todos tus hijos nacidos de ella y de ti, son la herencia de este hombre. Todo cuanto has ganado le pertenece porque tú eres su esclavo. Tú has querido que la ley se aplicara pues bien, ¡he aquí la ley! Tú mataste a su padre de una cuchillada y si se cava aquí se encontrará un cuchillo con tu nombre grabado en él."





La gente se puso a excavar y se encontró, efectivamente, el cuchillo, así como un esqueleto. La multitud dijo entonces al pobre:





"¡Oh, tú, que reclamabas justicia con tus deseos, ya ha llegado tu hora!"





El que demanda por una vaca es tu ego. Pretende ser el amo. El que ha degollado la vaca es tu razón. Si deseas también tú ganar sin esfuerzo tu subsistencia, necesitas degollar esta vaca.














150 Cuentos sufíes


Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī


Fotografía tomada de internet