Los humanos nos apegamos a cosas, personas, animales, paisajes, costumbres, épocas, al amor, al sexo, la vida, los juegos, las profesiones, la familia… y mil cosas o situaciones más, de una manera mecánica y adictiva, sufriendo cada vez que tememos perderlas o las perdemos.
Ambas situaciones, las experimentamos apasionadamente, desesperadamente, desequilibradamente, neuróticamente, sean de primera necesidad o superfluas.
En la posesión de las cosas-situaciones fundamentamos nuestro valor y también nuestra seguridad e incluso nuestra identidad. Sin ellas, decimos, no somos nadie, no nos diferenciamos de un cualquiera.
Un exceso en la posesión de cosas, personas, futuro… producen peso, preocupación, agobio. Esto les ocurre a las personas muy “importantes”. Su significación es para ellas en ocasiones, tan grande que, como en el caso de las joyas, por temor a que se las roben, las usan falsas, simples imitaciones como cualquier persona vulgar. Es gracioso! Sólo ellos lo saben y engañan con apariencias.
Impresiones fáciles y habituales en personas que se asoman al tema del Desapego son las de frialdad, insensibilidad, indiferencia, inactividad (nihilista según algunos). Aparece el temor a convertirse en un ladrillo sin sentimientos, ni intereses. El espectador, el crítico o el principiante temen lo que llaman desnaturalización o también despersonalización, algo así como asilvestrarse o perder la identidad. Todo imaginación y fantasía, apego a las propias ideas.
Dejemos descansar al pensamiento constructor y apliquémosle a colaborar en el Camino Liberador de los miedos a las pérdidas de lo que sea. Buda se preguntó por ello: ¿cómo debe vivir el que sufre? Realizando su Propia Naturaleza y dejando atrás la Condición egocéntrica, saboreando la originalidad de las sensaciones, las emociones, los sentimientos, las acciones, unificándose y fundiéndose con el objeto, la situación, el momento, pero descondicionadamente.
Bibliografía:
La luciérnaga ciega: Soko Daido Ubalde
Fotografía tomada de internet