lunes, 31 de enero de 2022
HUI-HAI, EL PINTOR
A Hui-Hai, un pintor zen, el Emperador de la China le encargó que pintara algunas flores para su palacio. Hui-Hai dijo, «Entonces tendré que vivir con las flores».
Pero el Emperador le dijo, «No hay porqué. En mi jardín están toda clase de flores. Ve y pinta!»
Hui-Hai dijo, «A menos que sienta las flores, ¿cómo voy a poder pintarlas? He de conocer su espíritu. Y ¿cómo voy a conocer el espíritu a través de los ojos? Y ¿cómo puede tocarse el espíritu con las manos? Por eso tendré que vivir íntimamente con ellas. A veces, con los ojos cerrados, sentado a su lado, percibiendo el aroma que comunica, percibiendo el perfume que llega, puedo permanecer en una silenciosa comunión con ellas. A veces la flor es sólo un capullo, a veces la flor florece. A veces la flor es joven y su humor es distinto, y a veces la flor se vuelve vieja y le ronda la muerte. Y a veces la flor es feliz y gozosa, y a veces la flor está triste. ¿Cómo voy simplemente a ir y pintar? Tengo que vivir con las flores. Y esa flor que nació, un día morirá. Debo conocer toda su biografía. Debo vivir con ella desde su nacimiento hasta su muerte, y debo percibirla en su multiplicidad de estados.
He de percibir cómo se siente por la noche con la oscuridad rondándola, y cómo se siente por la mañana cuando el sol ha salido, y cómo cuando un pájaro vuela y otro canta; cómo se siente la flor entonces. Cómo se siente cuando llegan los vientos tormentosos, y cómo se siente cuando todo está silencioso... Debo conocerla en su multiplicidad de ser, íntimamente, como un amigo, como un participante, como un espectador, como un amante. ¡He de relacionarme con ella! Únicamente entonces puedo pintarla y así y todo no puedo prometer nada porque una flor es una cosa tan vasta que puede que no sea capaz de pintarla. Por eso no puedo prometer nada, sólo puedo intentarlo».
Pasaron seis meses y el Emperador se puso impaciente. Entonces preguntó, «¿Dónde está ese Hui-Hai? ¿Está todavía tratando de estar en comunión?»
El jardinero contestó, «No podemos molestarle. Ha intimado tanto con los árboles que, a veces, al pasar junto a su lado no sentimos que haya allí un hombre. Se ha convertido en un árbol. Sigue en contemplación».
Habían pasado seis meses. El Emperador llegó y dijo, «¿Qué estás haciendo? ¿Cuándo vas a pintar?»
Hui-Hai dijo, «No me molestes. Si tengo que pintar debo olvidarme del pintar completamente. ¡No me lo recuerdes de nuevo! ¡No me molestes! ¿Cómo voy ha vivir en intimidad si albergo algún propósito? ¿Cómo va a ser posible la intimidad si permanezco aquí como pintor y tratando de intimar únicamente porque he venido a pintar? ¡Qué tontería! No hay lugar para negocios aquí; no vuelvas otra vez. Cuando llegue el momento vendré por mí mismo, pero no puedo prometerlo. Puede que el momento adecuado llegue o puede que no llegue».
Y durante tres años el Emperador esperó. Entonces Hui-Hai se presentó en la corte real y le dijo al Emperador: «He venido para decirte que no puedo pintar porque el hombre que deseaba pintar ha desaparecido».
FUENTE: OSHO: ‘La Alquimia Suprema’, Volumen 1, tomado de la dirección internet www.oshogulaab.com
domingo, 30 de enero de 2022
sábado, 29 de enero de 2022
viernes, 28 de enero de 2022
jueves, 27 de enero de 2022
miércoles, 26 de enero de 2022
EL SUFRIMIENTO ES UNA FALTA DE ENTREGA
Eckhart Tolle:
Olvide la entrega por un momento. Cuando su dolor es profundo, toda charla sobre la entrega probablemente parecerá fútil y sin sentido, de todas formas. Cuando su dolor es profundo, usted probablemente tendrá una fuerte necesidad de escapar de él en lugar de entregarse a él. Usted no quiere sentir lo que siente. ¿Qué puede ser más normal? Pero no hay escapatoria, no hay modo de salir. Hay muchos pseudoescapes -el trabajo, la bebida, las drogas, la ira, la proyección, la supresión, etcétera- pero no lo liberan a usted del dolor. El sufrimiento no disminuye en intensidad cuando usted lo hace inconsciente. Cuando usted niega el dolor emocional, todo lo que usted hace o piensa, así como sus relaciones se contaminan con él. Usted lo emite, por decirlo así, como la energía que emana y los demás lo recogerán subliminalmente. Si son inconscientes, pueden incluso sentirse empujados a atacarlo o hacerle daño en alguna forma, o usted puede herirlos en una proyección inconsciente de su dolor. Usted atrae y manifiesta lo que corresponde con su estado interior.
Cuando no hay salida, todavía hay un camino a través del dolor, así que no se aparte de él. Enfréntelo. Siéntalo plenamente. ¡Siéntalo, no piense en él! Expréselo si es necesario, pero no cree un guión sobre él en su mente. Déle toda su atención al sentimiento, no a la persona, evento o situación que parece haberlo causado. No deje que la mente use el dolor para crear una identidad de víctima en usted a partir de él. Sentir compasión de sí mismo y contarles a los demás su historia lo mantendrá atascado en el sufrimiento. Puesto que es imposible apartarse del sentimiento, la única posibilidad de cambio es entrar en él; de lo contrario, nada cambiará. Así que preste toda su atención a lo que siente y absténgase de clasificarlo mentalmente. Según entra en el sentimiento, esté intensamente alerta. Al principio, puede parecer un lugar oscuro y aterrador, y cuando surja el impulso de alejarse de él, obsérvelo, pero no actúe sobre él. Siga poniendo su atención en el dolor, continúe sintiendo la tristeza, el miedo, el espanto, la soledad, lo que sea. Permanezca alerta, esté presente, presente con todo su Ser, con cada célula de su cuerpo. Mientras lo hace, está trayendo una luz a esta oscuridad. Es la llama de su conciencia.
En esta etapa usted no necesita preocuparse más de la entrega. Ya ha ocurrido. ¿Cómo? La atención plena es aceptación plena, es entrega. Al prestar atención plena, usted usa El poder del Ahora, que es el poder de su presencia. En ella no puede sobrevivir ninguna bolsa de resistencia. La presencia suprime el tiempo. Sin tiempo, ningún sufrimiento ni negatividad puede sobrevivir.
La aceptación del sufrimiento es un viaje hacia la muerte. Enfrentar el dolor profundo, permitirle ser, llevar su atención a él, es entrar en la muerte conscientemente. Cuando usted ha sufrido esta muerte, se da cuenta de que no hay muerte y no hay nada que temer. Sólo el ego muere. Imagine un rayo de sol que ha olvidado que es una parte inseparable de él y se engaña a sí mismo creyendo que tiene que luchar para sobrevivir y crear y aferrarse a una identidad diferente que la del sol. ¿No sería increíblemente liberadora la muerte de ese engaño?
¿Quiere una muerte fácil? ¿Preferiría morir sin dolor, sin agonía? Entonces muera al pasado en cada momento y deje que la luz de su presencia brille fuera del ser pesado y atado al tiempo que usted pensaba que era "usted".
Del libro:
El Poder del Ahora
Eckhart Tolle
Imagen tomada del internet
ENVIDIA
-Hiram -gritó el vecino- todos tus cerdos se desbarrancaron por el arroyo.
-¿Y los cerdos de Thompson? -preguntó el granjero-.
-También se fueron.
-¿Y los de Larsen?
-También.
-Mmn! -Soltó el granjero, contento-. No es tan malo como pensé.
FUENTE: OSHO: ‘La Envidia’, tomado de la dirección internet www.oshogulaab.com
lunes, 24 de enero de 2022
EDAD-VEJEZ
-Pasaba por el cementerio cuando me encontré con una lápida en la que estaba escrito: «Este hombre murió a la edad de ciento diez años. Su muerte fue intempestiva». Así que pensé que en este pueblo merecía la pena vivir. Si la gente aquí piensa que ciento diez años es una edad intempestiva, es bueno vivir aquí».
Y verdaderamente vivió durante largo tiempo.
FUENTE: OSHO: ‘La Alquimia Suprema’, Volumen 1, de la dirección internet www.oshogulaab.com
domingo, 23 de enero de 2022
UN MINUTO DE SABIDURÍA
«¿Existe eso que se llama un minuto de Sabiduría?». «Por supuesto que existe», replicó el Maestro. «Pero un minuto ¿no es demasiado breve?». «No. Es cincuenta y nueve segundos demasiado largo».
«El abrir los ojos puede llevar toda una vida. El ver es cuestión de un instante».
Del libro:
Anthony de Mello
Quien Puede Hacer que Amanezca
Fotografía tomada de internet
sábado, 22 de enero de 2022
EL VENDEDOR DE TÉS
Había una vez un anciano que solía gestionar una sala flotante de té al aire libre en los bellos parajes de los alrededores de Kioto, antigua capital imperial de Japón.
En primavera buscaba los lugares en los que las flores eran más hermosas, y en otoño encontraba zonas en las que había el mejor follaje; allí sacaba sus útiles de té y colocaba asientos para esperar a los excursionistas que disfrutaban de las vistas.
Los estetas de Kioto estaban encantados y solían reunirse donde montaba la tetería. No pasó mucho tiempo antes de que el Viejo Vendedor de Tés llegara a ser muy conocido en la capital.
Pocas personas sabían que el anciano era un Maestro zen de incógnito. Estudiante de zen desde su infancia, había visitado instructores budistas a lo largo de todo el país. Permanentemente de viaje, carecía de propiedades materiales y se dedicaba por completo al estudio del budismo.
Después de alcanzar el despertar zen, había hecho el compromiso de estudiar y autoperfeccionarse para siempre, con el objeto de evitar desviarse del sendero hacia la total iluminación por asumir prematuramente una condición de autoridad.
Tras sus amplios viajes, el Maestro regresaba a su lugar de origen para ayudar a su primer instructor de zen. Cuando éste murió, el Maestro nombró a uno de sus discípulos para heredar la abadía.
El mismo desapareció y fue a Kioto, dejando tras sí para siempre el cargo monástico. En aquel momento dijo: «El que sean correctos los propios medios de vida es una cuestión de espíritu, no de apariencias. No quiero aprovecharme del hábito de monje para vivir a costa de las limosnas de los demás.»
Así, empezó a vender tés para mantenerse.
Solía decir bromeando a la gente: «Soy pobre y carezco de medios para comer carne. Soy viejo y no puedo satisfacer a una esposa. La manera de vivir de un vendedor de tés es adecuada para mí.»
Más adelante, el Maestro quemó todos sus útiles de té y se retiró.
Finalmente, murió en una ermita en el año 1763, a la edad de ochenta y nueve años.
Cuando instalaba la tetería, el anciano solía colgar el siguiente cartel:
«El precio del té es cuanto me dés, desde cien libras de oro hasta medio céntimo. Puedes incluso beber gratis si quieres; pero no te puedo hacer una oferta mejor que ésta.»
Cuando al final quemó sus utensilios y se retiró, éstas fueron sus palabras a su canasta de acarreo:
«Siempre he estado solo y he sido pobre, sin un pedazo de tierra ni una azada. Me has ayudado durante muchos años, acompañándome a las montañas de primavera y a los ríos de otoño, vendiendo tés bajo los pinos y a la sombra de los cañaverales de bambú. Así pues, no me ha faltado dinero para comer y he pasado de los ochenta años.
»Pero ahora soy tan viejo que no tengo la fuerza para utilizarte más. Ocultando mi cuerpo en la Estrella Polar, estoy a punto de acabar mis días. Por miedo a que seas deshonrada en el futuro por manos mundanas, te recompenso con el Trance del Fuego: transfórmate ahora en medio de las llamas.
»;Cómo podemos expresar esta transformación?
Consumido el fuego, despejada la eternidad, todo queda consumado; pero las montañas verdes están ahí como siempre en medio de las blancas nubes. Ahora te confío al espíritu del fuego.»
Extracto del libro:
Antología Zen
Cien historias de iluminación
Versión de Thomas Cleary
Fotografías tomadas de Internet
viernes, 21 de enero de 2022
DE LA GENEROSIDAD, AL AMOR RECÍPROCO
Los siguientes valores guía (solidaridad, reciprocidad y autonomía) te servirán para ubicar el amor en un sitio mejor y más gratificante. La ausencia de cualquiera de ellos hace insostenible cualquier relación, por más buena voluntad, que tengan los implicados.
Segundo valor: De la generosidad, al amor recíproco.
Les guste o no a los dadores compulsivos, debe existir un intercambio básico para que el amor de pareja pueda funcionar. Si le eres fiel a tu pareja, esperas fidelidad; si eres tierno, esperas ternura; si das sexo, esperas sexo, en fin: esperas. Aunque pueda haber momentos especiales en los que te desligues de cualquier retribución futura, una de las expectativas naturales que acompaña el amor de pareja es la reciprocidad. El amor recíproco va más allá del puro dar, que caracteriza a la generosidad, y propone una relación basada en el "dar" y el "recibir". La generosidad es moralmente superior, pero la reciprocidad es el motor de la vida en pareja. La comunicación y la capacidad de resolver problemas quedan incompletas sin la correlación dador-receptor.
No es posible aceptar una relación desigual, si queremos mantener un amor constructivo y saludable. Un joven me decía, no sin tristeza: "Mi novia cree que es una reina. Hay que atenderla, darle gusto, contemplarla. A mí antes me nacía, pero ya llevo mucho tiempo dando dando sin recibir nada a cambio... No se preocupa por mí como yo lo hago por ella. Necesito que alguien me consienta, necesito sentirme querido. Por ejemplo, cuando tenemos sexo, me toca a mí hacerlo todo... Ya no es placentero, sino extenúante. Tengo una amiga nueva que es lo opuesto...
Posiblemente quiera más a mi novia, pero prefiero empezar una relación de igual a igual con alguien más". Es difícil no darle la razón. No estoy diciendo que haya, que ser milimétrico en las relaciones, ya que no todos tenemos las mismas necesidades ni las, mismas capacidades (no somos idénticos) o que haya que tirar la generosidad a la basura. Lo que sugiero es mantener una correspondencia equitativa que nos haga sentir bien. La reciprocidad positiva está relacionada con la percepción de equilibrio y armonía, con el sentimiento le imparcialidad y justicia.
Haciendo una analogía con el pensamiento de Aristóteles y santo Tomás, un amor justo es él que combina tanto la justicia distributiva (repartir cargas y beneficios proporcionalmente entre los miembros de la pareja). Como la justicia conmutativa (evitar la estafa y el fraude en cualquiera de sus formas). No es que no podamos cambiar de opinión, pero es mejor hacerlo de manera honesta, tratando de salvaguardar el bien común y produciendo el menor daño posible. La reciprocidad supera el placer de la gratitud o el "celo de amor" del que hablaba el filósofo Baruch de Spinoza, es decir, hacer el bien a aquél que nos lo ha hecho, devolver el bienestar recibido.
Por su parte, Alain propuso (citado por Comte-Sponville en su Diccionario Filosófico) una máxima de cómo ser justo en las relaciones interpersonales: "En cualquier contrato y en cualquier intercambio, ponte en el lugar del otro, pero con todo lo que sabes, y, suponiéndote tan libre de necesidades como un hombre puede serlo, mira si en su lugar, aprobarías ese intercambio o ese contrato". Si pudiéramos aplicar la sugerencia de Alain, sin resquemores ególatras y de corazón, nuestras relaciones afectivas estarían libres de explotación y maltrato.
Tu relación se basa en la reciprocidad cuando:
El intercambio afectivo y material es equilibrado y justo.Los privilegios son distribuidos equitativamente.El acceso a los derechos y deberes es igual de parte y parte.Ninguno de los miembros intenta sacar ventajas o explotar al otro.No hay la sensación de "estafa" afectiva.No tienes que recordarle a tu pareja lo que necesitas.Ninguno piensa que merece más que el otro.Existe una correspondencia mutua sobre lo fundamental.
Tu pareja no es recíproca, si no le importa lo que piensas y sientes. En el amor, el que da, casi siempre espera recibir o tiene expectativas al respecto, Es el equilibro natural del amor justo y equitativo.
Extracto del libro:
Los límites del amor
Walter Riso
Fotografías tomadas de Internet
jueves, 20 de enero de 2022
PEQUEÑA HISTORIA AUTOBIOGRAFICA
una persona común y corriente.
Un buen día, misteriosamente, notó que la gente empezó a halagarlo diciéndole lo alto que era:
- Qué alto que estás!
- Cómo has crecido!
- Te envidio la altura que tenés...
Al principio esto lo sorprendió, así que, durante unos días, notó que se miraba de reojo al pasar frente a los escaparates de los negocios y en los espejos de los subterráneos...
Pero el hombre siempre se veía igual, ni tan alto ni tan bajo...
Él trató de restarle importancia, pero cuando después de unas semanas, notó que tres de cada cuatro personas lo miraban desde abajo, empezó a interesarse en el fenómeno.
El señor compró un metro para medirse. Lo hizo con método y minuciosidad, y después de varias mediciones y rechequeos, confirmó que su estatura era la de siempre.
Los otros seguían admirándolo.
- Qué alto que estás!
- Cómo has crecido!
- Te envidio la altura que tenés...
El hombre empezó a pasar largas horas delante del espejo mirándose. Trataba de confirmar si era realmente más alto que antes.
No había caso: él se veía normal, ni tan alto ni tan bajo.
No contento con eso, decidió marcar, con una tiza en la pared, el punto más alto de su cabeza (tendría así una referencia confiable de su evolución).
La gente insistía en decirle:
- Qué alto que estás.
- Cómo has crecido...
- Te envidio la altura que tenés.
... y se inclinaban para mirarlo desde abajo.
Pasaron los días.
Varias veces el hombre volvió a marcar con tiza la pared, pero su marca estaba siempre a la misma altura.
El hombre empezó a creer que se estaban burlando de él, así que, cada vez que alguien le hablaba sobre alturas, éste cambiaba de tema, lo insultaba o simplemente se iba sin decir una palabra.
De nada sirvió... la cosa seguía.
- Qué alto que estás!
- Cómo has crecido!
- Te envidio la altura que tenés...
El hombre era muy racional y todo esto, pensó, debía tener una explicación.
Tanta admiración recibía y era tan lindo recibirla que el hombre deseó que fuera cierto...
Y un día se le ocurrió que quizás... sus ojos lo engañaban.
El podría haber crecido hasta ser un gigante y por algún conjuro o hechizo, ser el único que no lo podía ver...
- Eso! Eso debía ser lo que estaba pasando!
Montado en esta idea, el señor empezó a vivir, desde entonces, un tiempo glorioso.
Disfrutaba de las frases y las miradas de los otros.
- Qué alto que estás!
- Cómo has crecido!
- Te envidio la altura que tenés...
Había dejado de sentir ese complejo de impostor que tan mal lo tenía.
Un día sucedió el milagro.
Se paró frente al espejo y realmente le pareció que había crecido.
Todo empezaba a aclararse. El hechizo había terminado, ahora él también podía verse más alto.
Se acostumbró a pararse más erguido.
Caminaba tirando la cabeza para atrás.
Usaba ropa que lo hacía más estilizado y se compró varios pares de zapatos con plataformas.
El hombre empezó a mirar a los otros desde arriba.
Los mensajes de los demás se transformaron en asombro y admiración.
- Qué alto que estás!
- Cómo has crecido!
- Te envidio la altura que tenés...
El señor pasó del placer a la vanidad y de ésta a la soberbia sin solución de continuidad.
Ya no discutía con quien le decía que era alto, más bien avalaba su comentario e inventaba algún consejo sobre cómo crecer rápidamente.
Así pasó el tiempo, hasta que día... se cruzó con el enano.
El señor vanidoso se apuró a pararse a su lado, imaginando anticipadamente sus comentarios, se sentía más alto que nunca...
Pero, para su sorpresa, el enano permaneció en silencio.
El señor vanidoso carraspeó, pero el enano no pareció registrarlo. Y aunque se estiró y estiró hasta casi desarticular su cuello, el enano se mantuvo impasible.
Cuando ya no pudo más, le susurró:
- ¿No te sorprende mi gran altura? ¿No me ves gigantesco?
El enano lo miró de arriba abajo, lo volvió a mirar y con escepticismo dijo:
- Mire, desde mi altura todos son gigantes y la verdad es que desde aquí, Ud. no me parece más gigante que otros.
El señor vanidoso lo miró despectivamente y como único comentario le gritó:
- ¡Enano!
Volvió a su casa, corrió hacia el gran espejo de la sala y se paró frente a él...
No se vio tan alto como esa mañana.
Se paró junto a las marcas en la pared.
Marcó con una tiza su altura, y la marca...
se superpuso a todas las anteriores!...
Tomó el metro y temblorosamente se midió, confirmando lo que ya sabía:
No había crecido ni un milímetro...
Nunca había crecido ni un milímetro...
Por primera vez en mucho tiempo volvió a verse uno más, uno igual a todos los otros.
Volvió a sentirse de su altura: ni alto ni bajo.
¿Qué iba a hacer ahora cuando se encontrara con los demás?
Ahora él sabía que no era más alto que nadie.
El señor lloró.
Se metió en la cama y creyó que no iba a salir nunca más de su casa.
Estaba muy avergonzado de su verdadera altura.
Miró por la ventana y vio a la gente de su barrio caminar frente a su casa.
Estaba muy avergonzado de su verdadera altura.
Miró por la ventana y vio a la gente de su barrio caminar frente a su casa...
... todos le parecían tan altos!!!
Asustado volvió a correr para ponerse frente al espejo de la sala, esta vez para comprobar si no se había achicado.
No. Su altura parecía la de siempre...
Y entonces comprendió...
Cada uno ve a los demás mirándolos desde arriba o desde abajo.
Cada uno ve a los altos o a los bajos según su propia posición en el mundo, según su limitación, según su costumbre, según su deseo, según su necesidad...
El hombre sonrió y salió a la calle.
Se sentía tan liviano que casi flotaba por la vereda.
El señor se encontró con cientos de otros que lo encontraron gigante y algunos otros que lo vieron insignificante, pero ninguno de ellos consiguió inquietarlo.
Ahora él sabía que era uno más.
Uno más...
Como todos...
Extracto del libro:
Cuentos para pensar
Jorge Bucay
Fotografía de Internet
miércoles, 19 de enero de 2022
FORMULA PARA SER FELIZ
Diez, doce años atrás, hice un descubrimiento que trastocó y revolucionó mi vida, convirtiéndome en un hombre nuevo. Descubrí una formula que me permite ser feliz por el resto de la vida, que permite disfrutar cada minuto de la vida. Redescubrí la vida.
Al escuchar esto, alguien podrá asombrarse y preguntarme:
_¿Cómo se enteró sólo diez o doce años atrás? ¿No ha leído usted los Evangelios?
¡Por supuesto que leí los Evangelios! ¡Pero no la había visto! La fórmula estaba allí, en los Evangelios, pero yo no la había comprendido. Más tarde, cuando ya la había descubierto, la hallé en los textos sagrados de las principales religiones y me asombré: la había leído y no la había visto, no la había comprendido. Ojalá la hubiera descubierto cuando era más joven.
¡Qué diferente habría sido todo!
¿Cuánto tiempo me llevará transmitir a otros esa fórmula? ¿Todo un día? Voy a ser honesto: sólo un par de minutos. No creo que requiera más de dos minutos transmitirla.
Captarla o comprenderla llevaría...¿veinte años?, ¿quince años?, ¿diez años?, ¿diez minutos?, ¿un día?, ¿tres días? ¡Quién sabe! Eso depende de cada uno.
Extracto del libro:
Medicina del alma
Anthony de Mello
Fotografías tomadas de Internet
martes, 18 de enero de 2022
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