jueves, 16 de mayo de 2013

AGUA Y CORBATTA


Un hombre avanza desesperado por el desierto. Acaba de beber la última gota de agua de su cantimplora. El sol sobre su cabeza y los buitres que lo rondan anuncian un final inminente.

—¡Agua! —grita—. ¡Agua! ¡Un poco de agua!
Desde la derecha ve venir a un beduino en un camello que se dirige hacia él.
—¡Gracias a Dios! —dice—. ¡Agua por favor... agua!
—No puedo darte agua —le dice el beduino—. Soy un mercader y el agua es necesaria para viajar por el desierto.

—Véndeme agua —le ruega el hombre—. Te pagaré... 
—Imposible “efendi”. No vendo agua, vendo corbatas. 
—¿¿¿Corbatas??? 
—Sí, mira qué maravillosas corbatas... Estas son italianas y están de oferta, tres por diez dólares... Y estas otras, de seda de la India, son para toda la vida... Y éstas de aquí...
—No... No... No quiero corbatas, quiero agua... ¡Fuera! ¡Fueraaaaa! 
El mercader sigue su camino y el sediento explorador avanza sin rumbo fijo por el desierto. 
Al escalar una duna, ve venir desde la izquierda otro mercader. 
Entonces corre hacia él y le dice: 
—Véndeme un poco de agua, por favor... 
—Agua no —le contesta el mercader—, pero tengo para ofrecerte las mejores corbatas de Arabia... 
—¡¡¡Corbatas!!! ¡No quiero corbatas! ¡Quiero agua! —grita el hombre desesperado. 
—Tenemos una promoción —insiste el otro—. Si compras diez corbatas, te llevas una sin cargo... 
—¡¡¡No quiero corbatas!!! 
—Se pueden pagar en tres cuotas sin intereses y con tarjeta de crédito. ¿Tienes tarjeta de crédito? 
Gritando enfurecido, el sediento sigue su camino hacia ningún lugar. 
Unas horas más tarde, ya arrastrándose, el viajero escala una altísima duna y desde allí otea el horizonte. 
No puede creer lo que ven sus ojos. Adelante, a unos mil metros, ve claramente un oasis. Unas palmeras y un verdor increíble rodean el azul reflejo del agua.

El hombre corre hacia el lugar temiendo que sea un espejismo. Pero no, el oasis es verdadero. 
El lugar está cuidado y protegido por un cerco que cuenta con un solo acceso custodiado por un guardia. 
—Por favor, déjeme pasar. Necesito agua... agua. Por favor... 
—Imposible, señor. Está prohibido entrar sin corbata. 

Lo sepas o no de antemano, siempre hay un precio que pagar.
“Ah sí, pero si pago el precio mis hijos mañana no comen.”
Bueno, será éste el precio. Y entonces elijo ir a trabajar. Y elijo seguir trabajando, y conservar mi trabajo, y elijo alimentar a mis hijos. Y me parece bien que yo haga esa elección. Pero lo elijo yo ¿eh? Yo soy el que está decidiendo esto. En mis normas es más importante alimentar a mis hijos que complacer mi deseo de quedarme haciendo fiaca en la cama. Y me parece bien. Es mi decisión. Y precisamente porque es mi decisión es que tiene mérito. 

Del libro:
El Camino de la Auto-Dependencia
Jorge Bucay