sábado, 14 de septiembre de 2013

IMBECILIDAD MORAL


En una vieja historia del pueblo judío —todos los pueblos tienen una—, la historia de Mazada, para no entregar la ciudad el pueblo entero se sacrifica hasta morir.

Entre las termitas hay un grupo que se dedica todo el tiempo a comer, como si fuera una ocupación; no 
hacen otra cosa. Y su trabajo es salir del hormiguero cuando éste es atacado por arañas o escarabajos. En ese 
momento las termitas sacrifican su vida y se dejan comer. Es decir, su función es retrasar a los escarabajos 
para que no lleguen al hormiguero.

Parece una actitud maravillosa, ¿hablaríamos de la valentía de estas hormigas? ¿Hablaríamos de su 
valor?

No, porque estas hormigas no pudieron elegir, tienen una conducta pautada genéticamente. En cambio, la 
gente de Mazada sí pudo elegir.
El hecho concreto de haber podido elegir hace que uno pueda considerar heroica una conducta.

Es absolutamente indiscutible que cada uno de nosotros tiene la limitación de los hechos concretos, de lo 
que no puede hacer. Ahora faltará saber si nos vamos a animar a tomar conciencia de que no tenemos más 
limitaciones respecto del otro que las que cada uno decida.
Es por eso que llamé “Decisión” a esta etapa del viaje.
La idea de que puedo elegir solamente dentro de lo que el otro o los otros me dicen que puedo es una 
idea imbécil, una idea que hemos ido aprendiendo desde nuestro segundo año de vida hasta el último año del 
colegio secundario.
Esto muestra de qué manera nuestra educación nos ha conducido a ser imbéciles.

Yo he vivido toda mi vida, hasta no hace muchos años, con una imbecilidad moral poco capaz de ser 
empardada, y viviendo en función y atado a las historias de lo que se debía y de lo que no se debía, una 
imbecilidad moral tan importante y tan grande como para que yo me enterara de qué decisiones había tomado 
respecto de mi vida cuando ya estaba casado y tenía dos hijos.
La verdad es que nunca me había dado cuenta que estaba decidiendo; yo no estaba eligiendo, estaba 
haciendo lo que de alguna manera estaba pautado por mi cultura y mi educación.

Pero un día, a los treinta años, me di cuenta que en realidad no había elegido esto, y ese día tuve que 
elegir, porque no había más remedio.
Uno podía elegir quedarse con lo que tenía o no, porque eso era la libertad de elegir.

Esto debe haberle pasado también a mucha gente; no siempre en un momento así uno elige quedarse 
con lo que ha hecho. A veces uno elige que no, y entonces se enfrenta con los problemas serios de darse 
cuenta que gran parte de la vida que uno ha tenido ha sido producto de su imbecilidad, y empieza a darse 
cuenta que había recorrido caminos equivocados, y muchas veces eso es doloroso para uno y para los otros.

Del libro:
 
El Camino de la Auto-Dependencia
Jorge Bucay