El efecto SPA de tener un amante (relación, masajes, caricias, orgasmos, bellas palabras, reducción del estrés, bloqueo de las preocupaciones por unas horas...) crea una profunda adicción. ¿Cómo pedirle a un amante que sea «objetivo» y razonable a la hora de tomar decisiones? Un hombre que estaba a punto de separarse para irse a vivir con la amiga/amante defendió su decisión de la siguiente manera: «La pasión que siento es tal, que además de tener varias relaciones sexuales cada vez que nos vemos, me masturbo hasta tres veces al día pensando en ella... Con sólo oír su nombre tengo erecciones...». ¿Cómo pedir una pizca de racionalidad a alguien que está pensando con los genitales? Su motivación no era otra que poseer a la mujer que deseaba el mayor tiempo posible.
En un matrimonio rutinario, sin ideales importantes, la presencia de un reemplazo o un complemento afectivo/sexual se convierte en una motivación básica e imprescindible.
Como en cualquier adicción, el nivel de tolerancia del organismo a la sustancia (o a la persona) aumenta con el tiempo y necesitamos más cantidad de lo mismo para lograr mantener la sensación aun nivel satisfactorio; sin embargo, no siempre somos capaces.
Una pareja de amantes tenía el siguiente ritual: unas tres veces por semana, ella i
ba a visitarlo al apartamento donde él vivía. Allí se encontraba con flores silvestres y
una mesa muy bien puesta, sobre la que destacaban unos exóticos y delicados platos
cocinados por el hombre, que era un excelente cocinero. Todo, además, amenizado por
una bella pieza de música clásica. Sobre un colchón en el suelo, el hombre tenía lista la
ropa que ella debía ponerse para espolear la fantasía. Por la ventana se veían las montañas,
todo olía a pino y los pájaros trinaban incesantemente como si festejaran la llegada
de ella. En ese lugar, todo encajaba a la perfección. En realidad, la experiencia
era lo más parecido a estar en el Olimpo entre los brazos de Zeus.
Las comparaciones son odiosas, pero ¿cómo no hacerlas? Mi paciente las hacía
todo el tiempo y muy especialmente al bajar del Olimpo a su casa, donde la esperaba
un marido que no era más que un simple mortal y que, para más inri, no cocinaba ni le
gustaba oír música, no le compraba ropa y carecía de la más mínima fantasía. Del cielo
al purgatorio y, a veces, al infierno. En una consulta, ella suplicaba: «Le pido a Dios que
me libere de mi matrimonio, pero pienso en mis hijos... No sé qué hacer... Bueno, sí sé
qué hacer, quiero estar con mi amante, pero no tengo el valor... Cada día lo necesito y
lo amo más... ¿En qué desembocará todo esto?». Tres veces por semana ya no eran
suficientes, ni cuatro, ni cinco... La exigencia era la eternidad completa. Ella intentó en
varias ocasiones irse a vivir con aquel semidiós hecho hombre, pero nunca fue capaz.
Hoy lo recuerda como el gran amor de su vida y se siente mal con ella misma por no
haber sido lo suficientemente valiente y haber tomado la decisión. Todavía lo echa de
menos, su cuerpo no se ha resignado a la pérdida. Quisiera repetir.
Extracto del libro:
Manual Para No Morir de Amor
Walter Riso