domingo, 13 de noviembre de 2016

INFERENCIA ARBITRARIA: «LOS QUE RÍEN DEMASIADO SON FRÍVOLOS»








El búnker defensivo de las mentes solemnes: la subestimación del buen humor 





El humor es subversivo para una mente rígida. En su búnker defensivo, las mentes solemnes y amargadas no sólo se defienden de la alegría, lo que ya es bastante enfermizo, sino que pretenden imponer su estilo a los demás. Y eso tiene un nombre: intolerancia. Señalaré algunos de los mecanismos cognitivos por medio de los cuales las mentes rígidas intentan mantener e imponer su régimen de amargura: inferencia arbitraria:





«Los que ríen demasiado son frívolos»; catalogar: 


«La gente espontánea es ridícula y peligrosa»; y maximización pesimista: «Vivir es sufrir.»






INFERENCIA ARBITRARIA: «LOS QUE RÍEN DEMASIADO SON FRÍVOLOS»


  



En cierta ocasión di una conferencia sobre mi libro ¿Amar o depender? Por distintas razones, la exposición tomó, gracias a la complicidad del público, un giro hacia el humor negro y la risa. Entre todos logramos mostrar el lado jocoso y tragicómico del enamoramiento y sus estragos. En realidad, todos los asistentes y yo terminamos riéndonos de nosotros mismos. Al terminar la conferencia se me acercó un colega bastante molesto por lo que había presenciado. Su queja fue que la conferencia había sido muy poco profesional porque «tanta risa era sospechosa». Ése es un mito intelectual: si las conferencias son serias, lentas, inescrutables, pesadas y ceremoniosas pensamos que lo que está diciendo el conferenciante debe de ser muy pero muy profundo. De acuerdo con este criterio, el Dalai Lama sería «superficial», y ni qué decir de la mayoría de los maestros espirituales y de muchos filósofos de la Antigüedad. He estado en reuniones en las que algunos de los presentes se retiran porque se están contando «demasiados chistes verdes». Y hay otros, más desubicados, que en plena parranda quieren debatir las condiciones políticas del país. Es evidente que hay un momento para cada cosa, pero los que han sido infectados por el virus del humor, antes o después y estén donde estén, mostrarán su lado gracioso. Prohibir la risa, el humor o cualquier expresión lúdica sólo se le puede ocurrir a una mente amargada. 








 El estereotipo que maneja nuestra cultura es que un intelectual debe adoptar una actitud grave y circunspecta y hacer uso de un lenguaje hermético e incomprensible. Recuerdo que en mis años de juventud asistí a una conferencia del famoso Jacques Lacan, un médico psicoanalista nada fácil de comprender. A la salida, uno de los psicólogos con los que había asistido hizo este comentario: «¡No entendí nada, pero es genial!» Yo solté una carcajada porque pensé que era un chiste, pero al ver la expresión adusta de varios de los asistentes ¡me di cuenta de que la afirmación iba en serio! Su explicación sobre por qué la incomprensión de Lacan era parte de su genialidad duró hasta altas horas de la noche. Todavía no entiendo qué dijo. 





La humorofobia es la táctica que utilizan las mentes rígidas para evitar las «imprudencias» de la alegría descontrolada. Y aunque el método es represivo y poco saludable, hay que reconocer que a veces la risa sí es abiertamente atrevida. ¿Nunca has tenido un ataque de risa en situaciones sociales muy serias, como, por ejemplo, un velatorio, un concierto o un discurso? La risa puede dispararse en cualquier sitio porque a la mente le gusta jugar con la imaginación, aunque no queramos. Recuerdo que en la ceremonia de mi graduación de bachillerato, cuando el rector del colegio estaba dando el discurso, de pronto me lo imaginé haciendo el amor disfrazado de bombero y me dio un ataque de risa que casi no pude controlar. Yo sé que se trataba de un momento importante, pero, al cabo de los años, lo que más y mejor recuerdo de esa noche no fue el diploma ni los detalles del acto protocolario sino la escena pornograciosa que mi mente inventó y el esfuerzo por contener la carcajada. Hoy lo pienso y todavía sonrío.






El pensamiento juguetón y despreocupado requiere de cierto espacio informacional para sobrevivir y desarrollarse. Un antiguo relato zen enseña lo siguiente:64



  



«Cuenta una vieja leyenda que un famoso guerrero fue de visita a la casa de un no menos conocido maestro zen. Al llegar, se presentó ante el anciano y le explicó todos los títulos que había obtenido en años de sacrificados y largos estudios.







Después de tan erudita presentación, le contó al maestro que había ido a visitarle para que le explicara con todo detalle los secretos para poder adentrarse en el conocimiento zen.





Después del despliegue de tanta arrogancia, el maestro se limitó a invitar al visitante a tomar asiento y le ofreció una taza de té. Aparentemente distraído, sin dar muestras de mayor preocupación, el maestro comenzó a verter el té en la taza del guerrero y continuó haciéndolo aun después de que la taza estuviera completamente llena. Consternado, el guerrero advirtió al maestro de que la taza ya estaba llena y que el té estaba comenzando a derramarse lentamente sobre la mesa. 





 El maestro le respondió con toda la tranquilidad del mundo:


 —Exactamente, señor. Usted ya viene con la taza llena, ¿cómo podría aprender algo? 


 Ante la expresión incrédula del guerrero, el maestro enfatizó:


 —A menos que su taza esté vacía, no podrá aprender nada.»


  


Si la mente está llena de información y de pretendida sabiduría, no habrá lugar para el humor. Pero si el buen humor logra colarse por algún lado, el ego y la vanidad comienzan a tambalearse. Sencillamente porque son incompatibles: ¿acaso puede un rígido reírse de sí mismo y seguir siendo rígido?










64. Bielba, A. y Zabaleta, I. (2005). El culto zen, el poder de la simplicidad. Madrid: Edimat Libros.














Extracto del libro:



El arte de ser flexible




Walter Riso


Fotografía tomada de internet