domingo, 8 de enero de 2017

LA MISERIA DEL DESEO VEHEMENTE


El camino de la generosidad es conectar con esta riqueza, atesorarla tanto que comencemos a regalar cualquier cosa que la bloquee. Regalamos nuestras gafas de sol, nuestros abrigos largos, nuestras capuchas y nuestros disfraces. En resumen, nos abrimos y nos dejamos tocar. A esto se le llama crear confianza en la riqueza omnipresente. A nivel ordinario y cotidiano la experimentamos como flexibilidad y calidez. 

Cuando uno toma el voto formal de bodhisattva, debe dar un regalo a su profesor, y esa donación será el punto focal de la ceremonia. Las directrices dicen que se ha de dar algo precioso, algo de lo que nos cueste separarnos. Una vez pasé todo un día con un amigo que estaba decidiendo qué dar. En cuanto pensaba en algo, su apego por ello se hacía más intenso. Al cabo de un rato estaba al borde de un ataque de nervios. El pensamiento de perder una de sus queridas pertenencias era más de lo que podía soportar. Más tarde comenté aquel episodio con un profesor que estaba de visita, el cual me dijo que quizá hubiera sido una buena ocasión para que aquel hombre desarrollara la compasión por sí mismo y por toda la gente atrapada en la miseria del deseo vehemente, por todos aquellos que son incapaces de soltar. 

Los bienes materiales pueden ayudar a la gente. Si se necesita alimento y lo podemos proporcionar, eso es lo que hemos de hacer. Si se necesita cobijo, libros o medicinas y los podemos dar, eso es lo que debemos hacer. Hemos de cuidar de la mejor manera posible de quien necesite nuestros cuidados. Sin embargo, la transformación real tiene lugar cuando abandonamos el apego y regalamos lo que pensamos que no podemos dar. La acción externa es capaz de aflojar nuestros hábitos de apego profundamente arraigados. 

En la medida en que somos capaces de dar así, podemos comunicar esta capacidad a otros. A esto se le llama dar el regalo de la intrepidez. Cuando tocamos la simplicidad y la bondad de las cosas y tomamos conciencia de que básicamente no estamos hundidos en el barro, podemos compartir ese alivio con los demás. Podemos hacer el camino juntos, compartiendo lo que hemos aprendido sobre abrir armaduras y retirar parasoles, y ser lo suficientemente intrépidos como para quitarnos nuestras máscaras.

También podemos dar el regalo del dharma. En la medida de nuestra capacidad, podemos dar instrucciones de meditación y hablar a la gente del tonglen, ofrecer a los demás libros y cintas, hablarles de charlas y sesiones prácticas. Así damos a la gente las herramientas para averiguar por sí mismos qué es lo que nos anima a aflojar nuestra fijación y a pensar en términos grandes.



Extracto del libro:
Cuando Todo Se Derrumba
Pema Chödron
Fotografía de Internet