Una noche, en una playa de estacionamiento de las muchas que hay en Buenos Aires, Raquel Villagra lo escuchó llorar. Alguien lo había arrojado entre los autos, dentro de una bolsa. Lord Chichester tenía poco tiempo de nacido y ya era desteñido, cabezón y feo.
Otra noche, muchas noches después, Raquel vio, desde la ventana, una silueta de cuatro orejas que se recortaban contra la luna llena. A la orilla del tejado, Lord Chichester y Milonga, que era del vecindario, estaban esperando, bien pegaditos, el eclipse de luna. Antes que el eclipse, llegó el enemigo. Aquella noche, en duelo de amores, Lord Chichester perdió un ojo de un zarpazo. Y desde entonces fue tuerto, además de desteñido, cabezón y feo.
Y otra noche, cuando Raquel y Juan Amaral estaban sumergidos en la más profunda de las dormidumbres, Lord Chichester los despertó a los chillidos. Los dos saltaron de la cama. Chillaba Lord Chichester como si lo estuvieran desollando.
Lord Chichester se los llevó al fondo del corredor.
Raquel aguzó el oído:
—Hay una gotera —escuchó.
Deambulando por la antigua casona, ubicaron el plip-plop de la gotera en el baño.
—Ese caño siempre perdió —opinó Juan.
—Se va a inundar —temió Raquel.
Y discutieron, que sí, que no, hasta que Juan miró el reloj. Eran las cinco de la mañana. Bostezando, suplicó:
—Vamos a dormir—. Y dirigiéndose al escandaloso, agregó:
—Gato de mierda.
Raquel, piadosa, movió la cabeza:
—Lord Chichester está loco de remate.
Y se volvieron, perseguidos por el griterío del gato, que chillaba con desesperación.
Ya estaban por entrar al dormitorio, cuando el techo, viejo y agrietado, se desplomó sobre la cama.
Tomado de:
Cuentos de Galeano en la Jornada
Eduardo Galeano
Fotografía de internet