El búnker defensivo de la simplicidad: trivialidad e infantilismo
Señalaré tres modos cognitivos que emplean las mentes simples para reafirmar su insoportable levedad: atribuciones incompletas o infantilismo mental; la vida en blanco y negro; y «mejor cambiemos de tema» o «ya es suficiente».
ATRIBUCIONES INCOMPLETAS O INFANTILISMO MENTAL
Las mentes rígidas y simples parecen haberse quedado ancladas en ciertas etapas iniciales del desarrollo infantil. Como señalan algunos autores, las personas que muestran simplicidad mental se encuentran en una etapa de desarrollo preoperacional. Esta etapa, bautizada así por el psicólogo suizo Jean Piaget,100,101 está caracterizada, entre otras cosas, por un pensamiento inmaduro, un razonamiento con escaso nivel de abstracción y esquemas rígidos o primitivos.102
¿Mentes infantiles en cuerpos adultos? Eso parece. Mentes que cuando están en situaciones estresantes o difíciles procesan la información como niños y recurren a explicaciones fragmentarias o superficiales. Un ejemplo típico lo encontramos en el moralismo infantil, que hace referencia a cómo las personas evalúan lo bueno y lo malo tanto en ellas mismas como en los demás.103 Veamos dos casos típicos de atribuciones incompletas: realismo moral y justicia inminente.
Realismo moral
La idea es que podemos calificar la maldad de una persona exclusivamente por sus acciones, sin tener en cuenta las intenciones que la mueven a actuar. Pero no es lo mismo atropellar con el coche a un peatón sin querer, que hacerlo a propósito. Una moral cruda o extremadamente realista nunca tendrá en cuenta los atenuantes. Si robó, es un ladrón, y punto.
En cierta ocasión, presencié cómo un niño de la calle robaba unas manzanas. El comerciante afectado y un policía que se sumó al «operativo de búsqueda» salieron corriendo tras él. Los gritos alentaban a los perseguidores: «¡Deténganlo!», «¡deténganlo!», «¡ahí va!», «¡no lo dejen escapar!». No digo que hubieran tenido que dejarlo ir, pero no es lo mismo perseguir a un niño que ha robado unas frutas que a un vendedor de drogas. Ambas acciones son delitos, pero las causas son distintas. En el caso del muchacho existen muchas variables que inducen al robo: el hambre, el abandono de los padres, el no tener hogar..., en fin. Cuando lo atraparon, el dueño de la verdulería no podía disimular su satisfacción: «Si todos actuáramos así, se acabaría la inseguridad en este país», y muchos asintieron complacidos. Una mujer dijo con preocupación: «¡Pero si sólo es un niño!». «Mejor —replicó el damnificado—: Es más fácil agarrarlos ahora que cuando crezcan.»
La conclusión moral de los «vigilantes» quedó clara: hay gente que es inherentemente mala, y sus delitos no tienen ninguna otra explicación que esa maldad que traen de fábrica. No había atenuantes. El código moral de una mente rígida simplista es: «Si en alguna ocasión te comportas mal, eres malo.»
Justicia inminente
«Si piensas mal, eres malo.» No se necesitan argumentos ni análisis de ningún tipo: «Si comprobamos que piensas mal, serás considerado culpable de inmediato.» Mientras que, según el recién explicado realismo moral, «eres lo que haces»; según la justicia inminente «eres lo que piensas». Si fuera cierto que los malos pensamientos sólo los tiene la gente mala, nadie pasaría el examen. Éticamente hablando todos seríamos inmorales.
Una vez me trajeron a la consulta a un niño de diez años porque tenía «malos pensamientos». En realidad, lo que el muchacho presentaba era un trastorno obsesivo compulsivo. Le venían a la cabeza pensamientos intrusivos contra Dios (básicamente insultos), y la culpa no le dejaba en paz. Para sentirse mejor y sobrellevar la culpa, el niño había desarrollado un ritual que consistía en levantar las manos hacia el cielo y pensar en su difunta abuela sentada en una mecedora en una habitación de la casa de campo. Entonces, cada vez que no podía contenerse y mentalmente insultaba a Dios, de inmediato recurría a la imagen de su abuelita para «limpiar» lo que había hecho. Después de unas consultas, se les comentó a los padres qué tipo de alteración presentaba el niño y el posible tratamiento. Una vez que escucharon el diagnóstico, el padre del niño manifestó una preocupación «moral»: «No sé por qué es así... Acepto que es una enfermedad, pero no que fuera contra Dios ni que él tuviera esa tendencia. Es como si tuviera el diablo dentro.» Las inquietudes del padre y de la madre eran congruentes con sus creencias: «El que insulta a Dios está contra Dios. Y los que están contra Dios son los satánicos o los ateos. Por lo tanto, es probable que mi hijo sea una semilla de maldad.»
Este pensamiento rígido y simplista les impedía tener en cuenta las otras causas posibles del supuesto «mal encarnado». De todas maneras, ya habían catalogado a su hijo como un «enfermo moral» y también lo habían enjuiciado, porque según me confesaron luego ya no lo amaban tanto. Ése era el castigo: «Si piensas mal, eres malo.» En el tratamiento incluí activamente la presencia de los padres, quienes tuvieron que flexibilizar, revisar y actualizar sus creencias religiosas con la ayuda de un pastor.
Una vez más, las atribuciones incompletas se refieren a una distorsión del pensamiento que lleva a conclusiones simplistas e inacabadas, porque en el estudio de las causas de un hecho no se considera toda la información disponible.
100. Piaget, J. (1954). The construction of reality in the child. Nueva York: Basic Book.
101. Piaget, J. (1952). The origins of intelligence in children. Nueva York: International Universities Press.
102. Leahy, R. L. (2001). Resistance in cognitive therapy. Nueva York: The Guilford Press.
103. Piaget, J. (1934). The moral judgment of the child. Nueva York: Free Press.
Extracto del libro:
El arte de ser flexible
Walter Riso
Fotografía tomada de internet