domingo, 7 de enero de 2018

SOMOS COMO LÁZARO







En el Nuevo Testamento se encuentra la bella historia de Lázaro. Los cristianos no la han comprendido a cabalidad. 





Lázaro muere. Es el hermano de María Magdalena y Marta y un gran devoto de Jesús. Jesús está ausente, y cuando recibe la información y la invitación a que vuelva inmediatamente, ya han pasado dos días. Cuando llega a la casa de Lázaro, ya han pasado cuatro días. Pero María y Marta lo están esperando; tal es su confianza en él. Toda la aldea se ríe de ellas. A ojos de los demás, ellas son necias porque están conservando el cadáver de Lázaro en una cueva, vigilándolo día tras día, haciendo guardia. Pero el cadáver ha comenzado a heder, a deteriorarse. 





Los aldeanos les dicen: ¡Ustedes son necias! Jesús no puede hacer nada. ¡Cuando alguien está muerto, está muerto! Jesús llega. Se dirige a la cueva, pero no entra sino que permanece afuera y llama a Lázaro, pidiéndole que salga. La gente se congrega. Algunos se ríen y piensan: ¡Este hombre debe de estar loco! 





Alguien le pregunta: ¿Qué está usted haciendo? ¡Está muerto! Ha estado muerto cuatro días. De hecho, entrar a la cueva es difícil. El cadáver está hediendo. ¡Es imposible! ¿A quién llama? Imperturbable, Jesús grita una y otra vez: ¡Lázaro, sal! La multitud se lleva una gran sorpresa: Lázaro sale de la cueva, trastornado, sacudido, como si saliera de un largo sueño, como si hubiera caído en un coma. Él mismo no logra creer lo que le ha ocurrido, o por qué estaba en la cueva. 





Poco importa si Lázaro estaba muerto de verdad o no. Poco importa si Jesús era capaz de resucitar a los muertos. Es absurdo enredarse en tales discusiones. Sólo los eruditos son tan necios. Ninguna persona de entendimiento podrá creer que este relato es histórico. ¡Es mucho más! No es un hecho, es una verdad. No es algo que ocurre en el tiempo; es más: es algo que ocurre en la eternidad. 






Ustedes todos están muertos. Están en la misma situación que Lázaro. Todos viven en cuevas oscuras. Todos están hediendo y deteriorándose... pues la muerte no es algo que sobreviene de repente un día. Están muriendo todos los días, desde el día de su nacimiento. Es un proceso largo, que toma setenta, ochenta o noventa años para concluir. 





Cada momento hay algo en ti que muere, pero no estás consciente de ello. Sigues como si estuvieras vivo; sigues viviendo como si supieras lo que es la vida. 








FUENTE: OSHO: El Hombre que Amaba las Gaviotas y Otros Relatos, Grupo Editorial Norma, Bogotá, 2003, ISBN 958-04-7279-3, Pag. 65