En un callejón del centro de Santiago de Chile, un viejo destartalado vendía cigarrillos de contrabando en una destartalada mesita. Yo me detuve a estudiar la mercadería, mientras el viejo, sentado en el suelo, bebía del pico de una botella. El me ofreció un trago de su vino de cirrosis instantánea, y estuvimos charlando un rato. Cuando yo le estaba pagando los cigarrillos, se vino la tromba. De pronto la mesita voló, volaron los cigarrillos, las moscas huyeron, se volcó el vino, yo trastabillé y una demoledora mujer levantó al viejo por el pescuezo.
Me puse a recoger los paquetes desparramados por el piso, mientras la tarzana sacudía al viejo y le gritaba mujeriego, putañero, qué te has creío, descarao, degenerao, que andái culiando con la Eva —y él balbuceaba que si yo ni la conozco—, y con la Lucy, y con la Teté, y él: ella me buscó, gemía, mientras seguía el bombardeo, que te has revolcao con la Martita, la yegua ésa, y la puta de la Charito, y la Beti, y la Mary, y él: ¿Qué pretende usté? ¿Que sea un maleducao? ¿Que les niegue el saludo?
Por la vereda iba y venía la gente, ocupada en su ajetreo, y nadie les prestaba la menor atención. Ella había aplastado al viejo contra la pared y lo tenía atrapado por el cuello. Apretando para estrangulación, amenazó:
—¡Te mandai mudar! ¡Te vai! Si no te vai, te lo corto.
Entonces lo soltó, y ante sus ojos cruzó los dedos como hojas de tijera, lentamente:
—¿Oíste? ¡Te lo corto! Quedas alvertío.
El cayó de rodillas y le abrazó las piernas. Señalándome, dijo:
—Aquí está este amigo, que no vai me dejar mentir.
Y juró:
—¿Pero usté no sabe? ¿No sabe usté que usté es mi catedral? Las otras... las otras son capillitas, nomás.
Tomado de:
Cuentos de Galeano en la Jornada
Eduardo Galeano
Fotografía de internet
Eduardo Galeano
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