Dos peligrosos mitos responsables del aprendizaje social del varón. Estos criterios formativos, o mejor, deformativos, son malas traducciones culturales de los viejos y prehistóricos parámetros de dominancia biológica.
Ellos son: a) "Vales por lo que tienes", y b) "Todo lo puedes".
VALES POR LO QUE TIENES
Es equivalente a decir, "No importa quién eres". Los varones poderosos y civilizados generan su propia feromona. No huele, pero se ve. Su manifestación está representada por los típicos signos de estatus y éxito social, tales como un buen puesto, ropa de marca, tarjeta dorada, carro deportivo, vivienda lujosa, mayordomos y otros adminículos. No importa quién sea su portador, estas cosas lo compensan todo. El dinero, la más evidente señal de supremacía masculina civilizada, genera en el varón acceso directo a un sinnúmero de reconocimientos y favores específicos para su género. Las gangas van desde los apetecidos puestos políticos hasta el sometimiento, obviamente condicional, de algunas bellas damas (por ejemplo Jacqueline Kennedy vs. Aristóteles Onassis).Ya sea en la antigüedad o en la actual posmodernidad, parecería que la tendencia es la misma: el hombre compra belleza y juventud, y la mujer seguridad y protección. Zsa Zsa Gabor decía: "Nunca odié lo suficiente a un hombre como para devolverle sus diamantes".
El poeta latino Horacio, quien murió ocho años antes del nacimiento de Cristo, se quejaba abiertamente del poder del dinero: "Un rico por zafio que sea, siempre agrada. Vivimos en el siglo del dinero, todo el mundo se inclina ante el becerro de oro y hasta el amor se consigue a fuerza de dinero". Y en otra parte, escribía mordazmente: "La riqueza es una reina que otorga belleza y hermusura".
Algunos siglos después, los versos de Francisco de Quevedo confirman que la percepción no había cambiado sustancialmente:
¿Quién hace al tuerto galán
y prudente al sin consejo?
¿Quién al avariento viejo
le sirve de río Jordán?
¿Quién hace de piedras pan
sin ser el Dios verdadero? El dinero.
El chaman de los piaroas y los guahíbos, los jefes motilones, el jaibaná de los chocoanos o el "mama"de los koguis, todos, sin excepción, se hacen acreedores a más de una compañera.
Sentirse objeto sexual es tan incómodo como sentirse objeto económico. Pero si unas buenas piernas no dicen demasiado de la vida interior femenina, una abultada cuenta en Suiza dice mucho del varón que la posee. Mientras las mujeres se deprimen más por desamor (ésa es la lógica), los hombres nos desmoronamos por las quiebras y las pérdidas económicas (son la principal causa de depresión masculina). Para muchos hombres de negocios, perder la mujer es casi tan grave como perder la empresa. Mientras las mujeres suelen competir entre ellas más por lo que son, la mayoría de los varones rivalizan más por lo que tienen. Aunque hay excepciones, la dirección del vector es evidente: si queremos dejar verde de envidia a un compañero masculino, simplemente dejemos soltar, como sin querer, una jugosa inversión en dólares. O, si se trata en definitiva de aniquilar el ego del competidor, y de paso de levantar el propio, basta con pasearse lentamente frente a él con una escultural supermodelo colgada del brazo y muerta de la risa. La envidia podría matarlo. Ni siquiera el poseer algún talento especial (deportista, científico, músico) producirá el mismo efecto: el virtuosismo entre los hombres es admirado y respetado, pero jamás envidiado. Aunque deberíamos abolir las competencias personales, si hubiera que tenerlas preferiría rivalizar por lo que soy y no por lo que tengo.
La emancipación de la mujer y su injerencia en el mundo laboral, han creado una variante en toda esta disyuntiva del competir y el tener: la mujer económicamente exitosa. Para el varón inseguro, el éxito económico de su pareja es un verdadero castigo del destino. Algunos prefieren la pobreza a tener que depender de su compañera. Otros tienden a opacarla, a hundirla y/o a menospreciar sus logros, esperando así compensar de alguna manera su autoestima herida. Estos hombres pueden competir económicamente con otro varón, y asimilar la derrota de manera más o menos estoica: "Son gajes del oficio", pero sentirse económicamente por debajo de tina mujer, es francamente denigrante, inadmisible y vergonzoso.
La liberación masculina del peso del poder no significa despreocuparse por el soporte material y la responsabilidad que haya asumido frente a su familia: necesitamos comer, vestirnos y darnos gusto. Lo que se critica es el sentido que la cultura, es decir, hombres y mujeres, otorga a los privilegios mencionados. Los indicadores económicos personales, y el poder que de ellos se desprende no agregan un ápice a nuestro ser. Los varones productivos, no importa la clase social, hicimos depender la auto aceptación de las conquistas materiales y, al aceptar el juego, perdimos la dignidad natural de nuestro género y la posibilidad de acercarnos a una vida más pacífica. ¿No se prostituye tanto el que da como el que recibe? Hay muchas cosas que no podemos comprar, alquilar sí, pero comprar, no. Las bancarrotas son el método por excelencia para separar a los mejores amigos de los auténticos enemigos.
Si la valía personal comienza a depender de la declaración de renta, será muy difícil que nos amen por lo que somos; la visión de la vida se hará cada vez más pequeña y superficial. Y aunque en este preciso instante tu masculinidad proteste y te parezca poco realista mi alegato, no hay duda: vales por lo que eres y no por lo que tienes.
Extracto tomado del libro:
Intimidades masculinas
Walter Riso
Imágenes tomadas de internet