El mundo externo es una percepción, una abstracción. Yo tengo un registro interno del afuera. Por eso tengo
que tratar de entender que el mundo del otro no es el mío, que no hay un mundo que podamos compartir.
Podemos hacer un espacio común y transitar por el. El mundo externo es el estímulo y el mundo interno es la
percepción, pero yo no tengo trato con el mundo externo.
Por ejemplo, yo te veo, para mi, vos sos como yo te veo. Ahora, ¿cómo sos vos?. Que sé yo, cómo podría
saberlo. Lo único que yo sé de vos es como yo te veo. Del mismo modo, lo que vos sabés de mi es lo que vos
ves, no lo que yo soy. Es decir, no hay un mundo externo sobre el cual se pueda referenciar. La mirada de las
cosas tiene una cuota de relatividad tan grande que las cosas se interpretan dependiendo de cómo se vean.
Un señor llamado Paul Watzlawick cuenta que en un laboratorio donde se hacen experimentos con animales,
el señor de guardapolvo blanco entra, una ratita le dice a la otra: “¿Ves a ese señor de guardapolvo blanco?.
Lo tengo totalmente amaestrado, cada vez que yo bajo esta palanca, me da de comer”.
Dos maneras de ver el mismo proceso, la situación es exactamente la misma.
Admitir que el único mundo es el interno implica confiar en la esencia del ser humano. Para creer que el único
acceso al mundo es mi percepción, tengo que imaginar al hombre esencialmente bueno, noble, generoso y
solidario. Si yo pienso que el ser humano es dañino, perverso, cruel y demás, tengo que restringirlo, no puedo
dejarlo en libertad.
Afortunadamente, hay seres humanos de estos dos tipos y, como soy un optimista sin remedio, creo que el
mundo está compuesto mas por gente esencialmente buena, noble, amorosa y solidaria, que por gente
destructiva, cruel y dañina. Será función de quienes nos creemos estas cosas tratar de ver cómo educamos a
todos aquellos que son así. En principio, sabiendo que si le damos espacio y lugar al otro para que se
desarrolle naturalmente, lo que el otro desarrolla es lo mejor de él, no lo peor.
Extracto del libro:
El Camino del Encuentro
Jorge Bucay